8M con Mayúscula

La mujer más influyente de la historia según la BBC fue Madame Curie. Recibió dos premios Nobel y no uno como su marido, su hija e incluso su yerno.

La más influyente en mi vida fue la soriana Pilar Pérez Laya. Trabajó en el INP, estudió fisioterapia en Río de Janeiro donde colaboró con Madame Lannari. Luego locutora de radio en Caracas y directora de personal del INSS. Siempre más que su marido, que la admiraba. Quiso sostener a la familia para crecer, no enorgullecerse.

De origen humilde vivieron ambas en el XIX y XX sin complejos ni empoderamientos. Proyectaron su talento profesional y educaron a sus hijas: Curie a Irene, también premio Nobel, y a Eva, su biógrafa. Pilar a sus tres hijos y sólo a ellos durante años. Competente ama de casa, jefa firme y dulce. Mi madre.

Mujeres libres antes que valientes, al revés que algún varón. Mujeres bandera, no con banderas. Mujeres adelantadas al feminismo. Las del 8M con Mayúscula.

Adrianey Arana

Trabajar bien

¿Rural o urbano? ¿Cuál es el entorno más beneficioso para vivir la adolescencia? Era la pregunta del Torneo de Debate Académico de Galicia celebrado hace unos días. Me convencieron ambas posturas defendidas en la final por adolescentes. O sea, que no me decidí.

Pero para la vida de alumnos más pequeños creo que lo mejor es el rural. Hoy en Galicia hay 26 colegios rurales agrupados, 12 en Coruña, 12 en Orense y 2 en Pontevedra. En ellos estudian 2177 alumnos en clases mixtas (sin separación por cursos). Ninguno ha cerrado en los últimos años y aumentan las matrículas.

Los profesores son felices en estos centros visitados ahora por colegas de colegios urbanos. Trabajan a gusto, tranquilos y en entornos agradables. Da tiempo a hacer proyectos. Cada niño es cada niño. De hecho uno de sus docentes defiende que “cada neno conta”. Es como su lema.

Se tiene una relación diaria con las familias, que colaboran y se implican mucho en el colegio. Y hasta la digitalización ocupa su lugar: se usa mucho para estar en el mundo, pero lo justo para estar en tu sitio, en tu clase, en tu casa, con los tuyos.

La sensación de libertad y autonomía pedagógica es grande y casi total. Quizás esta es lo más característico de los CRA o colegios rurales agrupados. Son libres. Y es que a veces en los ámbitos urbanos los colegios se preocupan demasiado por competir entre ellos por los plazas escolares, las vacantes de profesores y los presupuestos.

En el rural no hay competidor y queda más claro que tu colegio es el mejor colegio, que “cada neno conta”, sea quien sea, que cada profesor es esencial y que los padres son la pieza clave que aporta al centro y al niño paz, estabilidad y continuación de la vida familiar.

María Bueno escribe en El Faro que la educación “aprende” de estos colegios. Porque eso es la excelencia: aprender de otros para seguir mejorando la educación de este país, variada, profunda y dispersa como el alumnado de Galicia.

Una vez le pregunté a un sabio profesor de este país qué era lo que más educa en un colegio: la tutoría, la personalización, la exigencia… Y me contestó: el principal medio de formación es el trabajo bien hecho.

Adrianey Arana

Quizá ya lo era

Respeto a toda mujer que ha abortado. Algo intuyo del trauma vivido en manos de quienes parece que no te dejan pensar y arrastran tus sentidos en un torbellino de emociones. Supongo que el silencio es la marca que permanece a pesar del perdón y del paso del tiempo. La duda de lo que no fue o sí fue. Como un tatuaje invisible.

Me cuentan de alguna chica que no ha olvidado ninguna píldora del día después ni ese día ni después. Que no se ingirió como una medicina “after hours” para la resaca. Que supuso el inicio del “después”. De un después de quien no podía ni quería ser madre, pero que quizá ya lo era.

Esas dudas o remordimientos me hacen pensar que el aborto no es algo sobre lo que podamos decidir. Hay cosas que no se pueden cambiar aunque las toquemos. Suceden querámoslo o no. Ni nosotros ni nosotras decidimos ni los legisladores aunque las aprueben. La fuerza de la naturaleza decide. Es como un terremoto.

El embarazo fruto de una violación o el no deseado es un embarazo, no un error de la naturaleza: es la vida que es así.

Dejarla ahí no tiene porqué abocar al fracaso. Viví un caso de dos críos, como se denomina ahora a los de 16 años, que decidieron tener el hijo y son felices. Y otra chica que sacó adelante a su bebé en 2º de bachillerato con el apoyo de todo el instituto y de su pareja.

Cuenta Cervantes, que habla y opina sobre el tema en “La fuerza de la sangre”, que tras ser violada Leocadia por un desconocido, el hijo fue maravilloso y “de tal manera su gracia, belleza y discreción enamoraron a sus abuelos, que vinieron a tener por dicha la desdicha de su hija por haberles dado tal nieto”. Y no hago de “spoiler” para que el que quiera lea el trágico y brutal inicio y el sorprendente final.

Lo duro del aborto no se alivia con plazos. Nadie lleva una vida más feliz por haberlo provocado en la semana 10 en vez de en la 20. Ya dicen los propios legisladores que es triste el aborto, pero es un derecho. Como en algunos lugares civilizados es legal y justo tristemente aplicar la pena de muerte. O como fue un derecho tener esclavos.

Aunque queramos, decidamos o legislemos, ya está ahí la vida. Aunque aquella chica no se sienta madre, quizá ya lo era. Porque si no podemos con los microscópicos virus que atacan la vida, menos con la misma vida aunque sea minúscula.

La mayoría de las películas acaban bien y esa es mi esperanza en este país que ahora mismo es lo más parecido a una película. De hecho hay leyes que quedan en desuso al cambiar la sociedad. La cultura por la vida se está abriendo paso de modo más real que la ley.

Porque primero es la vida y luego la norma. Y la vida no hay quien la interrumpa o al menos la pare.

Adrianey Arana

Foto: Unsplash 

Armanaz, la pura verdad

Una compañera se ríe corrigiendo un examen de un alumno y le pregunto qué le resulta tan divertido. Una respuesta con varias opciones para escoger la correcta en la que el niño había escrito “no sé cuál es”. Le hizo gracia el sincero afán de comunicarse y la confianza que le demostraba.

Más sincero me pareció el cómplice mensaje de una madre en un margen del cuadernillo de deberes de su hijo: “profe, a ver si nos pone un ‘Excelente’!!” Se lo puse… a ella. Es que creo que la sinceridad es un camino corto, seguro, fácil.

Otro compañero menos complicado que yo siempre me recomienda que ante un problema con algún niño les diga a los padres la verdad. Lo difícil es cómo comunicarla para no herir. El modo es quizá contar los hechos sin juzgarlos ni prejuzgarlos y salvando siempre la intención.

La sinceridad es el idioma de la verdad. Se usa para decir lo que las cosas son. Esta semana pregunté en una clase que qué hacía un estuche en el armario del profe. Y me saltó uno todo arrebatado que era suyo pero que el anterior profesor se lo robó. “Te lo quitó”, le intento apaciguar. “Es lo mismo” concluyó. Para ellos no hay intenciones, solo hechos. Dicen pero no juzgan. Hacen atestados.

Los niños te resuelven en dos patadas tus dilemas mentales. Basta por ejemplo con acudir a ellos para la consabida “autoevaluación del desempeño”. A veces lo hago: qué tal esta clase, qué hacéis conmigo, sobre qué estamos trabajando. Son claros. Al final de una jornada algo patética les pregunté: “Bueno, ¿qué hemos aprendido hoy?” “Nada”, confesaron. Y era la pura verdad.

Pero la risa del video de Karan, el niño sirio rescatado tras dos días bajo los escombros del terremoto también es verdad, real. Sale de la oscuridad y se acabó. Se pone a jugar feliz con los Cascos Blancos que no aguantan la emoción y los gritos. Muchos muertos, sí, pero la pura verdad es que han salvado a un niño que ríe como si todo fuera un juego. Porque a pesar de todo a veces la verdad es alegre.

En medio de tanta catástrofe, la verdad se abre paso para salir como las risas de este niño rescatado en Armanaz.

Adrianey Arana

Su asistente humano

Me dice Mari Carmen, de Vigo, que en la actividad de mindfulness la gente mayor cuenta muchos problemas. Los asistentes se quejan de la vida, de que los hijos no vienen mucho a casa. La monitora les da consejos motivacionales, pensamientos y reflexiones para ser mejor persona y un poquito de respiración para terminar.

No se sabe quién tiene la culpa de tanta problemática mental. Porque en ocasiones no se trata del síndrome del nido vacío, sino del avispero abandonado. Familias desestructuradas a las que solo unen los lazos de la sangre ahora sin nudo. O familias de algún tipo de familia que al final no lo era.

Me dice Ana, de Barcelona, experta monitora de natación, que los mayores van mucho a la piscina. Quieren conversar con ella y pasar la mañana. Tiene que animarlos para que cojan un churro y naden un largo o un corto. Y la dejen trabajar.

Me dice Manolo, de A Coruña, que el centro cívico al que acompaña a otro amigo mayor es un hervidero social. Ya no son los tristes locales de clases de bolillos y partida de naipes. Son centros neurálgicos -nunca mejor dicho- de actividades de terapia física y psíquica y de apoyo a mayores y a jóvenes. Desde rehabilitación para enfermos de Alzheimer hasta refuerzo escolar y actos solidarios.

La cadena de supermercados holandesa Jumbo ha puesto “cajas lentas” para las personas que desean conversar. Su idea es ayudar especialmente a los mayores a lidiar con la soledad. El éxito de la medida ha hecho que se instalen en 200 establecimientos. No les viene mal porque la cajera escucha lo que el abuelo piensa cocinar y le recuerda que le faltaría un ingrediente que también puede adquirir sin prisa. Todos ganan.

Las asociaciones de enfermos crónicos y con daños cerebrales encuentran en estos centros cívicos de los que hablaba una especie de refugio emocional. Y la fuerza de la sangre hace que los hijos regresen y recojan a sus mayores cuando entran y salen.

Pero lo mejor en esos lugares son los “trabajadores sociales”. Impregnan el local de un aroma de conversación amable con expresiones de humanidad. Tratan a todos de “tú” y de “nosotros”: “no pasa, nada, Manuel, esperamos un ratito”, “levantamos esa pierna”, “¡que guapa estás hoy!”. Y engañan como las madres cuando el niño se cae y sangra: “¡qué tirita más bonita tenemos aquí, qué suerte!”

Son 42.000 en España y su “marea naranja” los ha sacado a la luz alguna vez porque en general son invisibles. No es un trabajo al que aspiren los mejores expedientes de selectividad, pero es una de las 14 profesiones con más proyección social para esta década, con oferta asegurada y buen sueldo. Porque es la solución a la soledad urbana, cuando la familia solo ha durado un momento en la vida.

Galicia es la tercera Comunidad con más trabajadores sociales con 2.800 en total tras Madrid y Cataluña. Una suerte contar con ellos y más que harán falta. En todo caso, se están convirtiendo en los “expertos en humanidad” y en la competencia directa a los asistentes de “inteligencia artificial”. Son los que saben qué está pasando en el mundo sin opinar ni quejarse ni gritar, los auténticos asistentes humanos.

Adrianey Arana

Foto: Jumbo, Supermarket