A cambio de un chiste

– Una caña -pedí a una cara desconocida-. ¿Nuevo por aquí?

– Mi restaurante cerró por el covid y me busqué esto. Me hablaron de aquel tipo -me señala a un camarero que se movía entre las mesas-, que era un crack y quería venir a trabajar con él.

– Ese tipo -le susurré- es rápido y quiere a los clientes, siempre sonríe y no suele estar por la barra… Y también tiene problemas.

Esa misma mañana en el colegio dos niños vinieron a pedirme si les prestaba el cargador del portátil.

– A cambio de un chiste -le pedí a uno muy gracioso. Y me contó uno regular.

– Bueno, le voy a contar otro- y claro, era un poquito más de mayores. Me partí y ellos más. Y se fueron con el cargador.

No todo se arregla con dinero. A mal tiempo, buena cara. Que con el humor es la única moneda de cambio para cuando llueve sin parar desde hace años.

Adrianey Arana

Photo by Rupinder Singh on Unsplash

Y se acaba el problema

“La vuelta al cole puede ser positiva porque ayudará a los adolescentes a insertarse en la rutina de unas medidas de protección que en verano son más difíciles de seguir. En la escuela, los chavales están obligados a llevar mascarilla, no hay otra posibilidad, y se acaba el problema”. Palabras de Quique Bassat, asesor del Gobierno.

Menos mal que en los colegios les obligan a portarse bien, a respetar a los compañeros, ordenar el material, convivir con los diferentes, dialogar, no insultar, no gritar, pedir la palabra, traer la autorización oportuna, pedirse perdón, recoger papeles, reciclar la basura, limpiar playas, usar la tecnología con sentido, limitar el uso del móvil, tener un horario… “y se acaba el problema”.

La vuelta al cole será “positiva” porque hemos redescubierto que las normas y protocolos,  las rutinas y los obligaciones educan. Poner límites educa.

Y a pesar de las críticas y quejas ante la enseñanza en nuestro país, también hemos descubierto que los institutos y colegios ayudan a los jóvenes a “ser educados”. Y que eso es la educación, no sólo los resultados académicos. 

Adrianey Arana

Photo by Yasmin Dangor on Unsplash

Un mundo fascinante

¿Quién diría hace un año que ya en ese 2020 se habría descubierto la vacuna del covid? ¡Y que la mitad del país estaría vacunada! Veíamos un panorama negro y desolador de investigaciones tipo Pasteur, madame Curie, etc. De hecho no existe todavía vacuna para el virus VIH del sida ni para la hepatitis C.

“El récord en desarrollar una vacuna completamente novedosa es de al menos cuatro años”, explicaba entonces la Asociación Española de Vacunología. “¿Cuánto tiempo lleva fabricar una vacuna?” titulaba el NYT en abril 2020. 

Sin embargo, el ritmo de la ciencia y la investigación ha resultado asombroso. Y no solo eso, sino que  incluso la gestión y logística mundiales han sido de ficción. Los gobiernos y las instituciones, aunque los critiquemos, son más eficaces hoy que hace escasamente 20 años. 

De estar confinados a recibir un mensaje a tu nombre en el móvil para ponerte la vacuna hay un largo camino de trabajo que se ha hecho corto. Vivimos en un mundo fascinante mejor que nunca y no nos damos cuenta. No es correcto criticar al político de turno de todos y cada uno de los países, quejarse constantemente o protestar porque me toca esta dosis y no la otra. O repetir que solo el 50% del país esté vacunado.

Según el nuevo chiste, el optimista dice “el vaso está medio lleno”. El pesimista “el vaso está medio vacío”. Y el millennial: “¡el vaso me está ofendiendo!”. Y además no agradece que en vez de agua le estén «tirando» una caña de cerveza, que haya para todos y que se sirva gratis. ¡Salud!

Adrianey Arana

La tercera ola

 

Me estaba asustando pensar en la tercera ola del covid que viene gigante. Pero cuando he visto a un emocionado surfeiro  echarse deprisa al agua en pleno temporal del Orzán y yo abrigado y muerto de miedo… y él descalzo y mirando de frente las olas…me dije: «recuerda que eres brasileiro».

Los brasileños, además de ser repetidas veces campeones del mundo de fútbol. basket, voley, Fórmula 1, etc., somos desde el 2014 de surf. “Soy muy ansioso, sólo lo controlo en el agua, surfeando” dice mi compatriotra Gabriel Medina, el actual campeón del mundo (el de la foto).

Si viene una tercera ola, controlaremos la ansiedad surfeándola cada día con lo que tengamos entre manos. Que cada uno se busque su tabla. Pero no dejará de ser sólo una tabla, un bañador y… la mirada al frente, por encima de la ola.

Chicago años 20

 

       Desde el confinamiento, las veces que escribo suele ser sobre cómo trabajar por una Sociedad más resiliente. Resiliencia -esa palabra que nunca sabes cuantas “ies” lleva- cuyo origen es “volver atrás” si bien hoy inunda nuestros textos y mensajes como la capacidad para adaptarse con resultados positivos a situaciones adversas.

      Los que somos afortunados padres de niños en edad escolar, tenemos en nuestras casas el ejemplo más claro de resiliencia. Volviendo atrás, recuerdo con pena el primer día de colegio, empecé con el mas pequeño, lo abandoné como si fuésemos parte del elenco de una serie televisiva ambientada en Chicago: en la puerta, sin bajarme del coche, a la carrera para no coincidir muchos y, asegurándome desde la lejanía que entraba correctamente. Cuando llegó del cole y le pregunte por su primer día su respuesta fue “genial mamá”.

     Desde ese día la misma rutina matutina entre prisas; exhaustivo pase de revista “el Chromebook, la cantimplora, el peto lavado, el forro polar, la mascarilla de repuesto …” asienten con sus ojos, con su cara tapada por sus mascarillas. Nunca se quejan y les confieso que mis hijos manejan el quejido como recurso con gran maestría. De hecho, por la tarde cuando llegan lo utilizan, pero sus quejidos son los mismos de antes de incorporar todo ese atterezzo a sus “personas”, los deberes, el profe me riñó sin razón o fulano me miró mal en el recreo…

     Verán, les confieso que yo me quejo, de lo de antes pero mucho de lo de ahora, la mascarilla, el gel, la distancia, el encierro, las video conferencias … y así cada día y, sino estoy en ello activamente, asisto pasivamente al quejido de los de mi alrededor que son como yo, adultos.

     Yo aquí leyendo a consagrados autores sobre resiliencia y el ejemplo más claro lo tengo en mi casa y es carne de mi carne.

     Mas que nunca, pongamos en valor lo que nuestros hijos pueden enseñarnos, su actitud y su capacidad de adaptarse con resultados positivos a una situación adversa y continuada. La resiliencia, al igual que la inocencia nos viene de serie, aprendamos de ellos y con su ejemplo trabajemos con ellos para que la cultiven y no la pierdan.

     Por ello, después de ese día de tintes chicagüenses, me quedo con cada mañana en la que a través de sus mascarillas me dan un beso antes de subirse al bus y, con sus manos impregnadas en “ese gel” que seguro huele mal, me dicen adiós con ojos sonrientes e ilusionados por el día que les espera mientras el bus arranca …. ¡Y yo corro al coche a sacarme la mascarilla!

María Montalvo

​​​​​​