La queja aleja

Queja.  Puedes quejarte por todo, porque todo es imperfecto. Aunque vivas en la mejor casa del mundo, te puedes quejar por el olor, el ruido o los mosquitos. 

Un amigo llama “quejas Loewe “ a las que se manifiestan para fardar: “el café de París me sentó fatal”, “el aire acondicionado del hotel de Lagos me machacó”. 

Las quejas por los políticos son eternas. Como piensan los humoristas, el gobierno es una institución creada con fines terapéuticos para que el pueblo se desahogue diariamente usándola de punching-ball. Si es contrario a tus ideas porque “van  por lo que van”; y si es afín porque “no se atreven a lo que hay que hacer”. 

La educación es otro motivo de queja: los cambios, las ratios, la falta de profesorado, el curriculum, la lección magistral o el humo que otros venden. Digo educación por ser mi “tema”. Pero ponga Ud su profesión. Todo sin matizar, claro.

Y esta es la cuestión. Que  en esta vida todo es matizable por ser complejo. Hay asuntos que no están mal o bien, simplemente están de una manera. Se pueden comentar, mejorar, aportar y esperar o actuar. Pero no es eficaz un ataque frontal a  todo lo que se supone que está mal. Contribuimos más a la radicalización o polarización de la sociedad con nuestras palabras que con los hechos en sí.

Y en las familias y grupos humanos sucede igual. La queja continua lleva a que los demás se alejen de ti porque es triste. Y aunque se aduzcan razones justas, la queja no es solidaria. No es generoso quejarse en familia, donde lo propio es darse casi sin que se note y con buena cara. Y si puntualizáramos la situación de la casa o del hogar o de la oficina veríamos que no todo está mal. 

Hay quien dice “en vez de quejarte, da soluciones”.  Y proponen soluciones que los demás «deberían adoptar». Yo prefiero lo de “no te quejes ni des soluciones: la solución eres tú”. O sea, yo.

Cada vez estoy más convencido de que el purgatorio es el lugar de las quejas, un estado o situación en el que viven los que sufren al ver todo mal y donde permanecerán hasta admitir que no todo era perfecto, que este mundo estaba sin acabar y que se trataba de ir creándolo nosotros o colaborando a sostenerlo. 

Además tenemos mucho que no nos merecemos y eso también ‘es injusto’ pero ni lo vemos ni nos quejamos de ello. Como dice Jane Austen “nadie se queja de tener lo que no se merece”.

En esta vida o en la otra: queja. Es que esos no pueden ir ya al Cielo porque le encontrarían algún defecto: les tocaría columna y no verían bien o les parecería injusto que otros que llegan más tarde resulta que tienen un sitio VIP.