Barbie

Me tocó en el asiento de atrás la elegante francesa con dos niños que ya berreaban en el embarque. Ella les acariciaba: «Très bien!, chérie… la poupée! Muy bien!, cariño, mira el muñequito!» (en francés, pero se pillaba). Dos horas y media de vuelo chillando, llorando y buscando zapatillas por debajo de los asientos. La mamá tenía la batalla perdida desde antes de subir. 

Algún pasajero volvía la cabeza y sonreía a la gala con una mirada de «¿alguien podría, por favor, ayudar a esa mujer? ¿Pero no hay ninguna madre entre los pasajeros?» No me declaré maestro de primaria por si alguien me obligaba a actuar. Descubrí los auriculares «con cancelación de ruido». Cómoda cancelación.

Cuatro filas más atrás iba una madre alemana negra con cuatro niños del mismo color de entre cinco y diez años. Parecía que no se movían, pero jugaban tranquilos, dibujaban y hablaban en voz baja. Cada uno con su mochilita. Calzados, vestidos, sonrientes y lanzando alguna mirada al leve movimiento de cejas de su madre, una mezcla de Michelle Obama y Michael Jordan. The Boss en carne y hueso.

Antes en el embarque una bella mamma italiana con un bambino de dos años había desplegado alrededor de un asiento una especie de guardería hasta con dos pantallas para que no se aburriera la carissima criatura. Me suplicó vigilarle todo el montaje, prego, mientras llevaba a Leonardo al toilette. Yo le había preguntado antes cordialmente «qual era il nome del bambino» por lo que me debió tomar por un amable caballero o bodyguard. 

La sensación de estar solo en una terminal rodeado de juguetes, muñecos, peluches y pantallas de dibujos animados es como la de un triste payaso callejero sin público. Pero esperé a Leonardo. Se lo merecía.

Las madres o padres que tienen hijos y están con ellos quedando mal o bien en el hotel, avión o donde sea, pero con ellos, son mis líderes, mis «iconos», aunque no parezcan tan inteligentes como Barbie, que todavía no se ha atrevido a tener hijos.