Por eso lo digo

Le digo que tiene un 9’75 porque quiere saber su media y me pregunta si eso es alto, medio o bajo. Me sorprende. Y para convencerle le digo que para mí eso es un 10. «¿Se lo puedo decir a mi madre, que no se lo va a creer?»

¿Por qué vendemos tan caro el 10 cuando es una nota tan real como las demás? Por tres razones: la primera porque siempre tenemos un prejuicio sobre el otro, la segunda porque nos cuesta reconocer los méritos de los demás y la tercera porque confundimos el 10 con la perfección total en esta vida.

En las cada vez más frecuentes encuestas de satisfacción a clientes o en la valoración de las compras on line lo habitual son 4 estrellitas de 5, o un 8 de 10, o una carita amarilla en vez de la verde. Si tuviéramos que ser evaluados por los de nuestra casa pienso que incluso bajaríamos en el ranking.

Un 10 es una persona o un alumno que ha cumplido todos los objetivos a un nivel humano, normal y bien. Ya sabemos que si un hijo nos llega «con todo dieces», no significa que sea Mozart, o que si al marido o esposa le califican con ‘excelente’ en el trabajo y le acumulan un bonus subiéndole sueldo no es porque sea la Merkel, sino simplemente porque es justo reconocérselo. He visto casos de padres cuyo hijo le llega con «todo 10 menos un 9 en lo que sea» y, en vez de felicitarle, le saltan con un «¿y este 9?!» Y he conocido algún profe del que cuenta la leyenda que «érase una vez que pusieron un 10…»

Quizás otros regalemos algo de nota, pero el 10 existe (como Teruel) en las calificaciones oficiales. Es tan real y válido como el 0 o el 4. Y fuera de lo académico hay «personas 10» a nuestro alrededor a quienes hay que decírselo, lo que no es falta de exigencia. Yo no educo para exigir: yo educo, exigiendo o no. Mi objetivo no es la exigencia, sino el crecimiento y el aprendizaje. Y eso a veces se logra con la memoria, otras con el juego, otras con la emoción, otras con la exigencia y otras o todas las veces con amor… en su sentido más amplio.

No soy partidario de la cultura del esfuerzo, sino de la cultura, de una mayor y más extensa cultura a todos los niveles sociales. Leo a un gran experto en ‘formación de personas’ que no se puede descuidar la exigencia, pero que la clave es «abrir horizontes»: «si nos limitásemos a exigir y a ser exigidos, podríamos acabar por ver sólo lo que no alcanzamos a hacer, nuestros defectos y limitaciones», o sea «¿y este 9?!»

Ya sé que este artículo no se merece un 10 por tres razones: porque ya sabes que mi nivel es de 7’4, porque te da vergüenza decírmelo en un «like» y porque no tiene el estilo de un periodista del New Yorker. Lo sé. Por eso lo digo.

Adrianey Arana

Dime, espejito mágico…

«Espejito mágico, dime ¿quién es la más guapa de las dos?» Es la pregunta que todo claustro de profesores deberá hacerse ante la posibilidad de cargarse a un alumno en junio y que repita curso o no. En el fondo, será un espejo de ellos mismos. Más que de el alumno.

El profesorado español está dividido ante la nueva ley que permite pasar curso y no repetir con suspensos. Algunos lo ven como peligroso: «el mensaje es que da lo mismo lo que hagas». Otros y casi todos lo ven como una oportunidad de mejorar la calidad de la evaluación del claustro: «Creo que si la evaluación es de todo el equipo docente puede ser mucho más enriquecedora», comenta una profesora en El País.

Repetir curso a veces beneficia al alumno y la mayoría de las veces no. Depende de factores «que no dependen» ni del profesorado ni del alumno. Y ahí está la cuestión. La mayoría de las repeticiones se dan en 3º ESO y el éxito de la medida está en que a veces el alumno -casi siempre varón- cambia de centro o la madurez avanza o los amigos se separan de aula.

En general, un alumno que sabe que todo el equipo docente va a evaluarle conjuntamente tenderá a esforzarse porque no encontrará fisuras «en el frente enemigo». Como cuando los padres se ponen de acuerdo en algo o los padres y el tutor fijan obetivos comunes. Porque con la nueva ley el claustro docente puede decidir que el alumno repita independientemente de los suspensos, lo que puede resultar más «peligroso» para el alumno. Es una ley que bien aplicada da más poder al profesorado que trabaje en equipo y ampara su evaluación.

Repetir curso no tiene por qué ser un trauma, pero si 1 de cada 3 estudiantes de 15 años ha repetido curso en este país es que los profes tenemos que hacer algo. Y uno de los pasos es ponernos a trabajar conjuntamente en cada centro. Y con los padres. Y claro, habrá que preguntarse qué hacer con los varones que están tan desamparados y desempoderados.

Adrianey Arana

Photo by Thomas Park on Unsplash