La letra jugando entra

 

Me cuenta un compañero del colegio que de niño comenzó a hablar muy tarde. Eran dos hermanos gemelos. Hubo complicaciones en el parto sin consecuencias aparentes, pero pasados ya tres años los niños no hablaban. Los médicos descubrieron entonces que su hermano sufría unos daños cerebrales irreversibles que le idejaron sin habla y con otras complicaciones que acabaron con su vida en unos años. Él tuvo que reeducarse con diversos programas. Hoy en dia es una persona normal y excelente, pero hasta aquella edad funcionó por imitación. Hablar no existía.

  Los niños funcionan y aprenden por imitación, por práctica, por juego, más que porque les enseñemos. De ahí la importancia de las nuevas metodologías como el aprendizaje cooperativo, el flipped classroom, los recursos y técnicas de mindfulness, la educación emocional, el aprendizaje servicio o el escape room educativo, la gamificación… y muchas más.

Algunos desconfían de ellas, porque son “jueguecitos de pedagogos sin fronteras”. Pero no es humo todo lo que se vende. Al contrario, el surgimiento en este país de profesorado que propone, activa, inspira y promueve estas metodologías con ilusión es señal de que hay fuego por fin en la educación. Eso sí, esta vez, partiendo muy de la base, harta del postureo.

Cada vez que asisto a un curso, foro o evento de profesorado de este tipo, me encuentro con maestros jóvenes, otros no tanto, de la pública o privada o de ambas, no hay diferencias. El caso es que hay mucha motivación, gran complicidad, rápida comunicación y ganas de trabajar. Y siempre sucede lo mismo: cuánto mejor lo pasamos en esos cursos, más aprendemos. Y es que, como decía el maestro de mi pueblo, “la letra jugando entra”. Nada sería mejor que una alianza entre la industria del entretenimiento y el sector educativo. Mucho mejor, desde luego, que un pacto de Estado. 

¡Qué hace aquí esta mochila!

   A los niños hay que hablarles como a las personas humanas.
   Los profes solemos utilizar un tono muy raro, en 1ª persona del plural y sincopado: “Dejamos-la mochila-en-su-sitio”. O usando el “usted”: “Vaya a dejar su mochila en su sitio”.
   Los padres se enfadan “y luego avisan”: “Me parece que me voy a enfadar”. (Ya lo están). O hacen preguntas al aire: "¿Qué hace aquí esta mochila?"
   Otras mamás suelen gritar el nombre del niño normalmente desde otra habitación: “¡Fulanitoooo!”.
   …A lo que se suele contestar con la frase más usada a lo largo de la historia por los hijos: “Ya voooy…!” Y no va.
   Y así termina el cuento: la madre o el profe guardan la mochila "en su lugar" y todo acabó bien… hasta el próximo día de cole.
    Lo mejor para papis y profes: “¿Podrías guardar la mochila? Gracias”. Y no hace falta decir “en su sitio”. Ya lo entienden. 
    Los niños son bastante normales. En serio. Y entienden casi más que nosotros, los seres mayores, porque fundamentalmente quieren aprender a vivir.
 

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El verano es más educativo que el curso escolar

      La libertad del verano invade a los alumnos. Ahora son un poco ellos mismos. Hasta los más pequeños viven con más personalidad. No se ven atados por las obligaciones escolares y las rutinas. El verano es más auténtico que el invierno. 

     En verano los niños crecen, juegan y se aburren. Las experiencias son vitales, no virtuales. Aprenden de la vida, de los viajes, del pueblo, de las actividades, de los primos, del campamento, de los animales, de la convivencia con amigos. 

     Tienen tiempo para hacer lo que sea con perfección, hasta la saciedad. Encuentran las claves y lla confirmación de lo que trató de abrirse paso en sus mentes en el colegio o en casa.
Algunos hechos de su vida ocurrirán por primera vez en verano. Lo más importante: la primera salida de casa, el primer amigo, la primera decisión, el primer amor…, estrenar la bicicleta, o aprender a nadar. 

     En verano los niños crecen y se fortalecen de modo natural. Crecen sin más. La mayoría de los niños mira de otra manera al terminar sus vacaciones, como si se hubieran asomado a un luminoso balcón. El que vuelve de un viaje no es el mismo que el que se fue, dicen los chinos.

     Los veranos son más educativos que el curso escolar. Lo único que deben hacer los niños es vivir felices sus vacaciones. Nada hay mejor en el mundo que los felices veranos de la infancia. A partir de cierta edad son decisivos, a partir de la pubertad. Marcan. De ahí la importancia de saber qué hacer con los preadolescentes en verano. Como decía Máximo, ‘lo que hacemos en verano tiene su eco en la eternidad’.

Las madres siempre tienen razón

Un niño tiene que ser feliz. Tener que aprender es secundario. Pero si es feliz aprenderá más. 

Quién sabe si el niño está contento es la madre. Y si es así, ella estará contenta. Y si  una madre está contenta, el niño aprende.

La conexión de una madre con su hijo es tan grande que su cerebro es distinto. “El vínculo de apego afectivo y emocional forma parte del proceso biológico natural. Con el embarazo el cerebro de la mujer cambia, estructural y funcionalmente, al responder a las consignas básicas que recibe del feto. Este vínculo se refuerza con el parto y la lactancia porque se potencian los circuitos neuronales más fuertes de la naturaleza al compás de la oxitocina” (Dra. L. Moratalla).

Cuando hace años alguna madre me decía en tutoría que su hijo era muy listo a pesar de tener constantes suspensos, pensaba que le cegaba su amor de madre. Los resultados a lo largo de la vida les han dado la razón, de una u otra manera.

Ahora ya cuando alguna madre me contesta “pues yo estoy contenta” ante mi duda de si estamos avanzando con su hijo, pienso que con eso está dicho todo. Porque además el amor de una madre no ciega, sino que hacer ver. El amor da luces, ilumina al maestro.

Las madres, como decía César en Los idus de Marzo (de Thorton Wilder) son ‘una de las 6 columnas que sostienen Roma’. Hay que escucharlas, si quieres ayudarles a educar a sus hijos. 

Se equivocan a veces si te proponen determinadas acciones de aprendizaje, porque no es esa su profesión. Eso le toca al profesor. Si se meten a dar instrucciones al maestro o a organizar el colegio pueden y suelen equivocarse. Y pueden equivocarse en la forma de educar a su hijo. Pero en lo que no se equivocan nunca es en quién es su hijo, y en eso hay que escucharlas. En eso las madres siempre tienen razón.

 

Guionistas para un pacto educativo

 

     Un rayo de sol en medio de la embarullada política española. Por primera vez «en democracia» los partidos y todos los sectores sociales buscan un consenso para lograr un pacto de Estado de educación. El Congreso creó el día de San Valentín (uhm!) una subcomisión de 13 diputados titulares (y otros tantos suplentes) que trabajarán por conseguirlo. Aunque diputados, no son estrictamente políticos de despacho. Entre ellos hay dos o más maestros, profesores de instituto de Química o de Historia, de universidad, algún orientador escolar, una reconocida novelista y guionista, y hasta un estudiante universitario. En general, personas con experiencia docente, fundamentalmente en centros públicos, cultas y creativas. 

     Han comenzado a citar a expertos e «instituciones». Su primera misión consistirá en escuchar sin prejuicios, con atención e interés y con buena cara. Luego habrán de sintetizar con agudeza un documento base flexible, serio e inovador. Y más tarde liderar la defensa de ese cambio y lograr el pacto para muchos años (más de diez o doce que dice Méndez de Vigo).

     Los protagonistas no pueden pensar sólo en los límites de lo innnegociable. Las líneas rojas pueden ser paralelas. ¿Por qué no? Hoy el mundo pide y experimenta la empatía y el consenso. La «actitud». Otros políticos lo lograron cuando el artículo 27 de la Constitución citó al unísono el derecho a la educación y la libertad de enseñanza. Igualmente hoy podemos conjuntar la diversidad en la educación española, no sólo en sus aulas y en sus alumnos. La diversidad educativa enriquece y genera equidad, ya que distintos son los caminos para llegar al éxito escolar. Los modelos únicos empobrecen.

     Ahí está el reto, que estoy convencido que somos capaces de superar. Lograr fórmulas, palabras o acuerdos con un texto tan inteligente al menos como los mejores guiones de las excelentes series de televisión en las que todo es posible y resulta verosímil.