Educar solidarios, no Solidarios

 


Educar solidarios, no Solidarios

Una mujer falleció ayer en el escaparate de una tienda de regalos donde dormía en A Coruña. Se lo encontraron los vecinos del céntrica calle Riego de Agua, el propietario de la tienda, los turistas del crucero Oceana, la policía. No sabemos su nombre ni su procedencia. El indigente que dormía a su lado tampoco sabe quién era, ni el resto de los sin-techo de la zona «bien» de la ciudad.

Ayer me decía un colaborador de Cáritas en Vigo que el año pasado fallecieron en Vigo “unas” 20 personas de los que viven por la calle.

Las dos ciudades más grandes de Galicia están llenas de niños abandonados, de casas cuna, de refugios para mujeres. Además hay jóvenes acogidos en casas hogar en Bañobre, en Las Jubias y en Meicende.

Niños que no terminan la ESO y no saben qué hacer. Parados que piden en los semáforos y cerramos la ventanilla o que suplican una moneda de rodillas en los Cantones y en la Plaza de Lugo, violinistas sin comida que tocan en Juana de Vega.

Todas estas personas necesitan de nuestra ayuda real y diaria, de nuestra solidaridad. Hace falta que eduquemos a los alumnos de nuestras escuelas públicas y privadas en la solidaridad real. No en cómo hacerse un viajecito a África y posar en Facebook con unos negritos. Cosa que aplaudo, pero la educación para la solidaridad no debe centrarse en “ayudar al mundo”, lo que se acaba identificando con irse de ONG a la India.

Como decía Dostoievski, “amo a la humanidad, pero, para sorpresa mía, cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran las personas en particular”. La primera solidaridad que hay que educar con la experiencia de ayuda real es la practicada con los vecinos necesitados, con los del semáforo, con los ancianos que viven solos en el barrio, y con los presos y encarcelados de nuestras prisiones, a los que nadie visita ni hace caso.

He tenido oportunidad de visitar algunas cárceles no sólo en este país para atender a gente, y sólo años más tarde me di cuenta de que al lado del colegio donde trabajo se encuentra el centro de reforma de menores Concepción Arenal, sobrepasado además de internos y de labor. Y como también decía el mismo autor “el grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos”.

No es extraño que hace unos días el Prelado del Opus Dei animará en una carta personal desde la web de la institución a educar la “reacción” de los jóvenes al descubrir a mendigos en las ciudades de todo el mundo, y a llevar compañía “a quienes se hallan encarcelados sin que nadie se preocupe de ellos”. Es más, los jóvenes debe ser educados actualmente sabiendo que “cualquier tarea profesional ofrece de un modo más o menos directo la ocasión de ayudar a las personas necesitadas” (Álvaro del Portillo).

Educar para ser solidarios, no Solidarios. Y esto se hace cada semana con acciones reales con gente real y cercana que está “en o al lado” de nuestras escuelas.