Papel y boli

Yo creo que a los españoles nos harán el “juicio final” por escrito. Seremos evaluados por las respuestas en un papel. Ángeles repartirán bolis de propaganda. Y de ahí saldrá el aprobado o suspenso.

No hay más. Sí, hay que demostrar que hemos sido buenos, que somos capaces de vivir la vida y de sufrir los males. Que hemos adquirido competencias más que méritos. Que hemos amado y que al final suplicamos misericordia más que justicia. Pero sin hablar con un ser humano ni divino. Nos lo merecemos.

Lo digo porque en nuestro país hay mucha terminología educativa con la gestión de la evaluación, con su ámbito personalizado y digital, pero al final todo acaba en la selectividad de siempre en papel. Lo de la prueba oral en inglés ni se huele.

La inminente evaluación diagnóstico de la innovadora LOMLOE en 4º de primaria y 2º de ESO… ¿cómo será este primer curso? “Las pruebas estarán constituidas por cuadernos de alumnado, en formato papel”, establece la resolución normativa.

Pues no sé si lo importante seguirá siendo enseñarle a coger bien el lápiz a nuestros alumnos, apoyar la mano izquierda y tener buena caligrafía, perdón, lettering. Porque si ven en cualquier serie o peli al actor, actriz o al pediatra del centro de salud «agarrar» el bolígrafo confirmarán Uds. que somos hermanos de simios.

A los españoles nos gusta el boli: todo entrevistador o presentador lo lleva (no sé para qué) y en las oficinas está atado con una cuerda como en las tiendas los abrigos de piel. Hablar con un bolígrafo en la mano aporta seriedad, ciencia.

Al final nos examinarán con un “control con boli”. Lo que sí puedo adelantar es que no va a caer ni una pregunta sobre los 33 reyes godos, pero quizá sí alguna sobre los 7 reinos de “juego de tronos”, como ha sucedido en la EBAU hace dos años.

Por eso lo digo

Le digo que tiene un 9’75 porque quiere saber su media y me pregunta si eso es alto, medio o bajo. Me sorprende. Y para convencerle le digo que para mí eso es un 10. «¿Se lo puedo decir a mi madre, que no se lo va a creer?»

¿Por qué vendemos tan caro el 10 cuando es una nota tan real como las demás? Por tres razones: la primera porque siempre tenemos un prejuicio sobre el otro, la segunda porque nos cuesta reconocer los méritos de los demás y la tercera porque confundimos el 10 con la perfección total en esta vida.

En las cada vez más frecuentes encuestas de satisfacción a clientes o en la valoración de las compras on line lo habitual son 4 estrellitas de 5, o un 8 de 10, o una carita amarilla en vez de la verde. Si tuviéramos que ser evaluados por los de nuestra casa pienso que incluso bajaríamos en el ranking.

Un 10 es una persona o un alumno que ha cumplido todos los objetivos a un nivel humano, normal y bien. Ya sabemos que si un hijo nos llega «con todo dieces», no significa que sea Mozart, o que si al marido o esposa le califican con ‘excelente’ en el trabajo y le acumulan un bonus subiéndole sueldo no es porque sea la Merkel, sino simplemente porque es justo reconocérselo. He visto casos de padres cuyo hijo le llega con «todo 10 menos un 9 en lo que sea» y, en vez de felicitarle, le saltan con un «¿y este 9?!» Y he conocido algún profe del que cuenta la leyenda que «érase una vez que pusieron un 10…»

Quizás otros regalemos algo de nota, pero el 10 existe (como Teruel) en las calificaciones oficiales. Es tan real y válido como el 0 o el 4. Y fuera de lo académico hay «personas 10» a nuestro alrededor a quienes hay que decírselo, lo que no es falta de exigencia. Yo no educo para exigir: yo educo, exigiendo o no. Mi objetivo no es la exigencia, sino el crecimiento y el aprendizaje. Y eso a veces se logra con la memoria, otras con el juego, otras con la emoción, otras con la exigencia y otras o todas las veces con amor… en su sentido más amplio.

No soy partidario de la cultura del esfuerzo, sino de la cultura, de una mayor y más extensa cultura a todos los niveles sociales. Leo a un gran experto en ‘formación de personas’ que no se puede descuidar la exigencia, pero que la clave es «abrir horizontes»: «si nos limitásemos a exigir y a ser exigidos, podríamos acabar por ver sólo lo que no alcanzamos a hacer, nuestros defectos y limitaciones», o sea «¿y este 9?!»

Ya sé que este artículo no se merece un 10 por tres razones: porque ya sabes que mi nivel es de 7’4, porque te da vergüenza decírmelo en un «like» y porque no tiene el estilo de un periodista del New Yorker. Lo sé. Por eso lo digo.

Adrianey Arana

Dime, espejito mágico…

«Espejito mágico, dime ¿quién es la más guapa de las dos?» Es la pregunta que todo claustro de profesores deberá hacerse ante la posibilidad de cargarse a un alumno en junio y que repita curso o no. En el fondo, será un espejo de ellos mismos. Más que de el alumno.

El profesorado español está dividido ante la nueva ley que permite pasar curso y no repetir con suspensos. Algunos lo ven como peligroso: «el mensaje es que da lo mismo lo que hagas». Otros y casi todos lo ven como una oportunidad de mejorar la calidad de la evaluación del claustro: «Creo que si la evaluación es de todo el equipo docente puede ser mucho más enriquecedora», comenta una profesora en El País.

Repetir curso a veces beneficia al alumno y la mayoría de las veces no. Depende de factores «que no dependen» ni del profesorado ni del alumno. Y ahí está la cuestión. La mayoría de las repeticiones se dan en 3º ESO y el éxito de la medida está en que a veces el alumno -casi siempre varón- cambia de centro o la madurez avanza o los amigos se separan de aula.

En general, un alumno que sabe que todo el equipo docente va a evaluarle conjuntamente tenderá a esforzarse porque no encontrará fisuras «en el frente enemigo». Como cuando los padres se ponen de acuerdo en algo o los padres y el tutor fijan obetivos comunes. Porque con la nueva ley el claustro docente puede decidir que el alumno repita independientemente de los suspensos, lo que puede resultar más «peligroso» para el alumno. Es una ley que bien aplicada da más poder al profesorado que trabaje en equipo y ampara su evaluación.

Repetir curso no tiene por qué ser un trauma, pero si 1 de cada 3 estudiantes de 15 años ha repetido curso en este país es que los profes tenemos que hacer algo. Y uno de los pasos es ponernos a trabajar conjuntamente en cada centro. Y con los padres. Y claro, habrá que preguntarse qué hacer con los varones que están tan desamparados y desempoderados.

Adrianey Arana

Photo by Thomas Park on Unsplash

El Informe Inclinado de PISA

El Informe PISA seguirá inclinado sobre España durante más siglos que la famosa Torre hasta que no cambiemos el modelo educativo. Otros países lo han enderazado y ya cosechan sus primeros éxitos. Aquí hemos dado el primer paso con la LOMCE, pero todavía no sin estrenar. Pero ¿qué más podemos hacer los educadores y padres de a pie?

Los profesores necesitamos autocrítica con objetivos a corto plazo. Lo digo porque la siguiente foto PISA se hará con los actuales alumnos de 1º ESO dentro de sólo dos cursos. Y la siguiente será con los que ahora están en el aula de 4º de Primaria. O preparamos a los alumnos con pruebas de evaluación tipo PISA o seguiremos inclinados. Así se hace con la Selectividad, con los exámenes de Cambridge o con el carnet e conducir. Y así lo practican los países asiáticos ascendentes en sus escuelas.

En segundo lugar debemos valorar más las clases y el horario escolar disminuyendo las largísimas vacaciones estivales y fomentando la asistencia al colegio. Nuestros niños sufren unos períodos escolares de altibajos, con meses de verano en el que se olvidan hábitos y rutinas de aprendizaje y trabajo. Bien podríamos imitar el calendario de casi la totalidad de países anglosajones y europeos, más adecuado a la vida escolar que a la festiva. Nuestra falta de ritmo y constancia no so propias de un país centrado en la educación y provocan escándalo en el ámbito internacional.

Los padres y profesores debemos valorar más la vida escolar y la asistencia a clases. España ha resultado ser uno de los países con mayor absentismo escolar según PISA. Muchos alumnos habían faltado a clase algún día en las semanas previas a la prueba. Somos muy amigos de ponernos malos, irnos de esquí o de que el niño se quede en casa por cualquier motivo.

En nuestro país los niños dedican más horas semanales a la actividad extraescolar (aunque sea en el propio centro) que a la escolar. Las familias invierten más dinero en la formación no escolar (conservatorio, entrenamientos, natación, idiomas) que en el recibo de un colegio.

Esto refleja nuestra percepción de la escuela como un lugar de convivencia más que como un lugar de aprendizaje, quizás promovida por la ingenuidad de los políticos durante las últimas décadas. Y hemos de recuperar la idea de que los alumnos van al colegio a aprender y los maestros a enseñar. Y ambos a trabajar durante horas. No puede ser competente a nivel europeo el niño que tiene 3 horas semanales de Lengua y 10 horas de futbito o el profesor que no pasa horas programando y pensando nuevos métodos.

Para enderezar la torre inclinada de PISA hay que arreglar su sustentación con trabajo ordinario bien hecho, no con cambios traumáticos que la desestabilizarían y la harían derrumbarse.