Lloró porque su libro favorito iba a ser pasto de las llamas en el simulacro de incendio. Le expliqué al niño que no era verdad, que nos habían dado un susto muy grande, que no ocurría nada y regresaríamos a clase.
Algunos niños no distinguen simulacro de realidad, como nos sucede hoy a muchos con tanto pensamiento conspiranoico, fake news y hackers rusos fabricando noticias (que ahora no lo logran, no sé por qué). Somos ciudadanos abrumados por los protocolos de nuestros miedos. En los colegios americanos ya practican simulacro de tiroteo en las aulas -como ha puesto de relieve una de las últimas portadas del New Yorker– y en toda Ucrania de bombardeo aéreo.
Alex Martínez Roig alerta en El País contra el creciente catastrofismo de malas noticias alentado por fáciles titulares como “Cuenta atrás para la 3ª Guerra Mundial” y se pregunta “¿deberían recibir algo más de luz algunos elementos que invitan a la esperanza?”
En los aviones hemos sustituido el “buenos días, señor” o “¿desea Ud. zumo, Coca-Cola, aperitivo?” por una interminable, prolija y exagerada sesión de avisos en caso de accidente.
La ilusión, inocencia y felicidad por viajar o vivir se han transformado en previsión y protocolo ante posibles “escenarios” apocalípticos. Esta es la expresión favorita: “posibles escenarios”.
Sí, la prensa es muy responsable, pero nosotros también damos titulares en la vida diaria. De hecho es lo único que ofrecemos en la cocina, en el trabajo o en el coche. No largamos discursos pero las palabras y breves expresiones de nuestra conversación producen efectos
Titulares como: no queda ya leche, dan lluvia, no llegamos a fin de mes, o los niños quedan solos soltados al cónyuge o hija mayor. U otros como: la fotocopiadora sigue estropeada, no hay wifi o a ver si alguien hace algo… elaboran un cóctel amargo al que añadimos en el coche una rodajita de noticias de la radio.
Observo que del “buenos días” hemos pasado a desear sólo “buen día” porque más no podemos asegurar, sólo 1 día. Y acabaremos diciendo: “Buena mañana” o “¡que no tengas mal día!” O bien respondemos al “qué tal” con un “bien o te cuento”, “sobreviviendo, que no es poco”, “falta menos para el viernes”.
Mejoremos nuestras expresiones de saludo y respuesta para intentar que este mundo se vea como un lugar mejor en el que no hacemos llorar inútilmente a los niños.
Como contestaba rápidamente al “qué tal” un gran amigo cuando se encontraba mal y agotado: “estoy que me salgo”. Notabas que él mismo se sentía más feliz y sonreía con picardía al expresarse así.
Cuando regresamos al aula del meeting point del simulacro le enseñé al niño su libro favorito intacto y sonrió, lo abrazó y ni Putin ni Biden ni el CGPJ ni el terrorismo ni los incendios pudieron destruirlo. Fue tan solo un susto a un niño que creyó que el mundo se consumía en llamas. Falsa alarma y feliz Halloween, la fiesta de los sustos de mentira.
Adrianey Arana