Un truco frente al covid

 

“He descubierto un truco para los exámenes”, me confesó un alumno de 10 años con toda emoción e ingenuidad. “Ah, ¿sí?” “Sí, es estudiar” “¡Anda! y ¿cómo es eso?” “Pues el día antes lo leo y miro un poco y luego me lo sé”. Para él fue un descubrimiento: estudiar.

A la misma edad mi profesor de educación física nos hacía correr campo a través por los alrededores. Cuando me cansaba, me paraba. Pero venía él por atrás azuzando y nos obligaba a continuar. Un día descubrí un truco: aguantar. Si cuando me cansaba, aguantaba en vez de parar, podía seguir corriendo. Y competí en carreras de fondo sin ser un especialista.

A veces, lo obvio es la clave. Para aprobar, estudiar. Para correr, aguantar. Estamos en una carrera de fondo. Si ahora decimos “estoy cansado” es cierto, pero podemos seguir. Los ingleses fueron bombardeados diariamente durante años en la guerra mundial. Y los sirios llevan 10 años así. He conocido a uno en A Coruña hace poco. El truco es aguantar.  

Vivimos en un momento capaz de eso y más. En la actualidad hay 2917 maratones al año reconocidos por la ONU y 73000 carreras más de media, ultramaratón, 10k, 5k, iron-man y lo que quieras. Algunos pagan hasta 16000 euros por inscribirse en el del Polo Norte donde hay que aguantar unas 4 horas entre 30-40 grados bajo cero. 

Antes no estábamos tan preparados. Hoy vestimos de decathlon y nos parece normal. Aguantar. Aunque no nos lo parezca, nunca hemos estado tan entrenados para aguantar. 

En un cole normal

La puerta de urgencias del hospital está detrás de la portería del campo de fútbol de mi colegio. Sólo una estrecha calle y una malla separan un golazo de un ingreso por ambulancia. Un día se presentó en el cole un señor muy airado con una balón bajo el brazo y las gafas rotas en la mano. Quería ver al director porque según salía de ser atendido en urgencias no sabe lo que pasó… Recibió un impacto en la cara y le saltaron las gafas por el aire. Desde luego, no era su día. En el cole era un día normal.

Anécdotas propias de todo colegio. Cualquier colega podría contar del suyo. El mio es un colegio solo de chicos. Tiene parejo otro de chicas. La vida diaria en ellos es bastante normal, el profesorado agradable, joven y dinámico, trilingüe y lleno de proyectos. Algunos de ellos no han estudiado nunca en coles solo de chicos o solo de chicas. Pero no ven nada extraño, porque no lo hay. Todo es normal.

Los alumnos trabajan y conviven con paz y tranquilidad. Algunos con más paz y éxito escolar que en un cole mixto, también normal. Hay familias que a veces prefieren que uno de sus hijos esté en un cole de estos (o sus hijas) y otro no, o lo prefieren durante una época de su vida nada más. Y les va muy-muy bien. En general, el que prueba, se queda. Pero también hay movimiento, como en toda ciudad.

A mis amigos les gusta ver que los chicos solo con chicos son normales. Por ejemplo, aunque los adolescentes son hoscos, el conductor de bus urbano que para delante del colegio afirma que “todos te dicen siempre buenos días, no sólo pasan la tarjeta”. Seguro que lo hacen en todas las paradas que tengan institutos y colegios cercanos, pero aquí también lo hacen. Y eso te alegra.

Aprenden mucho. Las chicas más en su cole porque a esta edad escolar ellas baten récords. Y lo chicos están muy contentos y no existe apenas el fracaso masculino. Se conocen entre unos y otras, claro, y salen también con los de otros coles. Y eso me gusta. Que cuando vas por la ciudad los fines de semana y andan por el tontódromo local, ellos y ellas muy de modelitos ambos, te saludan “adiós D. Fulano” y le dicen a sus amigos que es un profe del cole. Y eso me gusta.

Una vez iban varios en carnavales con mono azul, capucha, careta y chiringando con agua a la gente en plan bromista… un grupo del que te apartabas. Me vinieron, se me plantaron delante, se quitaron la careta y me saludaron “hola, ¿a que no nos reconocía?” Les dije “portaos bien, chicos”, y me encantó. Y más a los señoras que venían conmigo.

Pues sí. Son coles de chicos y coles de chicas. Normales. Conocidos por todos. A los que todo el mundo quiere y respeta. Y esa es la realidad de muchas ciudades del mundo. Esa es la calle.

Hace poco en un partido de fútbol de un famoso torneo organizado por otro centro escolar, el delantero del equipo contrario le metió 8 goles a nuestros pequeños, que terminaron desolados. Felicité al padre del genio en las gradas. Y me dijo: «pues la verdad es que no está en vuestro cole porque no había plaza ese curso». Estuve a punto de llamar al representante de Messi y al director de mi centro y ficharlo por varios millones. O sea que todo muy normal. Hoy aquí y mañana allí.

La comunidad educativa de una ciudad de provincias suele ser tranquila. Todos nos conocemos. En mi cole hay gente y familiares e hijos de todos los colores. Algún jefe de Marea (Podemos), PSOE, Ciudadanos, PP, BNG, VOX, etc. han tenido o tienen familiares o amigos que trabajan aquí como profes, personal, hijos alumnos o son ellos mismos antiguos alumnos. O sea, lo normal. Y más en mi ciudad que es abierta y liberal de toda la vida. 

Y supongo que lo mismo pasará en Navarra donde ahora hablan de quitarle la ayuda económica a estos centros porque son solo de chicos o solo de chicas. Y me pregunto: ¿pero les parece normal? Lo raro-raro es negar la realidad y ponerse en plan ideológico o excitado. Claro que algunos políticos nunca cogen el bus urbano y no saben qué pasa en el mundo, pero deberían saber qué pasa en su ciudad y en su barrio.

Esperemos que también la política, que a veces se devora a sí misma, siga cuidando estos coles y manteniendo sus conciertos. Porque en la educación en ciudades pequeñas lo que se requiere es convivir en paz. Así lo hablamos muchas veces profesores amigos de muchos centros públicos y concertados de la ciudad que somos colegas y nos vemos en todos sitios.

Ánimo, políticos de Madrid, Navarra, Santiago, etc. No os enredéis con las ideas efímeras y las frágiles legislaturas, que en la ciudades seguimos aquí dándo clase a vuestros hijos. Y nos tenemos que seguir dando los buenos días. No solo pasar la tarjeta. 

Photo by Adrià Crehuet Cano on Unsplash

Las mejores

Lo sé porque tengo datos. La mujer es superior al hombre. No tengo ni idea de cuestiones de género pero algo sé de este género de cuestiones. En mi sector el 97% del profesorado de Infantil y el 81% de Primaria somos mujeres. Digo ‘somos’ porque quizás por ese porcentaje y por mi nombre la mayoría de las cartas y de la publicidad escolar que recibo van dirigidas a “Profesora”  o “Srta” o “Doña Adrianey”.

Por otra parte, el 100% de mis hermanas, madrinas y primas son mujeres, y si cuento a los primos… casi seguimos igual.  Y cuando hablo con alguien a la salida del cole resulta que ese alguien suele ser mujer. 

Las mujeres nos dan mil vueltas a los humanos. Lo comento cuando encuentro algún hombre por ahí. Repito: en mi profesión van muy por delante día a día y piensan todo antes, más y mejor. Mis hermanas hacen todo mejor y más sin pensarlo. Mi tía ya es de otro planeta con vida más inteligente. Porque esa es otra: poseen inteligencias múltiples y métodos de comunicación no sofisticados pero muy efectivos. Hacen, callan, hablan, coordinan, quieren, sienten y sonríen mejor que los que no son mujeres. ¿Por qué? No lo sé. No conozco a nadie que diga que somos iguales.

“Es que tú vives en una burbuja”, me puede contestar alguno. Y le digo: hoy en el mundo ya no hay burbujas, salvo en los coles ahora, claro. Y menos con mujeres. Todas las que llevan tiempo siendo mujeres te lo pueden explicar. Lo que pasa es que los varones todavía creen en las burbujas.

Y si alguno piensa que hoy escribo por hacerles la pelota y salir vivo de este aniversario, le diré que no. Y si así fuera, más a mi favor. Felicidades a las mejores.

Perseverance

Mi padre nos obligó a ver la tele a las 2 de la madrugada para asistir a la llegada del hombre a la Luna. Yo tenía 7 años. Nos dijo que aquello era historia. Y lo fue.

Anteayer el ambiente del colegio era parecido con la llegada del rover Perseverance a Marte. Los niños tenían la sensación de algo importante. Se mostraban interesados  descubriendo el sentido de sus estudios: el Solar System, el inglés, la programación y la robótica, las matemáticas, el esfuerzo, el trabajo en equipo y la perseverancia. 

Son los valores que la NASA transmite con los nombres de sus robots elegidos siempre por niños en un concurso de redacción. El anterior fue igual: el Curiosity. El dron alojado ahora en su interior y que sobrevolará la superficie por primera vez se llama Ingenuity. Valores o virtudes o como le llames.

Allysa Carson, la que desde niña se está preparando para ir a Marte en 2031 afirma que “si la opción es no regresar a la Tierra y colonizar el planeta, estaría dispuesta». Dejaría atrás a su padre, Bert, el hombre que ha impulsado su sueño. «Él sabe que todo esto es más grande que nosotros dos».

Seguro que Allysa lo logra. Estudia ya en la Universidad Internacional del Espacio que dirige Aldrin, uno de aquellos primeros hombres que pisó la Luna en el 69.

Ojalá surjan más jóvenes con ese coraje. Sin embargo, lo que se necesita para eso, no son grandes proyectos promotores del talento ni más Allysas que descubran nuevos mundos, sino más padres como Bert. Padres que den alas a la libertad de sus hijos y la respeten porque antes han sabido animarles a que tengan sueños, no solo buen comportamiento y buenas notas.

El único escenario

 

     Un estudio en Cataluña, basado en un millón de PCR a estudiantes y profesores desde principio de curso, refleja la baja transmisión en los centros educativos. En el 80% de los casos el positivo no contagia a nadie. Cuando sí lo hace, la media de contagios se sitúa en 1,8 casos, dice hoy El País.

     Es decir, que “”los centros educativos no amplifican la epidemia, sino que reproducen lo que sucede en su entorno”. No hay otro escenario que el real.

     Y eso ayuda a explicar otros fenómenos de los colegios: el fracaso escolar no deja de ser un reflejo de los entornos no educativos. Y el éxito o la normalidad académica un signo de la salud de las familias.