– ¿Y tu hermana se murió? -me pregunta el niño de 7 años interrumpiendo sus juegos del recreo.
– Sí, ya está en el Cielo, con Dios y muy contenta… mejor que nosotros y pasándolo bien.
– …muy contenta ¿seguro? -piensa en voz alta.
– Seguro, está feliz con muchíiiiiisimos amigos.
– Pues yo ya estoy harto de que se vayan todos al Cielo… -suelta.
– …
– …y echaría de menos a mi madre si voy para allí. Prefiero no ir ahora….
– Es que tú ahora lo que tienes que hacer es ¡ir a jugar! y aprender mucho y crecer y comer la merienda y portarte muy bien… Y ¡gracias!
Como me dicen los seres más queridos de mi hermana: “a seguir remando”. Y “a seguir sonriendo” añado yo.
Que no es lo mismo que se te vaya un familiar a que se te muera tu pequeña “hermana de sangre”. Rápido, como el seco sonido de un disparo venido desde no se sabe dónde.
Y la dejas ahí atrás en el campo de batalla tras haber librado tantas escaramuzas juntos, como los de la Compañia Easy de la famosa Band of Brothers.
Aunque, como pasa en esa historia, hay momentos en los que compruebas que los amigos también pueden llegar a ser “hermanos de sangre” y eso hace que sigas sonriendo a pesar de que uno de ellos, Ricardo, también se me ha ido hoy para arriba. Ambos de la misma edad.
Elena y Ricardo, a Dios. Y gracias.
Adrianey Arana