Me cuenta un compañero del colegio que de niño comenzó a hablar muy tarde. Eran dos hermanos gemelos. Hubo complicaciones en el parto sin consecuencias aparentes, pero pasados ya tres años los niños no hablaban. Los médicos descubrieron entonces que su hermano sufría unos daños cerebrales irreversibles que le idejaron sin habla y con otras complicaciones que acabaron con su vida en unos años. Él tuvo que reeducarse con diversos programas. Hoy en dia es una persona normal y excelente, pero hasta aquella edad funcionó por imitación. Hablar no existía.
Los niños funcionan y aprenden por imitación, por práctica, por juego, más que porque les enseñemos. De ahí la importancia de las nuevas metodologías como el aprendizaje cooperativo, el flipped classroom, los recursos y técnicas de mindfulness, la educación emocional, el aprendizaje servicio o el escape room educativo, la gamificación… y muchas más.
Algunos desconfían de ellas, porque son “jueguecitos de pedagogos sin fronteras”. Pero no es humo todo lo que se vende. Al contrario, el surgimiento en este país de profesorado que propone, activa, inspira y promueve estas metodologías con ilusión es señal de que hay fuego por fin en la educación. Eso sí, esta vez, partiendo muy de la base, harta del postureo.
Cada vez que asisto a un curso, foro o evento de profesorado de este tipo, me encuentro con maestros jóvenes, otros no tanto, de la pública o privada o de ambas, no hay diferencias. El caso es que hay mucha motivación, gran complicidad, rápida comunicación y ganas de trabajar. Y siempre sucede lo mismo: cuánto mejor lo pasamos en esos cursos, más aprendemos. Y es que, como decía el maestro de mi pueblo, “la letra jugando entra”. Nada sería mejor que una alianza entre la industria del entretenimiento y el sector educativo. Mucho mejor, desde luego, que un pacto de Estado.