Termina el curso porque lo dijo mamá, no porque se acabe el cole, que ya no había. Pararon las clases onlain, las tareas, el seguimiento, la persecución o la huida y el entertainment digital educativo.
¿Cómo va a ser el curso próximo? Nos lo dirán las autoridades y direcciones de los centros. Pero va a ser mejor. Aunque no haya vacunas y vengan catarros o reconfinamientos. Pero puede ser que no. Seguro que diremos: “el Segundo Confinamiento lo pasamos mejor, más tranquilos”. Y “en el Tercero fue cuando comenzaron las clases holográficas, ¿te acuerdas?”. “Puf, pues yo me acuerdo que en el Primero no había profes robots y tenían que estar ahí…”. "¡Síii, y todavía eramos digitales!"
Y como todo el mundo profetiza cómo va a ser el futuro del presente, pues yo también. Los confinamientos nos cambiarán. Nos habrán obligado a escucharnos. Habremos perdido el miedo al miedo. Sabremos confiar en la incertidumbre y planificar la imprevisión. Aparecerán vacunas, grandes científicos prácticos e irrumpirán líderes como respuesta a la falta de respuestas. Y habrá inimaginables pandemias buenas y curativas y bellos escenarios, que habría que prever o con los que habría que soñar. Porque los niños de hoy son los hombres de mañana, que dijo uno. Y nunca sabes de lo que son capaces estos rapaces.
Me dicen unos padres que están felices porque en este confinamiento han logrado que por fin su hijo rompa a leer y además con gusto. Y han tenido que comprar libros. Ayer visité al mejor librero de la ciudad y me comentó que, tras el cierre, parece que la gente está leyendo cada semana más libros físicos.
Los libros de preescolar e infantil son el subgénero más vendido en la últimas semanas, seguidos de ficción y ficción infantil y juvenil. E increíblemente los cuadernos Rubio tienen 2 ejemplares entre los 30 libros más vendidos ahora mismo en Amazon.
Yo estoy disfrutando de varias lecturas, que me ayudan a resistir no solo el paso del tiempo, sino sobre todo los titulares diarios, los enlaces de whatsapp, las fake news y las no tan fake que necesitan una visión crítica. Libros con los que me siento libre. Sin evadirme. Sin miedo. Sin fantasmas. Y que son el antídoto o la vacuna contra la otra gran epidemia actual: lo viral (nunca mejor dicho). Así, dice El cisne negro, “casi todo lo importante que nos rodea se puede matizar”.
“¿Para qué traes esa capucha en la mano?”, le preguntaba hace poco a un niño al entrar en clase un día de sol. “Por si hay simulacro”, me dijo. Recordé que el día de la evacuación llovía a mares y hubo que salir al patio.
Pues ahora ya no nos vale ni la capucha ni el simulacro. Estamos en el futuro real. Dicen que está aquí. Deshojamos despacio la margarita del confinamiento aguardando la suerte final que puede ser rara, una distopía, o feliz, una utopía. Esa era una reciente viñeta del The New Yorker. Y mientras tanto, preparamos la futura escuela híbrida que nos toca vivir.
Ya estaba ahí. Se estaba gestando en miles de colegios diversos y en hogares de todo tipo. Híbrida o combinada, porque es física y es digital, porque todos ayudan a que el niño aprenda: la tecnología de la wifi, la fibra, el móvil chino, el padre con su tablet y con su niña, la cuidadora poniendo orden, el "profe" marcando pautas y usando apps, la mamá que aporta una idea para la clase, la editorial que espabila, y el político que va decidiendo realidades.
En algunos “webinars” a los que estoy asistiendo (expertos educadores o profes, no gurús, que te reúnen por video-conferencia), se comenta que “lo que me quedaría del confinamiento es la relación familia-profesores”, que eso está siendo mágico. Queremos quedarnos con eso. Con este nuevo futuro que estamos deshojando. Unos con otros. Y esto con aquello.
Se ve que en este país somos valientes. “De repente, para los valientes, lo malo se convierte en bueno”, decía Browning. Estamos preparando entre todos una escuela mejor, con distanciamientos, rutinas, protocolos, turnos, nuevos espacios y retos. Desafíos con fuego real. Pero ilusionados con las alas que hemos descubierto y que nos permitirán volar por encima de las dificultades.
No nos es ajeno a los hombres el mito de Pegasus, el caballo con alas que aun en el aire movía sus poderosas patas como si todavía cabalgara. Porque todo ayuda.
Clase on line, la madre enchufando el audio y la cara del niño pegada a la cámara, sin mascarilla y a menos de 2 centímetros: “¡mira, se me ha caído un diente!”. Y el imparable Ratoncito Pérez le dejó un regalito en la almohada en pleno confinamiento. Y me pega la hoja de las tareas al objetivo para que vea la buena letra. Distanciamiento.
De cerrar los colegios a cal y canto con conciliaciones imposibles para los padres a abrirlos pero con medidas de la NASA irrealizables por el profesorado y por el Ratoncito Pérez hay términos medios más normales.
Hace 30 años las medidas higiénicas en comedores escolares, en baños públicos, en piscinas, o en hospitales eran ridículos. No digamos en las rutas escolares. La nueva normalidad ahora es que en los hospitales no se fuma, en los baños de la autopista pone “limpiado a las 17’00 h. por fulano”, en las piscinas hay que ir con gorro. En los buses los niños van con cinturón y cuidadora. Y me quedo corto.
Elevar la exigencia de medidas higiénicas y las rutinas sanitarias o saludables en los colegios es posible. En comedores, baños, casilleros, rutas de bus, material de uso personal.
Lo que no se puede es tener solo 15 niños en un aula y separados todo el día en burbujas de 2 metros. En los colegios no hay distancia social. Los maestros limpiamos, fregamos vómitos, ponemos termómetros y, sobre todo, corregimos cuadernillos en los que te encuentras hasta restos de merienda, o afilamos lápices recién chupados. Todo eso y más no se evita con “aulas de 15 niños y medidas de distanciamiento social” en niños que nunca en su corta vida se ha separado más de 2 metros de nadie.
Sí se pueden exigir medidas de mejora como una mayor digitalización en los materiales escolares. Se puede decir a las familias que para el próximo curso adquieran tablets u ordenadores en lugar de una lista con mil cuadernillos, lápices y colores, y evitar trasiego de materiales. Se puede jugar en el recreo, pero luego lavarse las manos. Se puede poner una mascarilla para coger el bus escolar, además de abrocharse el cinturón. Se pueden elaborar menús más controlados por Sanidad. Se pueden colocar más dispensadores de gel y de jabón y secamanos, se pueden mejorar los baños de alumnos y los dispensadores de papel higiénico. Se puede quedar en casa el niño que esté malito y no mandarlo al cole.
Las editoriales pueden ofrecer algo más interactivo que no sea humo o “pdfs”. Las plataformas educativas pueden ser tan atractivas, útiles y fáciles de usar como lo es la Play por la tardes. Y las aplicaciones para clases on line pueden tener la posibilidad de que el profe, por favor, apague los micros de todos los niños y el chat, para poder oírse unos a otros sin ecos y que se pueda tener algo parecido a una "classroom" sin muchos malabarismos. Y facilitar a los profes medios digitales adecuados y no un calendario de propaganda.
Y por supuesto todo con gran normalidad. Pero no vale decir que mientras no se sepa qué va a pasar no se me ocurre qué pensar.
"Se equivocaría quien pensase que nos volvimos locos de alegría". El día que les liberaron de Auschwitz, contemplaron la bella naturaleza de los alrededores del campo mientras les organizaban la partida. Victor Frankl, psiquiatra judío, libre pero todavía allí, cuenta sus raras impresiones.
“Por la tarde y cuando otra vez nos encontramos en nuestro barracón, un hombre le dijo en secreto a otro: «¿Dime, estuviste hoy contento?». Y el otro le contestó un tanto avergonzado, pues no sabía que los demás sentíamos de igual modo: «Para ser franco: no». Literalmente hablando, habíamos perdido la capacidad de alegrarnos y teníamos que volverla a aprender, lentamente.”
Imagen: pixabay
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