Dos niños discuten cuando entro.
– ¿Qué pasa?
– ¡Es que este no me deja ir en su nave!
Proceso mentalmente los posibles escenarios y aplico protocolo de conflicto:
– ¿Cómo es la nave? -pregunto al creador de 6 años. Defiende que la ha dibujado sólo con cuatro habitaciones y que ya van fulanito, este otro… y va señalando a su equipo.
– Bueno, pero podríamos transformar la nave antes de su partida con la goma -sugiero en fase de conciliación-. Borramos esta parte y ampliamos un compartimento. Así somos buenos amigos y podéis aceptar un tripulante más.
– ¡Anda! -exclama el diseñador con su lápiz- es verdad… vale, sí, cabe.
Sonríen. Alarma desactivada y emergencia anulada. Podemos iniciar la clase que nada tiene que ver con la galaxia sino con una breve lectura de un cuento con moraleja.
No sirven de mucho las clases magistrales sobre diversidad, solidaridad o respeto. Lo eficaz es poner orden en su metaverso imaginativo de juegos y entrar en su matrix mental como uno más. Ven que en un juego no todo vale, ni en la vida, que es lo mismo para ellos.
Por eso, meter en este ambiente situaciones de aprendizaje sexual me parece que sí es vivir en otro planeta, no en el infantil. El sexo no es un juego y menos para niños. Y con los niños no se juega. Al menos no en mi nave.
Adrianey Arana · Foto de Jerry Wang en Unsplash