La libertad del verano invade a los alumnos. Ahora son un poco ellos mismos. Hasta los más pequeños viven con más personalidad. No se ven atados por las obligaciones escolares y las rutinas. El verano es más auténtico que el invierno.
En verano los niños crecen, juegan y se aburren. Las experiencias son vitales, no virtuales. Aprenden de la vida, de los viajes, del pueblo, de las actividades, de los primos, del campamento, de los animales, de la convivencia con amigos.
Tienen tiempo para hacer lo que sea con perfección, hasta la saciedad. Encuentran las claves y lla confirmación de lo que trató de abrirse paso en sus mentes en el colegio o en casa.
Algunos hechos de su vida ocurrirán por primera vez en verano. Lo más importante: la primera salida de casa, el primer amigo, la primera decisión, el primer amor…, estrenar la bicicleta, o aprender a nadar.
En verano los niños crecen y se fortalecen de modo natural. Crecen sin más. La mayoría de los niños mira de otra manera al terminar sus vacaciones, como si se hubieran asomado a un luminoso balcón. El que vuelve de un viaje no es el mismo que el que se fue, dicen los chinos.
Los veranos son más educativos que el curso escolar. Lo único que deben hacer los niños es vivir felices sus vacaciones. Nada hay mejor en el mundo que los felices veranos de la infancia. A partir de cierta edad son decisivos, a partir de la pubertad. Marcan. De ahí la importancia de saber qué hacer con los preadolescentes en verano. Como decía Máximo, ‘lo que hacemos en verano tiene su eco en la eternidad’.