Pueden cruzar el mar

Veinticuatro metros de narcosubmarino. Construido en algún lugar del Amazonas. Dos o tres semanas de travesía por el Atlántico hasta la Costa de la Muerte. Descarga de toneladas en lanchas planeadoras a millas de las rías. Profesionales de la logística mundial de la droga. Se sabe porque cada cuatro años se coge algo.

Jóvenes que serían capaces de llevar alimentos a todos los soldados ucranianos sorteando el control de Putin. Podrían distribuir toneladas de medicinas en repúblicas bananeras de África. Lograrían incursionarse en Corea del Norte y desactivar los cohetes-juguete de Kim-Jong. Distribuirían las colecciones de moda por el mundo más rápido que cualquier industria llena de CEOs.

Pueden hacer de todo. El último jefe del hachís de España fue pillado con 70 móviles activos. Es gente seria que trabaja bien. Son profesionales. Tienen medios y no están subvencionados ni reciben ayudas. No hacen publicidad ni alardean en instagram. Trabajan y punto. Y ganan dinero con el sudor de su frente. No se quejan ni hacen huelgas. No van a manifestaciones con megáfonos o selfies.

Deberíamos espabilar para hacer el bien, ganando lo necesario, por supuesto, para ayudar a nuestra familia y al país. Emocionar a los jóvenes con acciones sublimes, para mirar más allá de su ombligo o o de su sexo y motivarles a llevar vidas incluso de película. Debemos educar en competencias, sí. Despertar a nuestros hijos y alumnos mostrándoles que pueden cruzar el mar entero y no sólo pillar olas en Pantín.

Adrianey Arana

Pensar con otros

He asistido recientemente a varios concursos de oratoria escolares. Los alumnos usan sus exposiciones y réplicas como para convencerte. Saben que no lo logran porque hablan de temas aleatorios que defienden o atacan por sorteo.

Son asombrosamente técnicos en el uso de datos, evidencias o incluso trucos comunes de la retórica. Intentan ser gente que dialoga, habla y se escucha, pero no se emocionan de verdad ni te hacen cambiar de opinión o dudar de algo porque son impersonales.

En el panorama político actual sucede todo lo contrario. Hay lucha, confrontación, ira incluso, emoción y alusiones personales propias o ajenas, pero no hay oratoria, porque ni se habla ni se escucha. Hay prejuicios e ideologías sin diálogo. Tampoco se dirigen a un público sino a un contrincante. No se replica ni se contesta, sólo se hace uso del turno de palabra. Todo lo contrario a la oratoria escolar.

Es inaudito que un político reconozca su equivocación en una tribuna o que pregunte a su oponente con interés por conocer mejor su posición y menos aún que acabe votando la propuesta contraria. Sostenía un ilustre diputado español ante los constantes y agresivos ataques en el foro que para qué intentar convencer a quien luego no te va a votar. Y prefería no razonar su postura por cansancio.

Sin embargo, paradójicamente educamos a nuestros alumnos para que vivan en un mundo diverso y respetuoso. Y a veces hay que aconsejarles que miren para otro lado. Que ante las broncas, insultos y gritos de la política actual, ellos aprendan a escucharse y a expresarse de manera cívica y humana. No imitéis a vuestros mayores. Les enseñamos a expresarse en escenarios incluso en inglés. Al menos en mi colegio cada vez son más frecuentes los llamados “child talks”.

En lo que sí coinciden políticos y alumnos es que no convencen: los jóvenes porque sólo debaten por ejercitarse y los mayores porque no se escuchan ni están ellos mismos convencidos de querer transmitir algo bueno.

A unos y a otros les diría que se puede conversar con quienes no están de acuerdo, como sostiene la profesora argentina Guadalupe Nogués. Esta “speaker” de TEDx Talks y autora de “Pensar con otros” sostiene que no bastan las evidencias para convencer. No hay más que verlo en nuestra política nacional e internacional. Y propone separar lo que creemos de cómo lo creemos, separar las ideas de las personas. Y llega a manifestar que de esta manera incluso podríamos estar más unidos a los de la otra postura que quieren dialogar que a los intransigentes de la nuestra.

E igualmente les recomendaría que sigan las ideas de Chris Anderson, el inspirador de TED. “Hay ideas que vale la pena difundir”, se puede cambiar el mundo con ellas si lo hacemos bien. Su consejo fundamental es estar convencido de que tienes algo que le interesa a los demás y que debes lograr que valga la pena compartir esa idea.

Recomienda preguntarse antes de hablar: «¿A quién beneficia esta idea?» Y necesita una respuesta honesta. “Si la idea solo les sirve a Uds. o a su organización, entonces, lo siento, quizá no valga la pena difundirla. El público lo notará en Uds. Pero si Uds. creen que la idea tiene el potencial para alegrarle el día a alguien o cambiar la perspectiva de otra persona para mejor, o inspirar a alguien a hacer algo de manera diferente, entonces tienen el ingrediente central para una charla genial, que puede ser un regalo para ellos y para todos nosotros”.

Ante la polarización de la política y la inutilidad del discurso no olvidemos que seducir, convencer o influenciar es posible si tenemos algo que ofrecer, si queremos alegrar a otro con algo útil.

Los gestos más motivadores que he visto en la arena política de nuestro país han sido los cambios de opinión. En dos casos líderes de la izquierda radical que han reconocido sus errores y la valía de un oponente. Y también un parlamentario de derechas que escuchó con respeto y halagó a otro al que todos despreciaron.

Porque las competencias en las que formamos a nuestros alumnos y futuros ciudadanos o políticos no son “saber expresarse en público”, sino saber difundir las buenas ideas aunque no sean tuyas, inspirar y ser capaces de hacer un mundo mejor entre todos. Pensar con otros y con-vivir.

Adrianey Arana

Foto de Julien Backhaus en Unsplash

Trabajar bien

¿Rural o urbano? ¿Cuál es el entorno más beneficioso para vivir la adolescencia? Era la pregunta del Torneo de Debate Académico de Galicia celebrado hace unos días. Me convencieron ambas posturas defendidas en la final por adolescentes. O sea, que no me decidí.

Pero para la vida de alumnos más pequeños creo que lo mejor es el rural. Hoy en Galicia hay 26 colegios rurales agrupados, 12 en Coruña, 12 en Orense y 2 en Pontevedra. En ellos estudian 2177 alumnos en clases mixtas (sin separación por cursos). Ninguno ha cerrado en los últimos años y aumentan las matrículas.

Los profesores son felices en estos centros visitados ahora por colegas de colegios urbanos. Trabajan a gusto, tranquilos y en entornos agradables. Da tiempo a hacer proyectos. Cada niño es cada niño. De hecho uno de sus docentes defiende que “cada neno conta”. Es como su lema.

Se tiene una relación diaria con las familias, que colaboran y se implican mucho en el colegio. Y hasta la digitalización ocupa su lugar: se usa mucho para estar en el mundo, pero lo justo para estar en tu sitio, en tu clase, en tu casa, con los tuyos.

La sensación de libertad y autonomía pedagógica es grande y casi total. Quizás esta es lo más característico de los CRA o colegios rurales agrupados. Son libres. Y es que a veces en los ámbitos urbanos los colegios se preocupan demasiado por competir entre ellos por los plazas escolares, las vacantes de profesores y los presupuestos.

En el rural no hay competidor y queda más claro que tu colegio es el mejor colegio, que “cada neno conta”, sea quien sea, que cada profesor es esencial y que los padres son la pieza clave que aporta al centro y al niño paz, estabilidad y continuación de la vida familiar.

María Bueno escribe en El Faro que la educación “aprende” de estos colegios. Porque eso es la excelencia: aprender de otros para seguir mejorando la educación de este país, variada, profunda y dispersa como el alumnado de Galicia.

Una vez le pregunté a un sabio profesor de este país qué era lo que más educa en un colegio: la tutoría, la personalización, la exigencia… Y me contestó: el principal medio de formación es el trabajo bien hecho.

Adrianey Arana

Armanaz, la pura verdad

Una compañera se ríe corrigiendo un examen de un alumno y le pregunto qué le resulta tan divertido. Una respuesta con varias opciones para escoger la correcta en la que el niño había escrito “no sé cuál es”. Le hizo gracia el sincero afán de comunicarse y la confianza que le demostraba.

Más sincero me pareció el cómplice mensaje de una madre en un margen del cuadernillo de deberes de su hijo: “profe, a ver si nos pone un ‘Excelente’!!” Se lo puse… a ella. Es que creo que la sinceridad es un camino corto, seguro, fácil.

Otro compañero menos complicado que yo siempre me recomienda que ante un problema con algún niño les diga a los padres la verdad. Lo difícil es cómo comunicarla para no herir. El modo es quizá contar los hechos sin juzgarlos ni prejuzgarlos y salvando siempre la intención.

La sinceridad es el idioma de la verdad. Se usa para decir lo que las cosas son. Esta semana pregunté en una clase que qué hacía un estuche en el armario del profe. Y me saltó uno todo arrebatado que era suyo pero que el anterior profesor se lo robó. “Te lo quitó”, le intento apaciguar. “Es lo mismo” concluyó. Para ellos no hay intenciones, solo hechos. Dicen pero no juzgan. Hacen atestados.

Los niños te resuelven en dos patadas tus dilemas mentales. Basta por ejemplo con acudir a ellos para la consabida “autoevaluación del desempeño”. A veces lo hago: qué tal esta clase, qué hacéis conmigo, sobre qué estamos trabajando. Son claros. Al final de una jornada algo patética les pregunté: “Bueno, ¿qué hemos aprendido hoy?” “Nada”, confesaron. Y era la pura verdad.

Pero la risa del video de Karan, el niño sirio rescatado tras dos días bajo los escombros del terremoto también es verdad, real. Sale de la oscuridad y se acabó. Se pone a jugar feliz con los Cascos Blancos que no aguantan la emoción y los gritos. Muchos muertos, sí, pero la pura verdad es que han salvado a un niño que ríe como si todo fuera un juego. Porque a pesar de todo a veces la verdad es alegre.

En medio de tanta catástrofe, la verdad se abre paso para salir como las risas de este niño rescatado en Armanaz.

Adrianey Arana

Educación diferenciada y coeducación

Los medios y políticos acostumbrados a rápidas declaraciones caen a veces sin pretenderlo en titulares erróneos que en algún caso reflejan el sesgo de sospecha a lo que no es línea oficial o adecuada a campaña.

A veces llaman “colegios que segregan por sexo” en lugar de “educación diferenciada” (“boys’ schools», «girls’ schools” o “single sex education») a los colegios de niños o de niñas. La denominación correcta y el término acuñado es centros de educación diferenciada.

No “segregan”. Si fuera así, estarían totalmente prohibidos, aunque fueran privados. Ya hace casi medio siglo que nuestra Constitución garantiza que no “pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.

Todo el mundo sabe que separar niñas y niños en algunas aulas, varones y mujeres en algún deporte o en alguna especialidad de la sanidad no es segregación. Es más, lo que se busca es evitar que se produzca de otro modo y dar una mayor visibilidad a las mujeres.

Si con la educación separada se diera algún tipo de segregación habría que corregirla. Yo mismo y todos los educadores de este país seríamos los primeros en abandonar un lugar donde se cometieran discriminaciones por sexo, raza, religión… La actual ley lo sabe y por ello nunca habla de «no segregar» sino de elegir la «coeducación». Habla con precisión.

Pero es que la coeducación tampoco supone una garantía total ni evita toda posible desigualdad, como comprobamos diariamente. La coeducación también puede caer en “segregar por sexo” e igualmente habría que trabajar o buscar nuevas soluciones.

En la web «coeducación.es» la Federación de Mujeres Progresistas «propone» la coeducación. La LOMLOE va más allá e «impone» este modelo ordenando que “los centros sostenidos parcial o totalmente con fondos públicos desarrollarán el principio de coeducación en todas las etapas educativas”.

Sin embargo coeducación.es sostiene con objetividad que “este modelo (de ‘enseñar en la misma aula’) no garantiza el cuestionamiento de la desigualdad de género, los estereotipos sexistas que transmite, ni visibiliza los aportes de las mujeres a la sociedad y a los diferentes campos del saber”.

De ahí que la coeducación realmente no sea “necesaria” y que la igualdad y visibilidad de la mujer se logre en ocasiones mejor con otros modelos. Por eso existen colegios con aulas o secciones separadas por sexo, cuya finalidad es precisamente «no segregar por sexo». La visibilidad de la mujer es total en esos centros. Y la atención a la lenta madurez del adolescente varón es mayor para alguna familia.

Los gobernantes actuales han optado por el modelo de la coeducación, lo que es legítimo, pero la prohibición expresa de financiar otros posibles modelos que mejorarían la desigualdad de género y que muchas familias eligen como sucede en otros países no es tan respetuoso y resulta cuestionable.

Justin Trudeau, primer ministro de Canadá fue alumno y profesor de uno de estos centros en los que afirma haber pasado «algunos de los años más felices y plenos de mi vida”. Por eso subraya la importancia de que los colegios masculinos preparen para generar el cambio social que se necesita en la igualdad de los sexos.

Significativo es que en New York el actual alcalde demócrata esté promoviendo la escuela diferenciada «pública» además de la coeducación parcial o total como medio para que la sociedad no segregue a los chicos o a las chicas por sexo. Y que haya nombrado concejal de educación al fundador de unos colegios de varones.

En nuestro país el principal buscador de colegios, escuelas infantiles e institutos «micole.net«, cuyo único algoritmo es «lugares donde más se pincha», ofrece como resultado más buscado en España un colegio de educación diferenciada.

Llamemos a las cosas por su nombre. Luego optemos por coeducación, diferenciada, modelos mixtos de «coeducación diferenciada» u otros incluso más innovadores que están surgiendo. Mantengamos cualquier llama encendida en la educación y busquemos fórmulas de financiación pública, privada o ayudas europeas para que incluso ningún escuela unitaria de la última aldea de Galicia se quede sin medios.

Es que a veces los titulares no dejan ver el bosque.

Adrianey Arana

Foto de Jerry Wang en Unsplash