Pensar con otros

He asistido recientemente a varios concursos de oratoria escolares. Los alumnos usan sus exposiciones y réplicas como para convencerte. Saben que no lo logran porque hablan de temas aleatorios que defienden o atacan por sorteo.

Son asombrosamente técnicos en el uso de datos, evidencias o incluso trucos comunes de la retórica. Intentan ser gente que dialoga, habla y se escucha, pero no se emocionan de verdad ni te hacen cambiar de opinión o dudar de algo porque son impersonales.

En el panorama político actual sucede todo lo contrario. Hay lucha, confrontación, ira incluso, emoción y alusiones personales propias o ajenas, pero no hay oratoria, porque ni se habla ni se escucha. Hay prejuicios e ideologías sin diálogo. Tampoco se dirigen a un público sino a un contrincante. No se replica ni se contesta, sólo se hace uso del turno de palabra. Todo lo contrario a la oratoria escolar.

Es inaudito que un político reconozca su equivocación en una tribuna o que pregunte a su oponente con interés por conocer mejor su posición y menos aún que acabe votando la propuesta contraria. Sostenía un ilustre diputado español ante los constantes y agresivos ataques en el foro que para qué intentar convencer a quien luego no te va a votar. Y prefería no razonar su postura por cansancio.

Sin embargo, paradójicamente educamos a nuestros alumnos para que vivan en un mundo diverso y respetuoso. Y a veces hay que aconsejarles que miren para otro lado. Que ante las broncas, insultos y gritos de la política actual, ellos aprendan a escucharse y a expresarse de manera cívica y humana. No imitéis a vuestros mayores. Les enseñamos a expresarse en escenarios incluso en inglés. Al menos en mi colegio cada vez son más frecuentes los llamados “child talks”.

En lo que sí coinciden políticos y alumnos es que no convencen: los jóvenes porque sólo debaten por ejercitarse y los mayores porque no se escuchan ni están ellos mismos convencidos de querer transmitir algo bueno.

A unos y a otros les diría que se puede conversar con quienes no están de acuerdo, como sostiene la profesora argentina Guadalupe Nogués. Esta “speaker” de TEDx Talks y autora de “Pensar con otros” sostiene que no bastan las evidencias para convencer. No hay más que verlo en nuestra política nacional e internacional. Y propone separar lo que creemos de cómo lo creemos, separar las ideas de las personas. Y llega a manifestar que de esta manera incluso podríamos estar más unidos a los de la otra postura que quieren dialogar que a los intransigentes de la nuestra.

E igualmente les recomendaría que sigan las ideas de Chris Anderson, el inspirador de TED. “Hay ideas que vale la pena difundir”, se puede cambiar el mundo con ellas si lo hacemos bien. Su consejo fundamental es estar convencido de que tienes algo que le interesa a los demás y que debes lograr que valga la pena compartir esa idea.

Recomienda preguntarse antes de hablar: «¿A quién beneficia esta idea?» Y necesita una respuesta honesta. “Si la idea solo les sirve a Uds. o a su organización, entonces, lo siento, quizá no valga la pena difundirla. El público lo notará en Uds. Pero si Uds. creen que la idea tiene el potencial para alegrarle el día a alguien o cambiar la perspectiva de otra persona para mejor, o inspirar a alguien a hacer algo de manera diferente, entonces tienen el ingrediente central para una charla genial, que puede ser un regalo para ellos y para todos nosotros”.

Ante la polarización de la política y la inutilidad del discurso no olvidemos que seducir, convencer o influenciar es posible si tenemos algo que ofrecer, si queremos alegrar a otro con algo útil.

Los gestos más motivadores que he visto en la arena política de nuestro país han sido los cambios de opinión. En dos casos líderes de la izquierda radical que han reconocido sus errores y la valía de un oponente. Y también un parlamentario de derechas que escuchó con respeto y halagó a otro al que todos despreciaron.

Porque las competencias en las que formamos a nuestros alumnos y futuros ciudadanos o políticos no son “saber expresarse en público”, sino saber difundir las buenas ideas aunque no sean tuyas, inspirar y ser capaces de hacer un mundo mejor entre todos. Pensar con otros y con-vivir.

Adrianey Arana

Foto de Julien Backhaus en Unsplash

8M con Mayúscula

La mujer más influyente de la historia según la BBC fue Madame Curie. Recibió dos premios Nobel y no uno como su marido, su hija e incluso su yerno.

La más influyente en mi vida fue la soriana Pilar Pérez Laya. Trabajó en el INP, estudió fisioterapia en Río de Janeiro donde colaboró con Madame Lannari. Luego locutora de radio en Caracas y directora de personal del INSS. Siempre más que su marido, que la admiraba. Quiso sostener a la familia para crecer, no enorgullecerse.

De origen humilde vivieron ambas en el XIX y XX sin complejos ni empoderamientos. Proyectaron su talento profesional y educaron a sus hijas: Curie a Irene, también premio Nobel, y a Eva, su biógrafa. Pilar a sus tres hijos y sólo a ellos durante años. Competente ama de casa, jefa firme y dulce. Mi madre.

Mujeres libres antes que valientes, al revés que algún varón. Mujeres bandera, no con banderas. Mujeres adelantadas al feminismo. Las del 8M con Mayúscula.

Adrianey Arana

Quizá ya lo era

Respeto a toda mujer que ha abortado. Algo intuyo del trauma vivido en manos de quienes parece que no te dejan pensar y arrastran tus sentidos en un torbellino de emociones. Supongo que el silencio es la marca que permanece a pesar del perdón y del paso del tiempo. La duda de lo que no fue o sí fue. Como un tatuaje invisible.

Me cuentan de alguna chica que no ha olvidado ninguna píldora del día después ni ese día ni después. Que no se ingirió como una medicina “after hours” para la resaca. Que supuso el inicio del “después”. De un después de quien no podía ni quería ser madre, pero que quizá ya lo era.

Esas dudas o remordimientos me hacen pensar que el aborto no es algo sobre lo que podamos decidir. Hay cosas que no se pueden cambiar aunque las toquemos. Suceden querámoslo o no. Ni nosotros ni nosotras decidimos ni los legisladores aunque las aprueben. La fuerza de la naturaleza decide. Es como un terremoto.

El embarazo fruto de una violación o el no deseado es un embarazo, no un error de la naturaleza: es la vida que es así.

Dejarla ahí no tiene porqué abocar al fracaso. Viví un caso de dos críos, como se denomina ahora a los de 16 años, que decidieron tener el hijo y son felices. Y otra chica que sacó adelante a su bebé en 2º de bachillerato con el apoyo de todo el instituto y de su pareja.

Cuenta Cervantes, que habla y opina sobre el tema en “La fuerza de la sangre”, que tras ser violada Leocadia por un desconocido, el hijo fue maravilloso y “de tal manera su gracia, belleza y discreción enamoraron a sus abuelos, que vinieron a tener por dicha la desdicha de su hija por haberles dado tal nieto”. Y no hago de “spoiler” para que el que quiera lea el trágico y brutal inicio y el sorprendente final.

Lo duro del aborto no se alivia con plazos. Nadie lleva una vida más feliz por haberlo provocado en la semana 10 en vez de en la 20. Ya dicen los propios legisladores que es triste el aborto, pero es un derecho. Como en algunos lugares civilizados es legal y justo tristemente aplicar la pena de muerte. O como fue un derecho tener esclavos.

Aunque queramos, decidamos o legislemos, ya está ahí la vida. Aunque aquella chica no se sienta madre, quizá ya lo era. Porque si no podemos con los microscópicos virus que atacan la vida, menos con la misma vida aunque sea minúscula.

La mayoría de las películas acaban bien y esa es mi esperanza en este país que ahora mismo es lo más parecido a una película. De hecho hay leyes que quedan en desuso al cambiar la sociedad. La cultura por la vida se está abriendo paso de modo más real que la ley.

Porque primero es la vida y luego la norma. Y la vida no hay quien la interrumpa o al menos la pare.

Adrianey Arana

Foto: Unsplash 

Armanaz, la pura verdad

Una compañera se ríe corrigiendo un examen de un alumno y le pregunto qué le resulta tan divertido. Una respuesta con varias opciones para escoger la correcta en la que el niño había escrito “no sé cuál es”. Le hizo gracia el sincero afán de comunicarse y la confianza que le demostraba.

Más sincero me pareció el cómplice mensaje de una madre en un margen del cuadernillo de deberes de su hijo: “profe, a ver si nos pone un ‘Excelente’!!” Se lo puse… a ella. Es que creo que la sinceridad es un camino corto, seguro, fácil.

Otro compañero menos complicado que yo siempre me recomienda que ante un problema con algún niño les diga a los padres la verdad. Lo difícil es cómo comunicarla para no herir. El modo es quizá contar los hechos sin juzgarlos ni prejuzgarlos y salvando siempre la intención.

La sinceridad es el idioma de la verdad. Se usa para decir lo que las cosas son. Esta semana pregunté en una clase que qué hacía un estuche en el armario del profe. Y me saltó uno todo arrebatado que era suyo pero que el anterior profesor se lo robó. “Te lo quitó”, le intento apaciguar. “Es lo mismo” concluyó. Para ellos no hay intenciones, solo hechos. Dicen pero no juzgan. Hacen atestados.

Los niños te resuelven en dos patadas tus dilemas mentales. Basta por ejemplo con acudir a ellos para la consabida “autoevaluación del desempeño”. A veces lo hago: qué tal esta clase, qué hacéis conmigo, sobre qué estamos trabajando. Son claros. Al final de una jornada algo patética les pregunté: “Bueno, ¿qué hemos aprendido hoy?” “Nada”, confesaron. Y era la pura verdad.

Pero la risa del video de Karan, el niño sirio rescatado tras dos días bajo los escombros del terremoto también es verdad, real. Sale de la oscuridad y se acabó. Se pone a jugar feliz con los Cascos Blancos que no aguantan la emoción y los gritos. Muchos muertos, sí, pero la pura verdad es que han salvado a un niño que ríe como si todo fuera un juego. Porque a pesar de todo a veces la verdad es alegre.

En medio de tanta catástrofe, la verdad se abre paso para salir como las risas de este niño rescatado en Armanaz.

Adrianey Arana

La agenda oculta de la humanidad

Balances y análisis abundan al cambiar de año. Feliz Año Nuevo, sí, pero ¿cómo ha sido el 2022? La clave no es lo que nos ha sucedido, sino cómo hemos vivido lo que nos ha pasado. El balance excesivo suele ser negativo, porque todo es un don. Cuando un niño me suelta que cumple 10 años, por ejemplo, y me ofrece un bombón no le suelo recriminar: “sí, pero ¿cómo ha sido realmente tu noveno año?” Para él lo importante es que su edad ya es de dos dígitos, crece y se le permite pasar de categoría en fútbol.

Los balances y análisis son necesarios, pero no determinantes, porque hay más factores que el valor de la cesta de la compra y el gasoil, más profundos. Es cierto que para algunos comenzó una guerra y para otros se conquistó la añorada gloria de un mundial. Todo es cierto. Pero me parece imposible meter todo en una hoja excel y evaluar un período de 364 días más un 365 en el que fallece un Papa que dijo que hay que ir «más allá de los datos empíricos e históricos».

Más eficaz que el análisis, que suele conducir a la parálisis, es el brindis. El brindis es el deseo de todos, la agenda oculta de la humanidad. No en vano el brindis “¡…por la paz mundial!” de la película “El día de la marmota” siempre es válido y enamora treinta años después. 

Ante el “manual del futuro” que veo en librerías, logaritmos proféticos, diseños de un mundo inteligente y robótico y exigentes cuentas y calendarios europeos, me inclino más hacia el brindis, hacia el humano deseo del corazón. Al final cada año puede ir mejor o peor, pero “no se puede escapar de lo que nos hace humanos” concluye Laura Fernández en El País, desbordante autora de “La Señora Potter no es exactamente Santa Claus”. 

Brindar es “expresar un bien deseado a alguien o algo a la vez que se levanta la copa con vino o licor antes de beber”. No es una bendición, ni una superstición, ni una garantía. Es levantarnos, vivir y beber a pesar de todo, como el susurro de los protagonistas de “Casablanca” con dos copas de champagne en plena guerra mundial: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”.

Que cada uno piense su deseo para el 2023, levante su copa y brinde. La humanidad sueña y se levanta en cada cena y comida de Año Nuevo. Y yo no oculto que lo hago “porque la vida siga con amigos y familia”. Y que los remos de la barca no nos impidan seguir remando.

Adrianey Arana