– Una caña -pedí a una cara desconocida-. ¿Nuevo por aquí?
– Mi restaurante cerró por el covid y me busqué esto. Me hablaron de aquel tipo -me señala a un camarero que se movía entre las mesas-, que era un crack y quería venir a trabajar con él.
– Ese tipo -le susurré- es rápido y quiere a los clientes, siempre sonríe y no suele estar por la barra… Y también tiene problemas.
Esa misma mañana en el colegio dos niños vinieron a pedirme si les prestaba el cargador del portátil.
– A cambio de un chiste -le pedí a uno muy gracioso. Y me contó uno regular.
– Bueno, le voy a contar otro- y claro, era un poquito más de mayores. Me partí y ellos más. Y se fueron con el cargador.
No todo se arregla con dinero. A mal tiempo, buena cara. Que con el humor es la única moneda de cambio para cuando llueve sin parar desde hace años.
Adrianey Arana
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