Una compañera se ríe corrigiendo un examen de un alumno y le pregunto qué le resulta tan divertido. Una respuesta con varias opciones para escoger la correcta en la que el niño había escrito “no sé cuál es”. Le hizo gracia el sincero afán de comunicarse y la confianza que le demostraba.
Más sincero me pareció el cómplice mensaje de una madre en un margen del cuadernillo de deberes de su hijo: “profe, a ver si nos pone un ‘Excelente’!!” Se lo puse… a ella. Es que creo que la sinceridad es un camino corto, seguro, fácil.
Otro compañero menos complicado que yo siempre me recomienda que ante un problema con algún niño les diga a los padres la verdad. Lo difícil es cómo comunicarla para no herir. El modo es quizá contar los hechos sin juzgarlos ni prejuzgarlos y salvando siempre la intención.
La sinceridad es el idioma de la verdad. Se usa para decir lo que las cosas son. Esta semana pregunté en una clase que qué hacía un estuche en el armario del profe. Y me saltó uno todo arrebatado que era suyo pero que el anterior profesor se lo robó. “Te lo quitó”, le intento apaciguar. “Es lo mismo” concluyó. Para ellos no hay intenciones, solo hechos. Dicen pero no juzgan. Hacen atestados.
Los niños te resuelven en dos patadas tus dilemas mentales. Basta por ejemplo con acudir a ellos para la consabida “autoevaluación del desempeño”. A veces lo hago: qué tal esta clase, qué hacéis conmigo, sobre qué estamos trabajando. Son claros. Al final de una jornada algo patética les pregunté: “Bueno, ¿qué hemos aprendido hoy?” “Nada”, confesaron. Y era la pura verdad.
Pero la risa del video de Karan, el niño sirio rescatado tras dos días bajo los escombros del terremoto también es verdad, real. Sale de la oscuridad y se acabó. Se pone a jugar feliz con los Cascos Blancos que no aguantan la emoción y los gritos. Muchos muertos, sí, pero la pura verdad es que han salvado a un niño que ríe como si todo fuera un juego. Porque a pesar de todo a veces la verdad es alegre.
En medio de tanta catástrofe, la verdad se abre paso para salir como las risas de este niño rescatado en Armanaz.
Adrianey Arana