Nike y las madres

 

     En Nunca te pares (2016; Conecta, 2020), el relato autobiográfico de Phil Knight, el fundador de Nike, habla primero de su infancia y juventud, luego de cómo empieza importando zapatillas desde Japón hasta Estados Unidos, después de cómo llegó a fundar Nike en 1973 (al principio sólo una fábrica de modelos de zapatillas de deporte), y luego de todo lo que fue ocurriendo hasta llevar a su empresa hasta su actual posición de liderazgo.

     Aquí sólo quiero contar una anécdota de su madre, cuando él era un niño. Habla de «los frecuentes entrenamientos a los que me sometió. De joven había presenciado cómo una casa de su barrio se quemaba hasta quedar reducida a cenizas; una de las personas que se encontraba dentro murió. De manera que solía atar una cuerda a la pata de mi cama y me hacía utilizarla para descender haciendo rápel desde la ventana de mi habitación, en la segunda planta. Mientras tanto, ella me cronometraba. ¿Qué pensarían los vecinos? ¿Qué podía pensar yo? Probablemente esto: la vida es peligrosa. Y esto: debemos estar siempre preparados. Y esto: mi madre me quiere».  

     Al terminar el libro, cuando hace balance, explica que él y su mujer, en ese momento en el que está terminando el libro, «estamos construyendo un reluciente campo de baloncesto en la Universidad de Oregón, el Matthew Knight Arena (…) y ultimando la construcción de unas nuevas instalaciones deportivas que planeamos dedicar a Dot y Lota, nuestras madres. Una placa situada a la entrada llevará la inscripción: PORQUE LAS MADRES SON NUESTROS PRIMEROS ENTRENADORES».
Luis Daniel González es especialista en literatura infantil y juvenil. Escritor. Creador de bienvenidosalafiesta.com,  la web más importante en español de crítica literaria infantil, juvenil y álbumes ilustrados.

Foto: Nike

chuac chuac

 

 

     Cuando tu madre y abuela de tus niños con sus 80 y tantos años queda ingresada el 23 de diciembre por neumonía y aislada por el covid en una planta del Chuac, no te quedan ganas de mazapán ni de copita de champán. Es lo que le ha pasado a un amigo.

    Para su sorpresa recibieron anteayer en Nochebuena una videollamada de la abuela (?!) desde la cama del hospital con saludos y sonrisas. Pudieron hablar, relajarse… que todo va bien o no va mal, que a ver qué dicen los médicos cuando pasen… que feliz navidad y que a brindar.

    A brindar… por esa trabajadora anónima que se armó de toda la parafernalia anticovid, entró en la habitación, averiguó el móvil de la familia y conectó a la abuela con los suyos. No saben quién fue.

     Bello es hacer el bien y desaparecer, sin pasar factura ni reclamar aplausos a las 8. Esfumarse como el amigo invisible. A esa gente que sostiene este mundo con normalidad, a esos invisibles de los invisibles de los hospitales, desde aquí un par de besos: Chuac, Chuac.

Chicago años 20

 

       Desde el confinamiento, las veces que escribo suele ser sobre cómo trabajar por una Sociedad más resiliente. Resiliencia -esa palabra que nunca sabes cuantas “ies” lleva- cuyo origen es “volver atrás” si bien hoy inunda nuestros textos y mensajes como la capacidad para adaptarse con resultados positivos a situaciones adversas.

      Los que somos afortunados padres de niños en edad escolar, tenemos en nuestras casas el ejemplo más claro de resiliencia. Volviendo atrás, recuerdo con pena el primer día de colegio, empecé con el mas pequeño, lo abandoné como si fuésemos parte del elenco de una serie televisiva ambientada en Chicago: en la puerta, sin bajarme del coche, a la carrera para no coincidir muchos y, asegurándome desde la lejanía que entraba correctamente. Cuando llegó del cole y le pregunte por su primer día su respuesta fue “genial mamá”.

     Desde ese día la misma rutina matutina entre prisas; exhaustivo pase de revista “el Chromebook, la cantimplora, el peto lavado, el forro polar, la mascarilla de repuesto …” asienten con sus ojos, con su cara tapada por sus mascarillas. Nunca se quejan y les confieso que mis hijos manejan el quejido como recurso con gran maestría. De hecho, por la tarde cuando llegan lo utilizan, pero sus quejidos son los mismos de antes de incorporar todo ese atterezzo a sus “personas”, los deberes, el profe me riñó sin razón o fulano me miró mal en el recreo…

     Verán, les confieso que yo me quejo, de lo de antes pero mucho de lo de ahora, la mascarilla, el gel, la distancia, el encierro, las video conferencias … y así cada día y, sino estoy en ello activamente, asisto pasivamente al quejido de los de mi alrededor que son como yo, adultos.

     Yo aquí leyendo a consagrados autores sobre resiliencia y el ejemplo más claro lo tengo en mi casa y es carne de mi carne.

     Mas que nunca, pongamos en valor lo que nuestros hijos pueden enseñarnos, su actitud y su capacidad de adaptarse con resultados positivos a una situación adversa y continuada. La resiliencia, al igual que la inocencia nos viene de serie, aprendamos de ellos y con su ejemplo trabajemos con ellos para que la cultiven y no la pierdan.

     Por ello, después de ese día de tintes chicagüenses, me quedo con cada mañana en la que a través de sus mascarillas me dan un beso antes de subirse al bus y, con sus manos impregnadas en “ese gel” que seguro huele mal, me dicen adiós con ojos sonrientes e ilusionados por el día que les espera mientras el bus arranca …. ¡Y yo corro al coche a sacarme la mascarilla!

María Montalvo

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Leyendo con mis hijos

 

¡María, María, hay librería! Pablo tendría cinco años y se dirigía así a su hermana, corriendo alegre a decírselo al ver alzados sobre su cama los álbumes ilustrados recién traídos de la biblioteca y que yo acababa de colocar, como cada pocos días, para alimentar la lectura en voz alta de la noche, con ellos ya en la cama.

     ¿Por qué les leía? Para compartir lo que a mi me apasiona. Para estar a gusto juntos, con un padre poco dado al ejercicio. Para hacerles conocer otros mundos y vivir otras vidas. Para ofrecer la palabra en una época en que las imágenes se nos dan de manera avasalladora.

     En el fondo, una ilusión: que llegasen a ser lectores ellos mismos. Pero sin que la ansiedad por el posible logro futuro enturbiase el momento vivido.

     Porque “si la literatura es un lujo, las ficciones son una necesidad”. Y ficciones aplanadoras se nos dan a todos, pero es bueno ofrecer las más plenas de belleza y sentido.

Ignacio Lete

1 giga

 

Llama la madre a movistar por la factura y le contestan que “lo sentimos, señora, pero se ha comprado usted varios juegos”. Había sido la niña de 7 años con el móvil de la abuela porque memoriza las claves de todo… y lee sus ‘post-its’

Niños y mayores nos sabemos de memoria listas de compañeros de clase por orden, la plantilla del Madrid, recetas de masterchef, emails, cuentas de twitter y absurdos nombres de webs, series de netflix, personajes de ‘La casa de papel’ y resultados de mundiales. Hasta me sé el nombre de las 9 leyes de educación: loece, lode, logse, lopeg, loce, loe, lomce y lomloe.

Dicen que la memoria es la inteligencia de los tontos y que en el futuro todo estará en la red. Tú no tendrás que saber nada. Solo estar conectado. Y pagar la tarifa basic, premium o pro de icloud, drive o dropbox. Para tener más memoria. Cuanto más tonto seas, más memoria podrás comprar sin problema.

Para mí es un arte recitar algo de memoria. Me cuesta porque “soy listo”. Pero quizá es ese «giga» que ahí queda para cuando el corazón cante sin quererlo o el alzheimer solo me permita musitar una y otra vez “ruega por nosotros”.