Moderadores y moderación

“Lo están haciendo Uds. muy bien” espoleaban los moderadores como promotores de un debate de boxeo o como los papás de los niños en los partidos escolares en los que los pobres benjamines no dan pie con bola.

Y es que lo que faltó en el debate FeijóoSánchez fue moderación, no por su parte -que también- sino por la de quiénes correspondía: los moderadores. Son los dueños del local y del evento y no lo fueron. El formato es criticable. Lanzar a dos personajes de videojuego a la arena y dejar que se peleen, contando el tiempo con árbitros de la ACB y señalando solo que se acaba ya el primer tiempo, no es un formato presidencial. Es un show de Ibai o de Las Vegas.

En el mundo anglosajón, más curtido en democracia, los moderadores son los dueños del cotarro. Paran, preguntan, piden razones, repreguntan, contrastan, obligan a responder, propician el debate y hasta opinan para quedarse en medio, guiar la entrevista, moderar la bronca, reñir, corregir y sacar algo en limpio.

No voy a poner el ejemplo de John Bercow, speaker de la Cámara de los Comunes durante diez años. Era un espectáculo verlo dirigir su circo en pleno parlamento inglés con gritos que ayudaban a concluir, respetar, escuchar y decidir.

Ni voy a citar a la Comisión de Debates Presidenciales de Estados Unidos, independiente de los partidos, que pone las reglas y elige a los moderadores. Los políticos más rebeldes se someten, suelen celebrarse en campus universitarios y pueden verse en cualquier televisión. No se cuestiona que el moderador periodista sea el líder y jefe indiscutible del debate. En la televisión quién manda es el periodista, es su casa.

Ana Pastor ha reconocido después del debate que “los anglosajones y los franceses sacan millas a otros países como el nuestro”. Y es que de todos se puede aprender. Porque al final dejamos que excelentes políticos como son ambos se tengan que arrastrar por el fango de una especie de “supervivientes” o “reality”, para demostrarnos que son más astutos y hábiles que el contrincante y que ha ganado más puntos, espadas, escudos o fuerza como si fuera un juego on-line.

Si a nuestros alumnos les enseñamos las reglas de la oratoria, los llevamos a torneos de debate, les entrenamos a replicar, a contestar, si les penalizamos las faltas de respeto en el discurso, si les hablamos de convivencia en los centros y de diversidad, de no acosar, de levantar la mano antes de hablar y de contestar cuando se les pregunta. ¿Por qué permiten las televisiones unos debates con tal falta de “moderación”?

Sobran buenos políticos, pero faltan mejores periodistas moderadores de la opinión pública, que no sean solo interrogadores de uno a uno, o sirvientes inconscientes de unos medios. Que dominen el arte de escuchar, preguntar y guiar para llegar a la luz.

No es fácil. La Merkel, una de las grandes figuras políticas de este siglo, canciller alemana durante dieciséis años confesaba que «además de mi cargo como canciller, me gustaría moderar una vez un debate televisivo». Porque de zorros es contestar y de sabios preguntar.

Cuando no hay respuesta, el silencio se acaba convirtiendo en la pregunta. El famoso periodista Chris Wallace (que moderó el Trump-Biden) preguntó hace cinco años a Putin en televisión: “¿Por qué tanta gente que se opone a Vladimir Putin termina muerta o cerca de la muerte?” La respuesta que ofreció anunciaba la guerra de hoy.

Adrianey Arana    ·