Más guapos

«Viene cabreado». Se lo he oído decir alguna vez a un alumno según me acercaba a la clase por el pasillo. Algo de mi lenguaje corporal lo desvelaba. Era cierto. Y hay que tener cuidado de que no lo paguen ellos por ser el eslabón más débil de la cadena ese día. La mayoría de las injusticias las cometen los enfadados del mundo. O las personas que no han oido un chiste desde el día de su boda, si es que fueron a ella.

Dijo alguien que lo malo de enfadarse es que al final te tienes que desenfadar. Si no, llegamos a la guerra. Empezamos con una ironía y acabamos con escudo antimisiles. Lo de no acostarse nunca sin pedir perdón dicen que tiene efectos somníferos. En el trabajo es cierto que se rinde más de buen humor que enfadado, aunque el perfil de jefe parece exigir cara seria. Seguro que lo practican en las escuelas de negocios.

Hay profesiones en las que hay que estar siempre serio o enfadado: los diputados, las y los modelos (nunca sonríen), los jueces, los guardia-civiles de tráfico y los funcionarios de atención al ciudadano. Algunos dicen que no es obligatorio pero sí recomendable a profesores y padres de adolescentes.

En el extremo opuesto están los gansos que se toman todo a broma y son incapaces de conversar con sensatez. O las personas que le restan importancia a toda enfermedad o desgracia y siempre recomienden que no te alteres ni te pongas histérico.

Quizás el punto intermedio es lo recomendable: la ironía, la ida de olla controlada, el enfado teatrero con los niños, el juego de palabras, la broma y la sorpresa o el portazo ensayado para que no se rompa nada.

O mejor ensayar la sonrisa en el espejo una vez a la semana ayude bastante para vernos capaces de parecer amables. O hacerse un selfie para demostrarnos que el buen humor nos hace más guapiños. Porque lo normal es que de vez en cuando ofendamos a alguien (al menos al volante) y nos tengan que perdonar «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».

Vida de familia

El famoso director de orquesta Barenboim cree que los niños deberían aprender a componer música. No sólo poseer nociones de su historia o tocar un instrumento. Piensa que componer es una manera de comprender que unas cosas dependen de otras y que en la vida unos dependemos de otros. Y que no es sencillo lograr la armonía que tan agradable resulta.

A mi me sorprende la compenetración. Admiro y envidio esa habilidad entre dos cantantes, músicos, deportistas o amigos. Decía alguien que no es natural, que se trabaja y que en el matrimonio se puede adquirir y mejorar. He escuchado a un experto que la vida de familia no es ni un hotel bien gestionado ni un armisticio, sino una armonía en lo diverso.

No hay nada mejor que el nido familiar, pero en él hay que aprender a compartir. Si no se comparten cosas, no hay vida familiar. Si la comunicación sólo es informativa y racional y no es profunda, no existe.

Sacar adelante una familia es muchas veces tener el carácter de un sherpa, esos guías que suben al Everest dos veces por semana a escaladores que logran la fama por coronarlo una vez. Nadie los conoce ni se les reconoce. Pero lo hacen posible.

Foto: Jacqueline du Pré y su marido Daniel Barenboim

Papá

Es la primera vez que me hacen un regalo por el día del padre: un álbum ilustrado titulado “Papá”. Fue medio en broma, o sea, medio en serio por parte de algunas personas a las que dedico alguna atención. Nos estamos convirtiendo en cuidadores de una sociedad longeva.

Sánchez Serrano, autora de “Cuidarnos – En busca del equilibrio entre la autonomía y la vulnerabilidad”, sostiene que hemos de aprender a cuidar y a cuidarnos. Porque todos somos vulnerables. La cuarta charla más vista de TED es “El poder de la vulnerabilidad” de Brené Brown: la incertidumbre, el riesgo y la exposición emocional requieren aprender a ser vulnerable.

El futuro es de quienes sepan gestionar la incertidumbre, dice un amigo sabio, y crear en su entorno un ambiente de familia, añado yo.

Aunque siempre hay abanderados de pedagogías distópicas. Ante la noticia de que algunos colegios han suprimido el día del padre y de la madre para respetar los distintos modelos de familia me pregunto si hay que prohibir en los restaurantes la “tarta de la abuela” para no herir.

Por eso es prudente instalar alarmas para evitar que nos roben palabras que carecen de sinónimo y que nadie podrá sustituir en el futuro: mamá y papá, abuelo y abuela. 

Y gracias a por el álbum «Papá» de Hélène Delforge.

Ilustración de Quentin Gréban

Te quiero

Asisto a un simposio de mediación familiar en el que un ponente cuenta la desesperación de un paciente por arreglar su matrimonio. “Estoy cumpliendo todo por el libro: flores y flores, horarios… y no funciona. Pero el otro día el florista me comentó que, en contra de su negocio, lo importante no son las flores, sino la tarjetita”.

O sea que lo de “el medio es el mensaje” puede tener su razón comercial, pero el mensaje sigue siendo el mensaje. Hay que hablar. Si valoras a una persona hay que comunicárselo y, si la quieres, también. Porque las palabras son lo que nos distingue de los animales y lo que nos permite expresar los sentimientos.

En las tiendas de flores ya te ofrecen mensajes para los ramos de “docena de rosas” de 69’90 euros. Se ve que hay demanda. “Felicidades Fulanita, estoy lejos, pero te siento cerca”. Tampoco es que resulte muy acertado porque ya reconoces que estás lejos. Hay que saber redactarlo, digo yo.

Otros te ofrecen mensajes de segunda mano por si te sirven: «Una rosa por cada año juntos y te falta una, lo sé. Esa me la quedo yo y me encantaría poder seguir sumando… Fulanita». Yo recibo esto y me hundo más.

“Dejaré de quererte cuando la última rosa se haya marchitado”, es decir, que falta poco. “Que esté tan lejos y no quiera que hablemos todos los días no quiere decir que no me acuerde de ti. Fulanito”. Yo creo que hay gente que es mejor que no la líe y aprenda a decir “te quiero” o, al menos, sea sincero. Como aconsejaba Shakespeare «si el amor es rudo contigo, sé rudo con amor».

Pero quizá también es necesaria una educación del amor y de sus expresiones. Porque a veces todo se queda en educar la “sexualidad” y no se enseña a manifestar el “te quiero” ni a escribir cartas de amor. No hay más que ver las rudas despedidas de solteros que ya predicen la despedida de casados: todo un máster de falta de sensibilidad.

Porque como le decía Romeo a Julieta “si el amor es ciego, no puede dar en el blanco” y por eso le suplicaba: “desde ahora llámame solo ‘Amor’. Que me bauticen otra vez”.

Papel y boli

Yo creo que a los españoles nos harán el “juicio final” por escrito. Seremos evaluados por las respuestas en un papel. Ángeles repartirán bolis de propaganda. Y de ahí saldrá el aprobado o suspenso.

No hay más. Sí, hay que demostrar que hemos sido buenos, que somos capaces de vivir la vida y de sufrir los males. Que hemos adquirido competencias más que méritos. Que hemos amado y que al final suplicamos misericordia más que justicia. Pero sin hablar con un ser humano ni divino. Nos lo merecemos.

Lo digo porque en nuestro país hay mucha terminología educativa con la gestión de la evaluación, con su ámbito personalizado y digital, pero al final todo acaba en la selectividad de siempre en papel. Lo de la prueba oral en inglés ni se huele.

La inminente evaluación diagnóstico de la innovadora LOMLOE en 4º de primaria y 2º de ESO… ¿cómo será este primer curso? “Las pruebas estarán constituidas por cuadernos de alumnado, en formato papel”, establece la resolución normativa.

Pues no sé si lo importante seguirá siendo enseñarle a coger bien el lápiz a nuestros alumnos, apoyar la mano izquierda y tener buena caligrafía, perdón, lettering. Porque si ven en cualquier serie o peli al actor, actriz o al pediatra del centro de salud «agarrar» el bolígrafo confirmarán Uds. que somos hermanos de simios.

A los españoles nos gusta el boli: todo entrevistador o presentador lo lleva (no sé para qué) y en las oficinas está atado con una cuerda como en las tiendas los abrigos de piel. Hablar con un bolígrafo en la mano aporta seriedad, ciencia.

Al final nos examinarán con un “control con boli”. Lo que sí puedo adelantar es que no va a caer ni una pregunta sobre los 33 reyes godos, pero quizá sí alguna sobre los 7 reinos de “juego de tronos”, como ha sucedido en la EBAU hace dos años.