Begin the Beguine

ADRIANEY ARANA.-  La niña cumplía 1 año y le soplamos “la vela”. Su hermanita algo mayor aplaudía feliz mientras me preguntaba: “¿a que te gustan los cumpleaños de mi hermana?” No sé, quizás la primera vez para un niño es lo mismo que las siguientes. Todo es nuevo y siempre. 

A lo mejor por eso pueden ver veinte veces el mismo video y tan entusiasmados como la primera. Hay algo atemporal en la infancia. Todo lo repiten y todo lo esperan. Son felices «preparándose» para los Reyes, para su cumple, para estrenar pantalón con bolsillos este curso.

La vuelta al cole en septiembre es una gran fiesta, un sueño sin dormir y, por otra parte, una loca jornada de fotos y videos de los papás. 

Últimamente también me sorprende ese día la ”vuelta a casa”: familias agolpadas a las salidas de los centros casi con banderitas y larguísimos abrazos para recibir a los recién graduados del primer día de clase. 

Los informativos abren con imágenes de la jornada y la política queda relegada a su sitio: el segundo plano. Porque en el fondo la vuelta al cole es la vuelta a todo. Una oportunidad para volver a empezar y bailar mejor. Begin the Beguine.

Foto de Maarten van den Heuvel en Unsplash

Lamine Yamal

Me encuentro a un “Lamine Yamal” por la calle que me saluda efusivamente. Es un alumno también futbolista y de la ESO. Transmite euforia y empoderamiento celebrando las vacaciones con la camiseta de su equipo, sus amigos interraciales, flequillos y rapados laterales.

Si un adolescente normal y corriente como Lamine es capaz de poner en pie a todo un país, piensas si no estigmatizamos a los «adolescentes». Una palabra que ya suena mal: preocupantes, fracasados, solitarios, empantallados, irrespetuosos. 

Pero son los que van a levantar y ya están animando este país. Suelen ser mentalmente independientes desde los doce años. Y son capaces de soñar, decidir y afrontar cualquier escenario, aunque legalmente no puedan o no les dejemos.

¿No habrá que cambiar el foco al mirarles? Como hace un año alguien en Lisboa: “Vosotros sois la esperanza que ilumina la noche”.

El robo del siglo

“En caso de emergencia siga las indicaciones del equipo a bordo del tren. Irán identificados con chalecos de alta visibilidad”. Por ahora no he tenido ningún incidente, accidente o secuestro ni he visto a nadie en los vagones con cara de terrorista. Pero debemos estar alerta.

Además de por la seguridad física, debería existir personal que mantuviera el optimismo por el buen humor en la vida diaria. No con chaleco porque no propongo contratar un payaso para la oficina o un chistoso superpositivo para la reunión familiar o el trayecto en bus. Digo que perder el humor es una cosa grave. Y que asegurarlo en cualquier posible escenario es algo serio.

Propongo una ley que obligue al «mantenimiento de la esperanza» en los proyectos y una «cuota de optimismo» en la jornada laboral. A nivel escolar crearía una asignatura de «buen humor», que conciencie del derecho que todos tenemos a la alegría y nos eduque para ver el lado positivo de las cosas, aunque no pertenezcamos a un sector socioeconómico favorecido. Que te quiten puntos del carné de conducir si te cabreas con otro conductor, por ejemplo.

Si algo importante te pueden robar es la buena cara y la alegría. Lo demás no importa. Por eso a veces intento practicar y me obligo a contar chistes y tonterías, que es con lo que más conectan los niños, los españoles y los políticos de este país. A costa, me consta, de parecer desinformado, superficial o poco realista, el robo del siglo es el que nos despoja del buen humor.

Y es que como decía el otro: “oye, que hay mucho loco suelto por la calle”. A lo que el amigo respondía: “a mí me da igual… porque soy invisible”. O como el pasajero del vuelo que me precedía en el embarque. Le dicen al pobre que lo lamentan, pero que tienen que bajar su maleta a la bodega. Y, en vez de protestar, sonríe: “hombre, si tienen bodega, ¡bájenme a mí también!”

El tono

Los padres buscan soluciones, recetas para educar a sus hijos y sobre todo esperanza, referencias y comprensión. Las publicaciones sobre educación tienden a inclinarse por difíciles cuestiones técnicas, consejos irrealizables e ideas para ser unos padres perfectos o, al revés, resignados.

Los teóricos del sector educativo dan un barniz excesivamenrte cognitivo y científico a los problemas de la infancia o de la adolescencia con escasas dosis de normalidad o de optimismo.

Y estos son precisamente los dos hilos a seguir: la normalidad y la esperanza.

Siempre me ha parecido oportuno mantener una actitud de sentido común en la educación de los hijos. Ser una madre o un padre normal cuesta esfuerzo porque lo novedoso, lo raro y teórico está de moda. Obedecer no está bien visto, pero es normal. Pero lo que no es normal es que los niños obedezcan a la primera.

Por otra parte, hay que tratar a los niños como «si fuesen» personas normales, porque eso son: niños y personas normales, que al final es lo mismo. Es más normal ser niño que ser complejamente mayor. Hablar y tratar a un hijo con estas claves aporta paz y armonía en el crecimiento.

«Resignarse» ante posibles síndromes y deficiencias o ante los comportamientos a veces conflictivos en las aulas o en la propia familia y en el entorno, ante las relaciones con los profesores… o incluso ante la política educativa del momento no es la solución. Y los gurús tampoco ofrecen muchas pistas sólidas.

El tono de la partitura es la esperanza. Ante el reto de la educación en la familia, la actitud de los padres y educadores no debe ser la resignación, la queja o las últimas ideas del último artículo de «cómo educar a tus hijos» (como este, je), sino la esperanza y muchas veces el buen humor.

Como sostiene un sabio colega profesor, los cuentos más educativos son aquellos  que no pretenden serlo ni buscan intenciones exclusivamente curriculares, sino los bien escritos, la literatura de la vida real.   

El truco está en cambiar nuestro tono «educativo» por un tono de voz «normal»,  tranquilo, alegre, esperanzado. 

Adrianey Arana

Foto de Roberta Sorge en Unsplash

El primer recurso

A pesar de la invasión, Kvitka, con 6 años ha comenzado el colegio en Leópolis (Ucrania) y Maryana, su madre, comenta alegre que «a los niños ya les enseñaron antes qué tienen que hacer en caso de una alerta aérea y ya tuvieron una de prueba. Mi hija ha estado yendo a una guardería desde abril, así que está acostumbrada a las evacuaciones».

Una madre feliz y fuerte, esperanzada con el colegio «que tiene dos refugios antibombas para todos los niños», ilusionada por este curso escolar. No se ha quejado por la ratio, el comedor, las extraescolares o por el profe nuevo.

Serhiy Gorbachov, para mí el héroe educativo de los ucranianos, ha mantenido esta esperanza. Se ha quejado menos que la UNICEF y se ha dedicado a aprovechar el terreno ganado on line durante el covid para mantener un centro de enseñanza en línea para todos los ucranianos dentro o fuera del país, con más recursos que muchos de los que nos enorgullecemos los innovadores twitteros y supertiktokers del oeste. Y eso en plena guerra.

Ofrecen versiones digitales de los libros de texto para todos, programas para niños con necesidades educativas especiales y una página web específica para educación «en situaciones de emergencia», sin contar que la guerra lo sea.

Gorbachov afirma que el reto es único: que todos los estudiantes siempre tengan clase pase lo que pase. No repite ni se lamenta de que se han destruido 270 escuelas ni de que haya muchos desplazados. No se queja. Al revés, habla de «bendición» refiriéndose a la experiencia acumulada durante la pandemia.

Su objetivo no es cómo evaluar con la LOMLOE sino cómo saltarse el programa educativo ruso implantado en muchas escuelas. No es por nada, pero cuando yo mismo visité hace años una escuela de la frontera polaca, todavía el único mapa del aula era de la «URSS» y todo estaba en ruso.

Maryana estaba contenta en septiembre porque algunos días en el colegio su hija Kvitka ha disfrutado la jornada escolar sin interrumpir sus clases en el aula por alarma antiaérea. ¡Qué bien!

Me gustaría ser profesor en Ucrania, donde la esperanza no es lo último que se pierde, sino el primer recurso educativo, la mejor arma.

Adrianey Arana

Foto de Jon Flobrant en Unsplash