La madre de Bambi no se muere. La muerte, que es algo natural, como el sexo, ahora es un tabú. Del sexo y del género hay que hablar en las aulas de los pequeños alumnos de un modo exagerado, pero de la muerte no.
Aumenta la violencia, el suicidio juvenil, la pornografía y el acoso sexual a extremos que hacen declarar a los niños que son más felices solos que acompañados. Pero se ha cancelado hablar de la muerte. Bambi va a cambiar el guión para que nadie muera al final. Los antiguos no hacían sacrificios a los dioses. Jesús no murió en la cruz ni Herodes mató a nadie. No nos hacemos daño y somos siempre buenos.
Los mayores hemos decidido que a los niños les asusta la muerte y no la comprenden. Lo que se contradice con el alumno que, habiendo fallecido la abuela, miraba tranquilo y curioso el ataúd en el tanatorio. Su interés era si la abuela se llevaba el móvil.
Un juez americano castigó a un cazador furtivo a ver Bambi para reeducarse. Porque la muerte de alguien querido o de un ser inocente es una tragedia que educa.
La sociedad “diseñada”, falsa y virtual, pretende presentar un mundo sin tragedias ni muertes, ni cruces, sin cementerios ni ataúdes. Como mucho cenizas en el mar.
No es que a los niños haya que hablarles constantemente de la muerte, aunque sea lo único seguro que se van a encontrar en esta vida. Ni que que haya que ponerse tan insistentes y transversales como con el género y el sexo desde la guardería. Pero no se debe “cancelar” ni ocultar el final. Se les debe explicar y adentrar en la tragedia humana, no solo en la comedia.
No está mal que los niños aprendan que los seres vivos “nacen, crecen, se reproducen y mueren” (y ya no son vivos). Que el hombre sobrevive entonces con felicidad, si hace el bien y evita el mal. Que así alcanzará un cielo no prometido por el gobierno, ni por un imán, sino por el anhelo y la religión.
Felix Salten, el autor judío de la novela de Bambi sostenía incluso que «el animal vive muy pegado a la naturaleza o a Dios, sin saber nada de ninguno de los dos». Pero, bueno, el niño humano debe saberlo.
Que la religión nos diferencia también del mono y de los primates. Y así, de paso, no ocultamos a los niños temas tabú. Porque a los niños, como dice Les Luthiers, hay que decirles siempre la verdad. Es lo que hay.
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