Un rayo de sol en medio de la embarullada política española. Por primera vez «en democracia» los partidos y todos los sectores sociales buscan un consenso para lograr un pacto de Estado de educación. El Congreso creó el día de San Valentín (uhm!) una subcomisión de 13 diputados titulares (y otros tantos suplentes) que trabajarán por conseguirlo. Aunque diputados, no son estrictamente políticos de despacho. Entre ellos hay dos o más maestros, profesores de instituto de Química o de Historia, de universidad, algún orientador escolar, una reconocida novelista y guionista, y hasta un estudiante universitario. En general, personas con experiencia docente, fundamentalmente en centros públicos, cultas y creativas.
Han comenzado a citar a expertos e «instituciones». Su primera misión consistirá en escuchar sin prejuicios, con atención e interés y con buena cara. Luego habrán de sintetizar con agudeza un documento base flexible, serio e inovador. Y más tarde liderar la defensa de ese cambio y lograr el pacto para muchos años (más de diez o doce que dice Méndez de Vigo).
Los protagonistas no pueden pensar sólo en los límites de lo innnegociable. Las líneas rojas pueden ser paralelas. ¿Por qué no? Hoy el mundo pide y experimenta la empatía y el consenso. La «actitud». Otros políticos lo lograron cuando el artículo 27 de la Constitución citó al unísono el derecho a la educación y la libertad de enseñanza. Igualmente hoy podemos conjuntar la diversidad en la educación española, no sólo en sus aulas y en sus alumnos. La diversidad educativa enriquece y genera equidad, ya que distintos son los caminos para llegar al éxito escolar. Los modelos únicos empobrecen.
Ahí está el reto, que estoy convencido que somos capaces de superar. Lograr fórmulas, palabras o acuerdos con un texto tan inteligente al menos como los mejores guiones de las excelentes series de televisión en las que todo es posible y resulta verosímil.