“Te has cortado el pelo”. Apuesto a que los niños me lo dirán el lunes al verme. Los pequeños miran todavía. Miran y escuchan.
Dicen que tenemos que aprender a escuchar. Quizás antes a mirar. A escuchar con los ojos, con la mirada. Cuando empiezo una clase y me cortan: “¿Qué te pasó en la mano?”, pienso que no es una interrupción. Es que te están escuchando porque te están mirando. Por eso siempre trato de llevar algo en la mano para que me pregunten.
Los mayores tenemos que aprender a mirar, no sólo a ver como webcams que reflejan o recogen durante 24 horas lo que pasa sin inmutarse. Mirar se hace con el alma.
A Domingo Villar quiero agradecerle sobre todo su mirada. Todos vemos a diario las ciudades caóticas, la niebla, el tráfico y las cuestas. Pero él miraba con dulzura y comprensión, incluso lo trágico. Su mirada de poeta descubrió un paisaje idílico y unas gentes amables y un barco de Moaña como si antes no existiera. Como el que también hay en Mugardos.
No sigo porque como él decía “a cierta edad es mejor no profundizar en quién se queda y quién se va. Por no perder la moral, sobre todo”.
Podemos cambiar todo, mejorar y progresar, y hasta plantar unas flores donde antes no las había (como en las rotondas de hoy en día) o ponerlas en un jarrón de casa. Probad. Los que miran con el corazón, sólo los que miran las verán.
Adrianey Arana