Le corrijo al alumno que suelta un taco y me reenvía la noticia de que La Coruña-Arteixo es una de las tres ciudades donde se dicen más palabrotas: 16 diarias.
Hablamos, pero le explico que hablar no es gratis, al menos bien. Cada palabra tiene su efecto y hay que elegirla para que sea agradable, convincente o provocadora y seductora. El arte de la conversación requiere training. Las palabras son balas que disparan nuestros labios.
Las groserías delatan deficiencia para expresar emociones. Reducen la vida a expresiones con la «j» o la «h», de irreverente origen y único recurso de traductores ante el insistente «fuc…» inglés.
En trifulcas parlamentarias salen como «dardos» que traicionan, advertía Lázaro Carreter. El ministro que propone prohibir la prostitución llama «p… amo» a su jefe. Y a la presidenta le salen los eufemismos de su boca de fresa con la «fruta» por despecho.
El «uso de la palabra» podría convertir el fango del que salen sapos y culebras en un país de genios y princesas. «El cambio social comienza con el cambio en el lenguaje», opina Lakoff, el del libro No pienses en un elefante.
Y por ese título no pongo más ejemplos. Así que bajemos el tacómetro para que la Von-der-Leyen, que no es un taco, no nos ponga más multas ni peajes. Y elige tus palabras pues por la boca muere el pez.
Foto: Unsplash. Título: cita de Vicente Aleixandre