ADRIANEY ARANA.- Llegué a sabérmela de memoria. No era la Torá ni la canción de moda, pero sí la ilusión de una joven generación. Los anhelos de una democracia se plasmaban en la Constitución. Su texto llegó a emocionar a los estudiantes de Derecho del 79.
Muchos de sus párrafos son «humanos», independientemente de tu lengua o creencia. “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Hoy debería meditarse, aunque no resulte muy zen.
Varios profesores iban y venían a Madrid a participar en su redacción y desarrollo. Nos la explicaban luego con brillo en los ojos. Fue humillante verles tirados por los suelos cuando el 23F entraron los militares en el Congreso.
La mañana del 24 asistí con miedo a la clase de Político del profesor Portero. Acudimos pocos a arroparnos en torno a sus comentarios. Fue valiente. No era de mi cuerda, pero en aquella época el ambiente era trenzar las distintas cuerdas en una maroma. La democracia. Se logró, pero hay que seguir.
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