Hubo y podrá haber navidades tristes en España. Pero esta no es una de ellas. Señalar lo obvio es necesario en momentos en que el tuerto es rey. En nuestro país no hay guerra, terrorismo, ni pandemias o catástrofes. Y la tensión electoral ha desaparecido, aunque los problemas políticos persistan.
Ni siquiera liderar el paro en Europa parece preocupante al menos de un modo fijo discontinuo. Ni alarma ser los últimos de la UE en PISA: otras naciones salen peor paradas. Ahí si que no hacemos de la necesidad virtud.
El que no se consuela es porque no quiere, pero más bien el que no piensa. Si se puntualiza o se enfoca lo obvio, acertamos en afirmar que somos un país feliz. Negarlo es subjetivo. Somos felices a pesar de que políticos y prensa vivan en su mundo «netflix» desconectados de los hispanos de a pie.
En el Índice Mundial de Felicidad de Naciones Unidas nos calificamos con un 6’4 “y subiendo” cuando ningún país llega al 8. Algunos se suspenden: los que saltan la valla de Melilla por ejemplo. No la atravesamos los españoles para escaparnos al otro lado, no. Ni construimos cayucos en Puerto Banús.
Querámoslo o no, somos una de las fronteras de la felicidad, un país querido en el se refugian venezolanos, colombianos, africanos y, sorprendentemente, inmigrantes italianos.
No disfrutamos de un alto grado de bienestar, pero somos la frontera de la felicidad para muchos. Cuando arribemos a la “tierra firme” hacia la que nos guía nuestro presidente con su “manual de resistencia” seremos más felices todavía.
En esta navidad por ahora y desde mi país brindo “por la paz mundial” como Bill Murray en Atrapado en el tiempo. O mejor aun, con aquel primer brindis angelical dirigido a unos judíos: “por la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Buena voluntad. Las irreflexivas muecas de paz asfixian la mala voluntad. Sin ser los mejores de la oficina y mucho menos de nuestro hogar, podemos ser sin saberlo la frontera de felicidad para alguno que desea un rato de paz con un amigo, colega, padre o vecino.
Disfrutemos de la navidad con la paz que no gozan otros. Aunque sea pequeña, se siembra mejor que el pánico y es más difusiva que la guerra. La paz se cuela en cada sonrisa.