Este curso de tutorías meet, zoom o whatsapp me ha brindado la oportunidad de descubrir a las familias de los alumnos. Paradójico, pero cierto. No las he visto físicamente como otros años, pero sí realmente.
Me explico. He visto a madres interrumpir la vorágine de su empresa para una tutoría virtual ella, él y el profe (servidor) cada uno en una ciudad distinta.
Padres embarcados y en la mar que se han quedado sin su merecido reposo a bordo para preguntarle por videollamada al maestro que cómo va su criatura. Uno dando un biberón on line mientras el cónyuge intenta callar a otro porque están hablando con el profe del niño.
Ha habido padres de la clase en otros continentes que han calculado la hora adecuada para hacer un face-time con el profe y saludar.
Y hay mamás que desde el coche o en el parking te han hecho un gesto que lo dice todo sobre “¡cómo te dejo hoy al niño!” Tejiendo punto a punto cada día.
Descubres que son las familias quienes educan a sus hijos y que por eso quieren estar en contacto con los profesores que les ayudan en esa tarea. No les da lo mismo lo que pase o lo que no pasa, porque normalmente no pasa nada.
Pero no pasa nada porque esos progenitores A y B están pedaleando todos los días. No hay imagen más pacífica que la de los patos deslizándose con calma en un estanque, pero eso lo logran porque sus patas se mueven sin parar debajo del agua. En inglés se dice “paddling”, que lo refleja mejor. Eso es lo que hacen los padres. Los padres de las familias normales. Y es lo que se denomina “the duck effect”, el efecto pato. Es que no me sale en español.
“Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, dice Tolstoi. Y los padres normales son los felices, aunque no lo sepan. Y hacen felices a todos.
Adrianey Arana