Los niños necesitan ruido para dormir así como algo de luz. El silencio absoluto les asusta. Dice un amigo con varios hijos que si los niños acostados oyen de fondo el rumor y las conversaciones de las cenas de mayores o invitados se duermen tranquilamente. La conversación de los cercanos produce paz. Como el repiqueteo de la lluvia en la ventana cuando descansas en la cama.
El silencio total es aterrador y la bronca o los gritos y enfados de los mayores son traumáticos. Los dos extremos. Los niños se bloquean con los gritos, se quedan “colgados” como un ordenador parado.
Dickens sostuvo que cuando dos personas charlan pacíficamente paseando de cualquier tontería el mundo es mejor.
Y es lo que necesitamos en este país: conversación sin desprecio ni ignorar al otro, sin gritos. No sólo en la política o en la prensa, sino en cada familia y en cada oficina, taller o colegio. El agradable rumor de la charla y la tertulia.
Elegir las palabras que salen de nuestra boca puede ser además una manera eficaz de mejorar el planeta y reducir las emisiones de efecto invernadero.
El momento más educativo de la vida de un menor es cada conversación con un mayor. Y el ruido de todas esas sobremesas, coloquios o cafés infunde paz en el ambiente familiar y consenso social entre distintos.
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