La importancia de la curiosidad

EDUARDO CAAMAÑO.-  Que las pantallas se han hecho con la atención de los niños y adolescentes no me queda la menor duda y, podría llegar a asumir que se trata de un fenómeno que forma parte de nuestra evolución, ya que históricamente, una nueva tecnología siempre reemplaza a la anterior.

Sin embargo, la cuestión que me planteo no es la sustitución de un medio anticuado por uno más moderno, sino los efectos que el uso indiscriminado de las nuevas tecnologías pueda provocar en los más jóvenes. Según estudios recientes, el uso excesivo de las pantallas interfiere en las actividades que son cruciales para un sano crecimiento. Como consecuencia, observamos adolescentes menos reflexivos y cada vez más inmersos en las pantallas. Los jóvenes ignoran que todo ese tiempo conectados hace que se pierda uno de los atributos más importantes para el avance de la humanidad, que es la curiosidad por aprender una cosa nueva.

La curiosidad es una fuerza poderosa que nos lleva a explorar lo desconocido, a formular preguntas y buscar respuestas en lugares donde nadie más ha mirado. Es esta cualidad la que ha dado lugar a algunos de los mayores logros de nuestra historia, desde la electricidad hasta los avances en medicina. Para los jóvenes, cultivar la curiosidad es crucial. En lugar de limitarse a consumir contenido rápido y superficial, deben ser incentivados a profundizar en diversos temas, a leer ampliamente y a investigar por su cuenta. Esto no solo les proporcionará una base sólida de conocimientos, sino que también les permitirá participar activamente en conversaciones significativas y contribuir de manera valiosa a la sociedad.

Foto: Annie Spratt · Unsplash

Enamorarse leyendo

Una tarde en una caseta de la Feria del Libro da para mucho. Para ver que los niños arrastran a sus padres. Para ver que en las ferias se vende más de bolsillo que de tapa bonita. Y para comprobar que los mayores compran género policíaco, acción y títulos que riman: la casa de las rosas, el jardín de los secretos, amores cruzados, espadas como labios… el típico título que Camilo J. Cela recomendaba para vender.

Y percibes que toda una ingente gente se auto-educa con libros de lectura fácil (además de las redes sociales, el Marca y el Hola). Y que hay quienes utilizan esos canales y conocen sus reglas comerciales y didácticas y se convierten en educadores o maestros. Millones de personas inteligentes (los que al menos leen) entregan sus opiniones y juicios a esta lectura de evasión. Millones de ventas.

A partir de los 12 años la lectura decae. Aparecen los amigos, la consola seria, los deportes de competición, las salidas y la ausencia de insistencia escolar y paterna por la lectura y de bibliotecas en los centros.

Los clásicos ni aparecen por ser prejuzgados de “obligatorios” y por tanto cancelados. Cuando realmente los clásicos, como dice Irene Vallejo, no son obligatorios, sino que “han sido especialmente amados, han sobrevivido a lo largo de los siglos… con lectores apasionados”.

“El mecanismo humano, es decir, cómo funciona el humano, no ha cambiado”, sostiene la italiana Andrea Marcolongo afincada en París. “Lo que sentimos cuando nos pasa algo muy fuerte, muy intenso (…) es exactamente lo mismo que sintieron los griegos antiguos”. “Leer los clásicos no es cuidar el pasado, al revés, es cuidar el futuro. La respuesta está en los libros: basta con abrirlos. Para mí, el mundo antiguo es como la inteligencia artificial, pero sin ser artificial.”

La literatura te ayuda a entender el mundo. Así no sorprende ver la actualidad de las revueltas francesas (o la de los chalecos amarillos) cuando en el tercer libro más leído de la historia Dickens pinta París como la ciudad que representa la agitación y el conflicto (Historia de las dos ciudades).

Y puede ser que uno salga de la universidad -no digo de la escuela- sin haber leído los libros más amados y sincrónicos de la historia (la Biblia, Dickens, Cervantes, Homero, Tolstoi) porque nadie te los ha presentado, como cuando te presentan a un amigo tomando unas copas.

Lo cierto es que si a partir de los 12 años los libros y las bibliotecas se presentan como amigos la gente lee. Experiencias tenemos. Los centros de secundaria y bachillerato con una buena biblioteca generan I+D+Ideas.

Conozco casos como la Library Stonyhurst, la biblioteca del prestigioso colegio inglés, que trabaja y crea actividad al igual que la sección de deportes y que gestiona su propia cuenta independiente en Twitter. O la biblioteca del famoso Colegio Maravillas de Alejandro de la Sota en Madrid, con una esmerada organización y silencio. Incluso en Vigo la biblioteca de un instituto de barrio como es el IES Rosais II, que por algo habrá sido el mejor centro público gallego en selectividad este año 2023.

En la pequeña localidad libanesa de Beit ed-Dine que visité hace años los niños frecuentaban el único lugar con actividades: la cuidada, hermosa y fresca biblioteca, en la que leer es agradable. Quizás por eso sus gentes construyeron tales grandiosos palacios en los que se alojaban esplendor y sabiduría, asombro del actual viajero.

Cuanto más se rocen los alumnos con los libros más amigos serán o más amor surgirá entre ellos. Y amarán a los más queridos a través de los siglos o en tantas culturas actuales y diversas.

Y como estamos en un mundo híbrido y respetuoso con el papel también se les puede proporcionar un libro electrónico de los de solo lectura. Ediciones más baratas, mayor concentración que en tabletas y hasta motivación para algunos momentos. El alumno más lector que tuve durante una época era de libro digital. Leía y leía con su pantallita en blanco y negro, fácil de llevar en cualquier mochila adolescente, que sacaba en cualquier rato libre. Que es de lo que se trata: de leer libremente y de ser más libre leyendo.

Si las bibliotecas se cuidan en los centros y se diseñan en las ciudades, barrios y urbanizaciones de un modo serio y atractivo, lo jóvenes verán libros y leerán. Se enamorarán. Porque como creía Shakespeare «el amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos». Fall in love reading.

Adrianey Arana    ·     Foto de Bethany Laird en Unsplash

What’s up!

Ese maravilloso invento que nos mantiene comunicados sin coger el teléfono ni escribir cartas y a la familia unida: el Whatsapp. Nos ha alegrado la pandemia, el cotilleo, el criticar al que sube bromas sin parar, que luego eliminamos o no porque nos han gustado. Y dicen que nos hace escribir y leer 1 ó 2 horas al día. O sea, que leemos y escribimos más que nunca jamás.

Al whatsapp hay que sacarle más partido con los niños en el coche.  Por ejemplo, le dejas el móvil al niño y le dices “ponle a tu tía que estamos saliendo”, “felicita a la abuela”.  Pero que lo redacten ellos, con frases, no con emoticonos. Sin dictarles el mensaje literalmente. Así piensan y crean. Y nos sirven de secretario. Con mayúscula al principio y en los nombres propios. Con tilde. Con signos de interrogación antes y después. Con exclamación antes y después y solo una al final, ¡no varias!!!!

Este truco le ayuda al niño a escribir más que mil cuadernillos de verano. “No pongas OK, pon otra palabra”; y que la piensen: de acuerdo, perfecto, vale. “Ahora pregúntale a tu madre que, además de leche, qué había que coger… pero en inglés”. O en galego. Y lo hacen con nuestro móvil, porque ellos «no tienen». Mejor clase de Lengua en verano no van a tener. Escribir. He comprobado que les encanta “escribir” con el whatsapp.

Además intuyen los mensajes y el remitente sin mirar. Más de una vez ha sonado el avisito de mi móvil encima de la mesa en clase y alguno ha saltado: “es mi madre… para lo que te dije…” Y un día le contesté al niño de 6 años que llevaba una hora para hacer una frase con «granjero» y «manguera» o «vaca», no me acuerdo: “pues, venga, cógelo y contéstale tú, a ver qué tal”. Tecleó:  “Gracias, fulanita, ya se lo recuerdo a tu hijo antes de salir, no te preocupes. ¡Un gran saludo!” Le puse un 10: What’s up!

Adrianey Arana

Photo by McKaela Taylor on Unsplash

Si tienes 6 ó 7 años y tus padres quieren que leas

  • 16 olímpicos muy, muy importantes (César García Fdez.)
  • El bote del Dr. Bombard (Jordi Sunyer)
  • Herbario (Adrienne Barman)
  • El fantasma de la casa de al lado (Iñaki R. Díaz)
  • Mi primer viaje por Europa (Pascale Hédelin)
  • Max Burbuja. Dejadme en paz (El Hematocrítico)
  • Dinosaurios asombrosos (Joshua George)
  • El Gato Garabato (Dr. Seuss)
  • Así es Santiago (Fermín Solís)
  • Perro apestoso va a la playa (Colas Gutman)
  • Maravillosos vecinos (Hélène Lasserre)
  • Agus y los monstruos (Jaume Copons)

Adrianey Arana

Leyendo con mis hijos

 

¡María, María, hay librería! Pablo tendría cinco años y se dirigía así a su hermana, corriendo alegre a decírselo al ver alzados sobre su cama los álbumes ilustrados recién traídos de la biblioteca y que yo acababa de colocar, como cada pocos días, para alimentar la lectura en voz alta de la noche, con ellos ya en la cama.

     ¿Por qué les leía? Para compartir lo que a mi me apasiona. Para estar a gusto juntos, con un padre poco dado al ejercicio. Para hacerles conocer otros mundos y vivir otras vidas. Para ofrecer la palabra en una época en que las imágenes se nos dan de manera avasalladora.

     En el fondo, una ilusión: que llegasen a ser lectores ellos mismos. Pero sin que la ansiedad por el posible logro futuro enturbiase el momento vivido.

     Porque “si la literatura es un lujo, las ficciones son una necesidad”. Y ficciones aplanadoras se nos dan a todos, pero es bueno ofrecer las más plenas de belleza y sentido.

Ignacio Lete