Eurovisión

El festival de Eurovisión es como PISA: nunca ganamos. Aunque no se trate del evento musical por excelencia, el año pasado recibimos la menor puntuación de todos los concursantes. Y en ediciones anteriores tampoco es que hayamos mandado a lo más granado de la canción española.

Este año la cosa va de empoderamiento mediante la resignificación del vocablo más usado como insulto en las sentencias de violencia de género. Se trata de liberar esa palabra e infundirle todo su bello sentido, aquel que todo padre desearía para su hija, por ejemplo.

No sé qué haremos los maestros acostumbrados a lidiar con el acoso, el insulto y el bullying cuando en el festival de fin de curso hagamos un play-back de esa canción. Seguro que es lo que cualquier familia está deseando. Con la coreografía apropiada como la de Eurovisión a cargo del AMPA .

De hecho si le sueltas a una familia en tutoría que su pequeña es una zorra, no que tiene capacidad para el inglés, el ajedrez o la robótica, sino que es muy buena “loba” como Shakira, seguro que salen contentos soñando con el futuro de su retoño.

Les explicas que tienen que resignificar el significado que se habían apropiado algunos animales. Que es una competencia, una destreza que tiene la niña. Y seguro que les hará ilusión que la marquemos con una Z en la frente cuando saque Zobresaliente.

En este caso la culpa no la tiene el Gobierno ni la marca del Zorro, sino la presión por dedicar la canción a la primera concejala transgénero y el ansia de añadir vocales, que no vocalistas, a las siglas LGBTIQ+Z.

 

Estoy malito

Al verme con actitud de que íbamos a trabajar un poquito, el niño que entraba corriendo del recreo puso mirada triste arrastrando las palabras: “Profe, me duele mucho la cabeza”.

Le indiqué que se sentara muy tranquilito en su sitio con la cabeza apoyada y descansara.

Al cabo de un rato, como la clase resultaba entretenida y su compañero muy simpático, reía y jugaba feliz.

Le llamé la atención en bajito: “Oye, acuérdate que estás malito”. Y me dijo. “¡Ah, es verdad!” Y se puso enfermo “bien” otra vez.

Cierto que los males con buena compañía se llevan como bienes. Porque el niño realmente estaba mal y al día siguiente no vino a clase. Y porque al final lo que le curó fue estar un día en casa con la abuela.

Compañía, atención y entretenimiento son tres medicinas para la infancia. A medida que crecen cambia el orden: más atención que compañía…

Y ya cuando la persona ha madurado, o sea, sobre los 80 años, cuidados paliativos. Como dice el médico de familia: “volvemos” a la compañía.

Foto de Caleb Woods en Unsplash

POR QUÉ BRINDAR

Una simpática señora recibe por error un paquete especial: una lata de conservas con un niño de 7 años dentro. Está programado para ser un chico perfecto. Lo cuida y se encariñan hasta que la fábrica avisa de que hubo un error y hay que devolverlo. Pero ambos lucharán para evitarlo.

La ganadora de un premio Andersen de cuentos nos advierte de que los niños ni son si serán perfectos, como el mundo en el que nacen, pero que merece la pena vivir. Serán ellos y no otros quienes hagan el mundo mejor. A nosotros nos toca educarlos y protegerlos, que casi es viceversa. Pero no es lo mismo.

Human Rights Watch ha destacado el 2023 como año de avance en protección de la infancia. La prohibición iraquí del reclutamiento de niños para luchar contra el ISIS, práctica habitual en las 50 guerras o conflictos que asolan la actualidad, es un ejemplo. O la aprobación de la ley europea que exige a las empresas el control del trabajo infantil en las cadenas de suministro, no solo de producción.

A nosotros, familias y profesores que nos miramos al espejo, nos toca educar. Cada vez cometeremos mejores errores, o sea, peores. La excelencia admite errores. Y para eso ahora recomiendo iniciar a los hijos en la oratoria del brindis, para que sepan expresar deseos persuasiva e inspiradoramente.

A nosotros aquí nos toca permitirles en Nochevieja la travesura de saborear las burbujas de un culín de champán con la complicidad de la otra parte. Invitarles a brindar por algo, a mirar al horizonte y levantar la vista del móvil. Abrir lo que pueda ya albergar su corazoncito.

Y que no aprendan a “brindar para”, sino a “brindar por”.

Feliz 2024 y levanto mi copa por… que cada uno termine la “oración”.

Foto de Al Elmes en Unsplash

Lecciones de Iniesta y Carmona

Con PISA tengo la misma sensación que con la selección de fútbol de mi juventud: siempre perdíamos. Los que sabían nos eliminaban: Brasil, Alemania, Italia, Francia, Inglaterra.

Cuando los gestores deportivos de este país se prepararon el Mundial de España y las Olimpiadas de Barcelona, los grandes deportistas encontraron el camino para ganar más tarde un mundial masculino y ahora femenino. Fue un lento resurgir, pero planificado desde los 80. Y lo mismo pasó con el atletismo.

Se inició el programa ADO y, como dijo Del Bosque, “la Federación creó infraestructuras desde la base: campos, instalaciones, formación de entrenadores… Nosotros nos apoyamos en esa base para ser campeones del mundo”.

En PISA siempre ganan los que saben: los asiáticos, los exigentes chinos y los listos nórdicos. Las que se preparan fundamentalmente son las autoridades del país, no los jugadores o los equipos, los alumnos o colegios. No todo es salir a “jugar fútbol” y sudar la camiseta.

Nuestro caos organizativo y legislativo no produce resultados en PISA. Tampoco ninguno de los 13 países latinoamericanos evaluados ha llegado a la media de la OCDE.

La escuela pública y privada española posee, sin embargo, especialistas altamente cualificados. La solución es parar de legislar y de asimilar la enseñanza al adoctrinamiento políticamente correcto de uno u otro signo. La escuela no es solo un lugar de convivencia, sino sobre todo de aprendizaje.

Las autoridades políticas y académicas deben programarse para ganar un mundial, no de fútbol sino de educación con alumnos nacionales, inmigrantes o no, con confinamiento o sin él. Hay que entrenar, no vale solo el “buen rollo” en el vestuario.

Se necesita trabajo en equipo con los centros creando aquella mentalidad que convirtió a “la selección” en “la Roja” incluso antes de ser campeones.

Ahora que hemos ganado otro mundial de fútbol con jugadoras recién salidas de la pandemia podemos confirmar que se logra de nuevo, es posible. Estamos preparados. Lecciones nos pueden dar Iniesta y Carmona, ambos por cierto graduados universitarios.