Médicos con fronteras

Si operan a un familiar y esperas horas a que salgan las cirujanas. Si acompañas el postoperatorio con sus dudas y percances. Si observas las miradas y los gestos precisos de las enfermeras. Si atiendes y absorbes la información prudente que dan los médicos cuando pasan. Si, ademas, ves que a su alrededor el covid mantiene su amenaza… 

Pues si ves todo esto, es que estás delante de los médicos normales y corrientes que no salen en las noticias. No son ni pretenden ser estrellas de cine o de series de televisión. Cumplen su labor diaria dentro de nuestras fronteras. Trabajan con una presión extraordinaria que para ellos es asombrosamente rutinaria. Precisión, concentración, profesionalidad y discreción. Todo trabajo bien hecho es un servicio a las personas, pero en los médicos se multiplica.

Aunque en los momentos duros aplaudamos a los sanitarios, cada día se merecen muchos “gracias”, que casi nadie se los da al terminar una cirugía. Por su profesionalidad y ciencia en sí misma. Si además alguna de esas doctoras o investigadoras saca unos minutos para ver y alentar a un paciente amigo. Y le sonríe. Y pone un rostro humano a una bata blanca o a un mono verde, si todo eso pasa, porque pasa, es para pensar que “la sonrisa en el rostro lleva la alegría al alma” y al cuerpo. Y el trabajo.

Gracias, Materno Teresa Herrera: !CHUAC, chuac! 

Adrianey Arana

chuac chuac

 

 

     Cuando tu madre y abuela de tus niños con sus 80 y tantos años queda ingresada el 23 de diciembre por neumonía y aislada por el covid en una planta del Chuac, no te quedan ganas de mazapán ni de copita de champán. Es lo que le ha pasado a un amigo.

    Para su sorpresa recibieron anteayer en Nochebuena una videollamada de la abuela (?!) desde la cama del hospital con saludos y sonrisas. Pudieron hablar, relajarse… que todo va bien o no va mal, que a ver qué dicen los médicos cuando pasen… que feliz navidad y que a brindar.

    A brindar… por esa trabajadora anónima que se armó de toda la parafernalia anticovid, entró en la habitación, averiguó el móvil de la familia y conectó a la abuela con los suyos. No saben quién fue.

     Bello es hacer el bien y desaparecer, sin pasar factura ni reclamar aplausos a las 8. Esfumarse como el amigo invisible. A esa gente que sostiene este mundo con normalidad, a esos invisibles de los invisibles de los hospitales, desde aquí un par de besos: Chuac, Chuac.