El Día de los Hijos

Cuando le dije a mi madre que me había tragado una canica de acero su cara cambió. Luego no sé qué pasó. Todo fue muy rápido: farmacia, profesora… médico. Ni sé ni cómo se arregló. Sólo recuerdo el hecho por su cara.

Las caras de la madres son el mundo de los niños y no tan niños. La boca de la madre es la que grita el gol, sus ojos los que miran en primera fila de la graduación, su barbilla la que aprueba a la novia, y sus cejas fruncidas las que lo arreglan todo. Lo demás son cosas que pasan, gente de la que te olvidas.

Mañana es el Día de la Madre. Mis contertulios habituales de la misma edad que yo tenía entonces me comentan que las madres son importantes «porque sin ellas no existiríamos». ¿Y el padre? «Un padre es como una madre» dicen. 

«Pero ¿cuándo es el día de los hijos?» me preguntan mientras terminan su regalo para el día del padre y para el de la madre. O sea, que cuando les toca a ellos. 

«El domingo», les digo. Porque ese día vuestra madre sonreirá más y para vosotros eso es lo mejor. Que mamá esté contenta. Creo que les he convencido. Les compensa hasta egoístamente. Porque la cara de una madre es la fuente de información de un hijo. Es la verdad, es lo que pasa y lo que no pasa. Lo demás no importa. 

Decía Lao-Tse que «el padre y el hijo son dos, pero la madre y el hijo son uno». Yo no «lo-tsé» con tanta seguridad, pero más a mi favor: mañana es el día de los hijos.

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3 al año

 

Si tienes una luz de presencia que ilumina el tramo del pasillo por el que avanzas, es suficiente. No es necesario ver todo el pasillo alumbrado o la casa iluminada. Ves lo que hace falta y hasta ahorras. 

Es una idea que sugiere un líder español (que no estaba en el debate del otro día) para estos tiempos de limitaciones. Cada día, cada semana vemos algo del pasillo. La incertidumbre está luego, pero no me interesa. Ahora veo y puedo avanzar.

Quedarse parado o enfadado por no saber qué más podremos hacer con estas pandemias se puede superar con esta luz. Y tampoco tiene sentido decir “pues casi todo el edificio está apagado”. Mejor. Así me centro, focalizo mi atención y ahorro energías.

“¿Por qué tomar cien decisiones hoy? Si tomo, por ejemplo, tres decisiones buenas al día, ya es suficiente, y deberían ser de la mayor calidad posible”. Eso dice Bezos en su reciente libro. Buffet se conforma con tres decisiones buenas al año. Pues yo voy a hacer lo mismo. Sólo me quedan dos.

Mini-educación

 

“Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes”. Dice la italiana Natalia Ginzburg, diputada del Partido Comunista, madre de varios hijos, dos veces esposa.

“No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero;

– no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro;

-no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad;

-no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación;

-no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber”.

Los padres y profesores tendemos a lo contrario. Amarrar. Educar con las cortas miras del ahorro y el deseo del éxito (siempre prematuro). 

“Elegimos el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, es más, nos protegen de los golpes de la suerte”.

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Escúchame con los ojos

 

 

“¡Máma, papá!”.Y tú: “espeeera un momento…”. Y sigue: “papá… -Ahora no pueeedo…” Puede estar sucediendo mientras lees estas palabras. A mí me pasa cada mañana. Llego a clase y me quieren contar cosas. Y yo: “vale”, “hooombre!!”, “sí…no”, «qué-bien!!»

Porque estoy mirando los avisos en el móvil del cole o de familias. Abriendo el ordenador para cubrir la asistencia. Y enciendo la pizarra digital y el archivo de las actividades, la tablet con las notas y programación. Porque vamos a empezar y tengo que introducir las contraseñas… ¡que fallan justo en-ese-mo-men-to!

Y de alguna forma percibo que me pierdo lo mejor de los niños: cuando quieren contarte, preguntar, enseñarme, hablar, leerme algo. Pero les voy respondiendo. “Espeeeera un momeeento” y así pasan los meses, los años. “Ya te escucho”.

Pero el otro día un niño me dijo: “¡Sí!, ¡pero mírame!”. Y recordé lo que hace poco leí: que un hijo, en la misma situación, le había contestado a su padre: “¡Sí, pero escúchame con los ojos!”. Y estoy comenzando a hacerlo. Todo cambia. Primero, tú mismo. Y descubres que esa es la contraseña que siempre funciona

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currículum

 

Sin saber ni siquiera patinar, fui nombrado entrenador de hockey sobre patines del equipo del colegio. Eran los comienzos de la moda de las extraescolares y algunos chicos tenían la ilusión con este deporte. Pero falló la persona elegida y me tocó dar un paso al frente. Otros se lanzaron con distintas actividades. 

Adopté la estrategia de “dar cera, pulir cera” de Karate Kid. “Muchachos, hoy vamos a patinar. ¡Venga, venga, venga!” Esa era la segunda estrategia: repetir tres veces las órdenes…“vamos, vamos, vamos”. Y la tercera fue usar la primera persona del plural de médicos y farmacias: “nos ponemos los patines y nos calentamos” (suelen añadir ‘cada 8 horas’).

Algún niño me preguntaba ansioso cuándo íbamos a coger ya el stick para golpear la bola y jugar. Le contestaba: «el hockey es sobre patines. Si sabemos patinar mejor que ellos, no podrán con nosotros». Y daban vueltas a la pista, iban y volvían y la verdad es que se cansaban. Salimos del paso ese mes, motivados y contentos hasta que por fin llegó el entrenador «definitivo», je.

Y ahora veo a los políticos preocupados por el nuevo currículum (y por todos los ‘palabros’ y estándares derivados de este). Necesitamos adecuarlos y cambiarlos… otra vez. Pero el currículum viene después de dar cera, pulir cera, patinar, colaboración familia-colegio, motivación del profesorado, feeling y rodaje con los alumnos, calentar, tutoría y, en el fondo, educación muy personalizada. Si somos capaces serán capaces, que de eso se trata.