Hermanos de sangre

– ¿Y tu hermana se murió? -me pregunta el niño de 7 años interrumpiendo sus juegos del recreo.

– Sí, ya está en el Cielo, con Dios y muy contenta… mejor que nosotros y pasándolo bien.

– …muy contenta ¿seguro? -piensa en voz alta.

– Seguro, está feliz con muchíiiiiisimos amigos.

– Pues yo ya estoy harto de que se vayan todos al Cielo… -suelta.

– …

– …y echaría de menos a mi madre si voy para allí. Prefiero no ir ahora….

– Es que tú ahora lo que tienes que hacer es ¡ir a jugar! y aprender mucho y crecer y comer la merienda y portarte muy bien… Y ¡gracias!

Como me dicen los seres más queridos de mi hermana: “a seguir remando”. Y “a seguir sonriendo” añado yo.

Que no es lo mismo que se te vaya un familiar a que se te muera tu pequeña “hermana de sangre”. Rápido, como el seco sonido de un disparo venido desde no se sabe dónde.

Y la dejas ahí atrás en el campo de batalla tras haber librado tantas escaramuzas juntos, como los de la Compañia Easy de la famosa Band of Brothers. 

Aunque, como pasa en esa historia, hay momentos en los que compruebas que los amigos también pueden llegar a ser “hermanos de sangre” y eso hace que sigas sonriendo a pesar de que uno de ellos, Ricardo, también se me ha ido hoy para arriba. Ambos de la misma edad. 

Elena y Ricardo, a Dios. Y gracias.

Adrianey Arana

Esta noche es buena

Ella y tres mujeres más tienen cáncer. Curiosamente son 4 madres de treinta y tantos años y con hijas en la misma clase del colegio. Acudía a la radioterapia como quien va a la peluquería. Hablaba  tranquila y contundente. Seria. Pero con naturalidad. Como la que aparecía sonriente tras su sesión.

De algún lugar sale la fuerza de quienes se enfrentan a eso. No sé de donde. Del interior del ser humano y también de quienes le acompañan, la familia y los amigos de verdad. Y los amigos de los amigos. De los buenos colegas del trabajo. De esta sociedad que se ha implicado y avanzado mucho con el cáncer. Porque en eso hemos mejorado. Somos sensibles. Y algunos hasta donan medios para investigar y curar.

La esperanza, como en todas las ‘series’ de ficción, es la que nos hace seguir los episodios hasta descubrir al final que el personaje bueno era otro… el que parecía malo o lejano, o alguien más grande detrás del guión. Y eso nos anima a seguir viendo ‘temporadas’. Y a descubrir la riqueza de otros personajes en este «misterioso taller de Dios», como llamaba Goethe a la Historia.

A esos protagonistas reales, no de ficción, a los enfermos y a los que sufren durante estos días que parecen noches, a los serios médicos y a las enfermeras de dulce voz, a las familias de esta pieza coral en la que no hay actores secundarios ni de relleno: ¡Feliz Navidad!, que nace y comienza «again» la esperanza de esta trama. Está muy oscuro, pero esta noche es buena.

Adrianey Arana