“Yo soy tu padre” es el final y el comienzo de un gran guion. Nunca lo he escuchado en la vida real y menos aún “yo soy tu madre”. Pero será habitual en un futuro próximo en esta galaxia de embriones perdidos.
Lo que sí me han dicho muchos alumnos es: “¿Tú conoces a mi padre?” Les ilusiona que progenitor y profesor se conozcan. Aunque para mí mejor todavía es escuchar: “¿Verdad que tú le diste clase a mi padre?”, que es algo así como convertirte en maestro «yedai».
La conexión alumnos-padres-profesores produce un flujo de empatía, endorfinas y buen rollo que genera aprendizaje. No sé por qué. Siempre he buscado que los alumnos sepan que es así y que sea así. Y por ello pienso que un profesor de primaria no puede escapar de los padres en el supermercado, porque eso es escapar de los hijos. Y las madres y padres tienen que saludar desde el coche a los profes cuando recogen a los niños porque harán mejor al maestro.
Al final el “yo soy tu padre” es la verdad última. Y es mejor que el padre le diga al maestro quién y cómo es su hijo a que el profesor pretenda contárselo. En la adolescencia puede ser interesante lo que el profesor percibe del alumno que en casa apenas habla, pero ahí entra la tutoría con los padres. Y cuando te dice “hola, soy el padre de fulano” y ves que realmente es “fulano” pero más grande, con capa y máscara negra, entonces entiendes todo. Él es su hijo.
Y también por eso siempre me ha parecido que las AMPAS son un elemento clave en este «ciclo del agua» escolar. Sin padres no hay profesores, porque sin hijos no hay profes, y sin padres no hay hijos. Y una asociación de madres y padres conectada a la dirección del centro es como enchufar las luces apagadas de un árbol de navidad.
“No existen familias despreocupadas por la educación de sus hijos e hijas, sino que existen familias que no están ocupadas”. Y es un “deber que forma parte de nuestras responsabilidades como padres”, según la CEAPA, la mayor confederación de AMPAS.
O sea, que en un colegio lo primero es la gallina, después el granjero y luego los huevos.
Adrianey Arana