Asisto a un simposio de mediación familiar en el que un ponente cuenta la desesperación de un paciente por arreglar su matrimonio. “Estoy cumpliendo todo por el libro: flores y flores, horarios… y no funciona. Pero el otro día el florista me comentó que, en contra de su negocio, lo importante no son las flores, sino la tarjetita”.
O sea que lo de “el medio es el mensaje” puede tener su razón comercial, pero el mensaje sigue siendo el mensaje. Hay que hablar. Si valoras a una persona hay que comunicárselo y, si la quieres, también. Porque las palabras son lo que nos distingue de los animales y lo que nos permite expresar los sentimientos.
En las tiendas de flores ya te ofrecen mensajes para los ramos de “docena de rosas” de 69’90 euros. Se ve que hay demanda. “Felicidades Fulanita, estoy lejos, pero te siento cerca”. Tampoco es que resulte muy acertado porque ya reconoces que estás lejos. Hay que saber redactarlo, digo yo.
Otros te ofrecen mensajes de segunda mano por si te sirven: «Una rosa por cada año juntos y te falta una, lo sé. Esa me la quedo yo y me encantaría poder seguir sumando… Fulanita». Yo recibo esto y me hundo más.
“Dejaré de quererte cuando la última rosa se haya marchitado”, es decir, que falta poco. “Que esté tan lejos y no quiera que hablemos todos los días no quiere decir que no me acuerde de ti. Fulanito”. Yo creo que hay gente que es mejor que no la líe y aprenda a decir “te quiero” o, al menos, sea sincero. Como aconsejaba Shakespeare «si el amor es rudo contigo, sé rudo con amor».
Pero quizá también es necesaria una educación del amor y de sus expresiones. Porque a veces todo se queda en educar la “sexualidad” y no se enseña a manifestar el “te quiero” ni a escribir cartas de amor. No hay más que ver las rudas despedidas de solteros que ya predicen la despedida de casados: todo un máster de falta de sensibilidad.
Porque como le decía Romeo a Julieta “si el amor es ciego, no puede dar en el blanco” y por eso le suplicaba: “desde ahora llámame solo ‘Amor’. Que me bauticen otra vez”.