Proverbial

Rodeado en el agua de “nosécuantos” chavales de un campamento urbano -que en mi ciudad consisten en estar en la playa-, unas niñas lloran porque han perdido las gafas de nadar. El monitor chino sonríe, se sumerge y las recupera. Vuelve la tranquilidad y el Bruce Lee sigue cuidando el loco rebaño de niños que saltan olas.

Un monitor chino es una garantía. Lo ves en el agua hasta media cintura, fibra y músculo, inmutable, sin entender nada, pero pendiente de cualquier gesto y vigilando ese circo como una tienda de chinos, o sea, desconfiando de que le manguen. Por eso da seguridad verlo como monitor en la playa.

No sé por qué son así. Sufridos, trabajadores, sencillos. Lo hacen todo sin fardar. Fabrican, copian o inventan sin complejos y resuelven.

La señora china que regenta el bazar chino más cercano a mi casa es de Zhejiang, de donde al parecer provienen la mayoría de los inmigrantes en España. Habla con la abuela todos los días, que viene a Galicia cuando puede. Son humanos. Cuidan a sus mayores como algo sagrado y su mayor empeño es la educación de los niños, en lo que se esmeran sin ser políticamente correctos.

Admiro su sobriedad, discreción y eficacia, su amabilidad y su mirada sonriente. Su capacidad para inventar Tik-Tok, amedrentar a USA, ser los líderes del “made in China” de Apple y del textil mundial (incluidos los pantalones “chinos”), regentar casinos, viajar al espacio, escribir cuentos chinos con tinta china, exportar naranjas de la China, levantar la muralla más larga del mundo (ríete tú del Muro de Berlín, del de México-USA o de la muralla de Lugo). Y de ensamblar los móviles del mundo.

Pero lo mejor-mejor es la sabiduría de lo obvio, hoy en boga. En un mundo donde lo más llano y simple se ha convertido en ciencia ellos triunfan. No hay líder que no practique el zen y no hay gurú, entrenador o director de máster que no te saque a relucir un proverbio chino.

Ya decían hace muchísimos años que “las mujeres sostienen la mitad del cielo” (no es de ningún partido político occidental). Extendieron el famoso “dale un pez a un hombre y comerá hoy; enséñale a pescar y comerá el resto de su vida” (por favor, que nadie lo vuelva a repetir en un claustro a principio de curso), que «el pueblo resulta difícil de gobernar cuando es demasiado inteligente» (quizá tuvieron contactos con españoles) y que “si deseas ser justo, llama a tres ancianos” (no a un “líder”).

Piensan que “es más fácil saber hacer una cosa que hacerla” y ellos hacen cosas.  Por eso hay casi tantos proverbios como chinos y nos hacen ver que cada una de nuestras insignificantes vidas puede ser proverbial. Como decimos por aquí: inspiradora. Para uno mismo, para los nuestros, para los otros o para lo que viene siendo el más allá.

Adrianey Arana    ·     Foto de Yiran Ding en Unsplash

Su asistente humano

Me dice Mari Carmen, de Vigo, que en la actividad de mindfulness la gente mayor cuenta muchos problemas. Los asistentes se quejan de la vida, de que los hijos no vienen mucho a casa. La monitora les da consejos motivacionales, pensamientos y reflexiones para ser mejor persona y un poquito de respiración para terminar.

No se sabe quién tiene la culpa de tanta problemática mental. Porque en ocasiones no se trata del síndrome del nido vacío, sino del avispero abandonado. Familias desestructuradas a las que solo unen los lazos de la sangre ahora sin nudo. O familias de algún tipo de familia que al final no lo era.

Me dice Ana, de Barcelona, experta monitora de natación, que los mayores van mucho a la piscina. Quieren conversar con ella y pasar la mañana. Tiene que animarlos para que cojan un churro y naden un largo o un corto. Y la dejen trabajar.

Me dice Manolo, de A Coruña, que el centro cívico al que acompaña a otro amigo mayor es un hervidero social. Ya no son los tristes locales de clases de bolillos y partida de naipes. Son centros neurálgicos -nunca mejor dicho- de actividades de terapia física y psíquica y de apoyo a mayores y a jóvenes. Desde rehabilitación para enfermos de Alzheimer hasta refuerzo escolar y actos solidarios.

La cadena de supermercados holandesa Jumbo ha puesto “cajas lentas” para las personas que desean conversar. Su idea es ayudar especialmente a los mayores a lidiar con la soledad. El éxito de la medida ha hecho que se instalen en 200 establecimientos. No les viene mal porque la cajera escucha lo que el abuelo piensa cocinar y le recuerda que le faltaría un ingrediente que también puede adquirir sin prisa. Todos ganan.

Las asociaciones de enfermos crónicos y con daños cerebrales encuentran en estos centros cívicos de los que hablaba una especie de refugio emocional. Y la fuerza de la sangre hace que los hijos regresen y recojan a sus mayores cuando entran y salen.

Pero lo mejor en esos lugares son los “trabajadores sociales”. Impregnan el local de un aroma de conversación amable con expresiones de humanidad. Tratan a todos de “tú” y de “nosotros”: “no pasa, nada, Manuel, esperamos un ratito”, “levantamos esa pierna”, “¡que guapa estás hoy!”. Y engañan como las madres cuando el niño se cae y sangra: “¡qué tirita más bonita tenemos aquí, qué suerte!”

Son 42.000 en España y su “marea naranja” los ha sacado a la luz alguna vez porque en general son invisibles. No es un trabajo al que aspiren los mejores expedientes de selectividad, pero es una de las 14 profesiones con más proyección social para esta década, con oferta asegurada y buen sueldo. Porque es la solución a la soledad urbana, cuando la familia solo ha durado un momento en la vida.

Galicia es la tercera Comunidad con más trabajadores sociales con 2.800 en total tras Madrid y Cataluña. Una suerte contar con ellos y más que harán falta. En todo caso, se están convirtiendo en los “expertos en humanidad” y en la competencia directa a los asistentes de “inteligencia artificial”. Son los que saben qué está pasando en el mundo sin opinar ni quejarse ni gritar, los auténticos asistentes humanos.

Adrianey Arana

Foto: Jumbo, Supermarket