La «verdad» sobre el caso Asunta

La verdad sobre el caso Asunta es que los niños molestan. La desgraciada actualidad de este asesinato ha descubierto que existen personas para quienes los niños son sólo un juego. No es tema que haya aflorado ahora, pero sí con nuevos datos y matices que refuerzan la advertencia de que «con niños no se juega». Ya teníamos pederastia y prostitución infantil, además de venta de niños y comercio de embriones de diversas tarifas.

Pues resulta que al parecer esta niña adoptada empezaba a hacer difícil el estilo de vida de los padres. Fue un juguete, un peluche que, ahora tenía vida propia. En este caso recurrieron a sedarla con Orfidal para que no importunara demasiado. Lo triste es que la adminnistración de sedantes y relajantes de modo abusivo a los niños se está generalizando de un modo solapado y justificado. Ya se descubrió en Galicia alguna guardería que insuflaba Valium en los biberones.

Y es que los niños molestan. La niña de 8 o 12 años ya no es el muñequito Tamogochi de los primeros tiempos, la linda carita a la que se pasea con vestiditos de la bloggera de moda. No. Hablan, conversan, actúan y reclaman atenciones, además de desarrollar las funciones animales básicas de cualquier perrito de chica de Central Park.

Claro. Esto es inaguantable. Por lo tanto, devuelvo a mi niño. Y así está pasando: las autoridades se muestran sorprendidas por la gran cantidad de niños adoptados «devueltos» por sus padres adoptivos. Sólo en A Coruña se ha triplicado este año el número de niños abandonados en las casas de acogida de la ciudad. Niños usados, niños de segunda o tercera mano.

Luego nos encontramos el extremo contrario: parejas que han deseado y programado un hijo y lo explotan educativamente para crear de un héroe de serie de televisión: algunos van por la séptima temporada y no son capaces de aceptar que el niño no es ni va a ser un personaje, sino que es y será simplemente una persona, un hijo. Y no saben que eso será posible si en lugar de tener al chico ocupado con un nube de profesores y asesores y cuidadores, si en lugar de eso, juega y riñe y están juntos.

Y en el medio se encuentran el resto de los padres. Padres que han engendrado a sus hijos, incluso biológicamente, que los han parido o adoptado, que los han metido en la habitación a llorar. Padres que se encuentran con ese ser extraño en sus vidas, pero adorable, que grita y desobedece, y que necesita mirar constantemente el rostro de su madre y las carantoñas de su padre. Pero niño, al que hay que educar, con el que no basta jugar a vestirlo. Niños a los que hay que prohibir que hagan mal sus deberes del cole. A los que luego hay que enseñar a hacer bien sus tareas. Y a los que luego hay que exigir que las realicen bien.

No nos engañemos, esta es la verdad de amar a un hijo: estar con él, amamantar su corazón y su cabecita, decirle que «no» muchas veces, exigirle, enseñarle, tratarle «como si fuera una persona». Tratarle. Cometer errores con él, pero cada vez «mejores errores». Y pensar que padres o no padres, todos debemos respetar a los niños como lo más sagrado que hay en este mundo después de la «vida inteligente». Porque con los niños no se juega.

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