“Cuando tú vuelves a casa y ves a tu hijo, a tu hija pequeña y “pierdes tiempo”… este coloquio es fundamental para la sociedad.
Y cuando tú vuelves a casa y está el abuelo o la abuela que quizá no razona bien o, no sé, ha perdido un poco la capacidad de hablar, y tú estás con él o con ella, tú “pierdes tiempo”, pero este “perder tiempo” fortalece la familia humana.
Es necesario gastar tiempo —un tiempo que no es rentable— con los niños y con los ancianos, porque ellos nos dan otra capacidad de ver la vida.
Y la sabiduría requiere ‘perder tiempo’”. Todo esto opinaba Francisco el otro día.
Lo mismo que Dickens cuando veía pasear charlando de tonterías al director soñador de su colegio y a su tío algo ido de la cabeza. “Hay muchas cosas que han hecho mucho ruido en el mundo sin valer ni la mitad de aquello a mis ojos”. Pensaba que aquellos paseos hacían mucho bien al mundo.
Y así lo confiesa Irene Vallejo: “Mi abuelo paterno decía una frase que se me ha quedado marcada: ‘El bien no se nota’. Era una persona muy cuidadora, evitaba el daño de la gente, aunque ellos no lo llegaran a saber. Decía: ‘El mal es ruidoso, el bien no se nota porque no chirría’».
Y es que contra el defecto de la eficacia, está la virtud de perder el tiempo (esta frase es mía).
Tengo mil gestiones estos días, leo mucho de la guerra de Ucrania e intento arreglar el mundo dentro y fuera de mi cabeza. Pero quizá prepararles el café del desayuno a los míos, pasear con el cura mayor y sabio, hablar con mi simpática tía de 89 años y charlar en el recreo con mis alumnos de 6 sea lo mejor. Porque es «perder el tiempo».
Adrianey Arana
Foto: Jana Sabeth – unsplash