POR QUÉ BRINDAR

Una simpática señora recibe por error un paquete especial: una lata de conservas con un niño de 7 años dentro. Está programado para ser un chico perfecto. Lo cuida y se encariñan hasta que la fábrica avisa de que hubo un error y hay que devolverlo. Pero ambos lucharán para evitarlo.

La ganadora de un premio Andersen de cuentos nos advierte de que los niños ni son si serán perfectos, como el mundo en el que nacen, pero que merece la pena vivir. Serán ellos y no otros quienes hagan el mundo mejor. A nosotros nos toca educarlos y protegerlos, que casi es viceversa. Pero no es lo mismo.

Human Rights Watch ha destacado el 2023 como año de avance en protección de la infancia. La prohibición iraquí del reclutamiento de niños para luchar contra el ISIS, práctica habitual en las 50 guerras o conflictos que asolan la actualidad, es un ejemplo. O la aprobación de la ley europea que exige a las empresas el control del trabajo infantil en las cadenas de suministro, no solo de producción.

A nosotros, familias y profesores que nos miramos al espejo, nos toca educar. Cada vez cometeremos mejores errores, o sea, peores. La excelencia admite errores. Y para eso ahora recomiendo iniciar a los hijos en la oratoria del brindis, para que sepan expresar deseos persuasiva e inspiradoramente.

A nosotros aquí nos toca permitirles en Nochevieja la travesura de saborear las burbujas de un culín de champán con la complicidad de la otra parte. Invitarles a brindar por algo, a mirar al horizonte y levantar la vista del móvil. Abrir lo que pueda ya albergar su corazoncito.

Y que no aprendan a “brindar para”, sino a “brindar por”.

Feliz 2024 y levanto mi copa por… que cada uno termine la “oración”.

Foto de Al Elmes en Unsplash

Extrapolar

“Elige tus palabras” podría cambiarse por “cuidado con lo que dices, escoge tus palabras, habla bien en público, redacta con estilo, ojo con esa boquita”.

Los maestros educamos las palabras. No es “me robaron”, sino “me desapareció”. No es “tu hijo es un desastre”, sino “tu hijo puede mejorar”. Porque el maleducado es el no educado y a eso nos dedicamos los educadores.

Una expresión sencilla pero desacertada provoca un sentimiento de injusticia en un alumno o un enfado familiar. Al de la ESO que tarda en sentarse no le decimos que “pare de hacer le tonto”, ni al marido que llega tarde “tus hijos te esperan”.

 «Cuando tengas que escoger entre tener razón y ser amable, elige ser amable». Frases cortas y sencillas, sin recursos literarios, como esta de Raquel Palacios. La autora de La lección de August (Wonder en el cine), recomienda llegar así a los jóvenes. Elegir las palabras, pensar la expresión y tenerla a mano.

Jon Favreau, el poeta de 27 años que escribía los discursos de Obama, buscaba hasta la musicalidad. La sencillez y la rima dotaban de grandeza y convicción a sus mensajes.

Una palabra vale más que mil imágenes. Lo sabemos por lo difícil que nos resulta redactar una breve respuesta adecuada en whatsapp en vez de mandar un emoticono poco expresivo.

 En la comunicación de un informe profesional riguroso no es lo mismo hablar de “víctimas” que de “encuestados”. Ni “440.000 víctimas” es lo mismo que “estimación de 8.013 encuestados telefónicos y online”.

“Víctima” es una palabra muy seria porque significa persona herida. Si se emplea mal, hiere más y más. Y aquí las palabras deben ser bien elegidas, con precisión e incluso con caridad.

Y por eso el Defensor del Pueblo en la rueda de prensa del viernes tuvo que decir que no, que esa cifra no aparece en las 779 páginas que contiene el informe titulado ‘Una respuesta necesaria’. No sólo no aparece, sino que se negó a dar cifras concretas e invitó a la prensa a no extrapolar.

“Extrapolar”: he ahí la cuestión. No sabemos qué nos quieren decir y nos andamos extrapolando.

Moderadores y moderación

“Lo están haciendo Uds. muy bien” espoleaban los moderadores como promotores de un debate de boxeo o como los papás de los niños en los partidos escolares en los que los pobres benjamines no dan pie con bola.

Y es que lo que faltó en el debate FeijóoSánchez fue moderación, no por su parte -que también- sino por la de quiénes correspondía: los moderadores. Son los dueños del local y del evento y no lo fueron. El formato es criticable. Lanzar a dos personajes de videojuego a la arena y dejar que se peleen, contando el tiempo con árbitros de la ACB y señalando solo que se acaba ya el primer tiempo, no es un formato presidencial. Es un show de Ibai o de Las Vegas.

En el mundo anglosajón, más curtido en democracia, los moderadores son los dueños del cotarro. Paran, preguntan, piden razones, repreguntan, contrastan, obligan a responder, propician el debate y hasta opinan para quedarse en medio, guiar la entrevista, moderar la bronca, reñir, corregir y sacar algo en limpio.

No voy a poner el ejemplo de John Bercow, speaker de la Cámara de los Comunes durante diez años. Era un espectáculo verlo dirigir su circo en pleno parlamento inglés con gritos que ayudaban a concluir, respetar, escuchar y decidir.

Ni voy a citar a la Comisión de Debates Presidenciales de Estados Unidos, independiente de los partidos, que pone las reglas y elige a los moderadores. Los políticos más rebeldes se someten, suelen celebrarse en campus universitarios y pueden verse en cualquier televisión. No se cuestiona que el moderador periodista sea el líder y jefe indiscutible del debate. En la televisión quién manda es el periodista, es su casa.

Ana Pastor ha reconocido después del debate que “los anglosajones y los franceses sacan millas a otros países como el nuestro”. Y es que de todos se puede aprender. Porque al final dejamos que excelentes políticos como son ambos se tengan que arrastrar por el fango de una especie de “supervivientes” o “reality”, para demostrarnos que son más astutos y hábiles que el contrincante y que ha ganado más puntos, espadas, escudos o fuerza como si fuera un juego on-line.

Si a nuestros alumnos les enseñamos las reglas de la oratoria, los llevamos a torneos de debate, les entrenamos a replicar, a contestar, si les penalizamos las faltas de respeto en el discurso, si les hablamos de convivencia en los centros y de diversidad, de no acosar, de levantar la mano antes de hablar y de contestar cuando se les pregunta. ¿Por qué permiten las televisiones unos debates con tal falta de “moderación”?

Sobran buenos políticos, pero faltan mejores periodistas moderadores de la opinión pública, que no sean solo interrogadores de uno a uno, o sirvientes inconscientes de unos medios. Que dominen el arte de escuchar, preguntar y guiar para llegar a la luz.

No es fácil. La Merkel, una de las grandes figuras políticas de este siglo, canciller alemana durante dieciséis años confesaba que «además de mi cargo como canciller, me gustaría moderar una vez un debate televisivo». Porque de zorros es contestar y de sabios preguntar.

Cuando no hay respuesta, el silencio se acaba convirtiendo en la pregunta. El famoso periodista Chris Wallace (que moderó el Trump-Biden) preguntó hace cinco años a Putin en televisión: “¿Por qué tanta gente que se opone a Vladimir Putin termina muerta o cerca de la muerte?” La respuesta que ofreció anunciaba la guerra de hoy.

Adrianey Arana    ·

Pensar con otros

He asistido recientemente a varios concursos de oratoria escolares. Los alumnos usan sus exposiciones y réplicas como para convencerte. Saben que no lo logran porque hablan de temas aleatorios que defienden o atacan por sorteo.

Son asombrosamente técnicos en el uso de datos, evidencias o incluso trucos comunes de la retórica. Intentan ser gente que dialoga, habla y se escucha, pero no se emocionan de verdad ni te hacen cambiar de opinión o dudar de algo porque son impersonales.

En el panorama político actual sucede todo lo contrario. Hay lucha, confrontación, ira incluso, emoción y alusiones personales propias o ajenas, pero no hay oratoria, porque ni se habla ni se escucha. Hay prejuicios e ideologías sin diálogo. Tampoco se dirigen a un público sino a un contrincante. No se replica ni se contesta, sólo se hace uso del turno de palabra. Todo lo contrario a la oratoria escolar.

Es inaudito que un político reconozca su equivocación en una tribuna o que pregunte a su oponente con interés por conocer mejor su posición y menos aún que acabe votando la propuesta contraria. Sostenía un ilustre diputado español ante los constantes y agresivos ataques en el foro que para qué intentar convencer a quien luego no te va a votar. Y prefería no razonar su postura por cansancio.

Sin embargo, paradójicamente educamos a nuestros alumnos para que vivan en un mundo diverso y respetuoso. Y a veces hay que aconsejarles que miren para otro lado. Que ante las broncas, insultos y gritos de la política actual, ellos aprendan a escucharse y a expresarse de manera cívica y humana. No imitéis a vuestros mayores. Les enseñamos a expresarse en escenarios incluso en inglés. Al menos en mi colegio cada vez son más frecuentes los llamados “child talks”.

En lo que sí coinciden políticos y alumnos es que no convencen: los jóvenes porque sólo debaten por ejercitarse y los mayores porque no se escuchan ni están ellos mismos convencidos de querer transmitir algo bueno.

A unos y a otros les diría que se puede conversar con quienes no están de acuerdo, como sostiene la profesora argentina Guadalupe Nogués. Esta “speaker” de TEDx Talks y autora de “Pensar con otros” sostiene que no bastan las evidencias para convencer. No hay más que verlo en nuestra política nacional e internacional. Y propone separar lo que creemos de cómo lo creemos, separar las ideas de las personas. Y llega a manifestar que de esta manera incluso podríamos estar más unidos a los de la otra postura que quieren dialogar que a los intransigentes de la nuestra.

E igualmente les recomendaría que sigan las ideas de Chris Anderson, el inspirador de TED. “Hay ideas que vale la pena difundir”, se puede cambiar el mundo con ellas si lo hacemos bien. Su consejo fundamental es estar convencido de que tienes algo que le interesa a los demás y que debes lograr que valga la pena compartir esa idea.

Recomienda preguntarse antes de hablar: «¿A quién beneficia esta idea?» Y necesita una respuesta honesta. “Si la idea solo les sirve a Uds. o a su organización, entonces, lo siento, quizá no valga la pena difundirla. El público lo notará en Uds. Pero si Uds. creen que la idea tiene el potencial para alegrarle el día a alguien o cambiar la perspectiva de otra persona para mejor, o inspirar a alguien a hacer algo de manera diferente, entonces tienen el ingrediente central para una charla genial, que puede ser un regalo para ellos y para todos nosotros”.

Ante la polarización de la política y la inutilidad del discurso no olvidemos que seducir, convencer o influenciar es posible si tenemos algo que ofrecer, si queremos alegrar a otro con algo útil.

Los gestos más motivadores que he visto en la arena política de nuestro país han sido los cambios de opinión. En dos casos líderes de la izquierda radical que han reconocido sus errores y la valía de un oponente. Y también un parlamentario de derechas que escuchó con respeto y halagó a otro al que todos despreciaron.

Porque las competencias en las que formamos a nuestros alumnos y futuros ciudadanos o políticos no son “saber expresarse en público”, sino saber difundir las buenas ideas aunque no sean tuyas, inspirar y ser capaces de hacer un mundo mejor entre todos. Pensar con otros y con-vivir.

Adrianey Arana

Foto de Julien Backhaus en Unsplash