Desde el confinamiento, las veces que escribo suele ser sobre cómo trabajar por una Sociedad más resiliente. Resiliencia -esa palabra que nunca sabes cuantas “ies” lleva- cuyo origen es “volver atrás” si bien hoy inunda nuestros textos y mensajes como la capacidad para adaptarse con resultados positivos a situaciones adversas.
Los que somos afortunados padres de niños en edad escolar, tenemos en nuestras casas el ejemplo más claro de resiliencia. Volviendo atrás, recuerdo con pena el primer día de colegio, empecé con el mas pequeño, lo abandoné como si fuésemos parte del elenco de una serie televisiva ambientada en Chicago: en la puerta, sin bajarme del coche, a la carrera para no coincidir muchos y, asegurándome desde la lejanía que entraba correctamente. Cuando llegó del cole y le pregunte por su primer día su respuesta fue “genial mamá”.
Desde ese día la misma rutina matutina entre prisas; exhaustivo pase de revista “el Chromebook, la cantimplora, el peto lavado, el forro polar, la mascarilla de repuesto …” asienten con sus ojos, con su cara tapada por sus mascarillas. Nunca se quejan y les confieso que mis hijos manejan el quejido como recurso con gran maestría. De hecho, por la tarde cuando llegan lo utilizan, pero sus quejidos son los mismos de antes de incorporar todo ese atterezzo a sus “personas”, los deberes, el profe me riñó sin razón o fulano me miró mal en el recreo…
Verán, les confieso que yo me quejo, de lo de antes pero mucho de lo de ahora, la mascarilla, el gel, la distancia, el encierro, las video conferencias … y así cada día y, sino estoy en ello activamente, asisto pasivamente al quejido de los de mi alrededor que son como yo, adultos.
Yo aquí leyendo a consagrados autores sobre resiliencia y el ejemplo más claro lo tengo en mi casa y es carne de mi carne.
Mas que nunca, pongamos en valor lo que nuestros hijos pueden enseñarnos, su actitud y su capacidad de adaptarse con resultados positivos a una situación adversa y continuada. La resiliencia, al igual que la inocencia nos viene de serie, aprendamos de ellos y con su ejemplo trabajemos con ellos para que la cultiven y no la pierdan.
Por ello, después de ese día de tintes chicagüenses, me quedo con cada mañana en la que a través de sus mascarillas me dan un beso antes de subirse al bus y, con sus manos impregnadas en “ese gel” que seguro huele mal, me dicen adiós con ojos sonrientes e ilusionados por el día que les espera mientras el bus arranca …. ¡Y yo corro al coche a sacarme la mascarilla!
María Montalvo