Lindsay cedió su puesto en la final de los 400 metros a su compatriota Eric Lidell, un pastor evangélico que no quiso correr la suya de 100 por ser domingo. Joven aristócrata a la moda, Lindsay entrenaba en los jardines de su palacio. Fue un lord alegre y elegante, generoso y comprensivo con convicciones ajenas.
La historia y el estilo de aquellos hombres se recoge en la película “Carros de fuego”. Eran las Olimpíadas de París 1924, que cien años después se vuelven a celebrar allí este año. Será otro el atuendo, pero París siempre infunde cierta elegancia, que no siempre está en la ropa.
La diseñadora francesa más influyente del siglo pasado creía que “la moda se pasa de moda, el estilo jamás”. Hoy los adolescentes exploran su físico cambiante a través del vestuario y, aunque rechacen la elegancia como cursi, aceptan el estilo. Coco Chanel también enseñaba que “la moda se compra, el estilo se aprende”. Por eso conviene educarlo en los alumnos.
Los jóvenes usan la ropa como mensaje, símbolo de pertenencia y como respuesta o rechazo. Las marcas les dan seguridad, pero les restan personalidad. La educación en la elegancia y el estilo les seduce, les enseña algo más que superficialidad, les conduce a la profundidad de su mundo interior y a la autenticidad.
Algunos gestos de deportistas con estilo, de cantantes sinceros, o de algunos actores auténticos y discretos son más atractivos que los trajes de moda que pasa de moda de la alfombra roja.
Ante la tendencia del descuido provocado, de la diversidad de lo raro como modelo, de la violencia juvenil o machista y de los tacos como único adjetivo calificativo, cabe la elegancia “como actitud”, según sostiene el diseñador Karl Lagerfeld.
Y no solo en los jóvenes es necesaria esta actitud, también en la conversación de sus padres o en el entorno familiar y profesional. Incluso en la política cuando hay estilo, elegancia y liberalidad puede darse la confrontación sin enfrentamiento. Porque dirigirse a otro con falta de respeto, prejuicios o tal contundencia que impida el diálogo ni es constructivo ni convincente.
La inteligencia en los argumentos no es lo único. No siempre es razonable tener razón. Las formas son parte de la verdad y del mensaje. El medio y el modo son el mensaje o casi. El respeto siempre gana la partida aunque pierda el partido y además a veces descubre que al final unos y otros jugábamos en el mismo equipo, en la misma selección olímpica.
Y en este país que prefiere el «zasca» a la persuasión, es útil opinar que educar es ser educados.