Cuando tu madre y abuela de tus niños con sus 80 y tantos años queda ingresada el 23 de diciembre por neumonía y aislada por el covid en una planta del Chuac, no te quedan ganas de mazapán ni de copita de champán. Es lo que le ha pasado a un amigo.
Para su sorpresa recibieron anteayer en Nochebuena una videollamada de la abuela (?!) desde la cama del hospital con saludos y sonrisas. Pudieron hablar, relajarse… que todo va bien o no va mal, que a ver qué dicen los médicos cuando pasen… que feliz navidad y que a brindar.
A brindar… por esa trabajadora anónima que se armó de toda la parafernalia anticovid, entró en la habitación, averiguó el móvil de la familia y conectó a la abuela con los suyos. No saben quién fue.
Bello es hacer el bien y desaparecer, sin pasar factura ni reclamar aplausos a las 8. Esfumarse como el amigo invisible. A esa gente que sostiene este mundo con normalidad, a esos invisibles de los invisibles de los hospitales, desde aquí un par de besos: Chuac, Chuac.