A monte

     “Ahí os va”. Es cómo te suelen entregar los padres a sus niños en septiembre en el colegio. “Ahí os lo dejo” dicen claramente algunas mamás. También está el “todo vuestro” de papás sacudiéndose las manos. O el “viene como viene”, o sea, que no les ha dado tiempo a concienciarlo. «Hace tres meses que no se pone zapatos”. Y no faltan sorprendidas mamás porque el niño crece y crece y “me estoy quedando sin niño”.

     Los pequeñitos nuevos y sus padres llegan al cole en estado hipnótico.“No ha dormido”. Más animante, claro, para el profe que el “viene dormido” o “no sé cómo he logrado levantarle”. Pero no tan sincero como “la que no ha dormido he sido yo”. Y ya sin complejos: “se ha pasado el verano sin hacer nada (?) …o sea, de escribir y eso”. “Llega directamente de la aldea con los abuelos… sin horarios”, descargando en este caso la culpa en los benditos abuelos. «Allí hace lo que le da la gana».

     A monte. Así tienen que venir los niños reales al colegio. Y menos mal que están a monte. Es decir, sanos, fuertes. Tostados de más. Agrestes. Con arena en las orejas. Vivos y coleando. Aburridos de helados. Mirando con los ojos. Deseando nuevos escenarios. Digo menos mal porque lo bueno es la vida, no la escuela. Y si el colegio no es vida, es papeleo. Y así es la vuelta al cole sin filtros de instagram. Y así será luego la vuelta a casa: felices y contentos. Eso sí, poco a poco con alguna habilidad más para esa vida de ahí fuera, que cada día tiene más algoritmos.

Recuerdos gozosos

     LUIS DANIEL GONZÁLEZ.- En sus memorias, Astrid Lindgren, una de las más importantes escritoras de literatura infantil del siglo XX, recuerda que, cuando era niña, leyó multitud de relatos. De su experiencia concluye que el campo de lectura del niño ha de ser muy amplio pues, afirma, «no creo que los niños deban ser considerados críticos literarios». Y dice a los padres de que han de inculcar pronto el camino del libro a los hijos: «Ahora mismo, cuando vuestro hijo tiene seis, u ocho, o diez, o doce años. Luego sería demasiado tarde. Demasiado tarde para Blancanieves y para el Doctor Dolittle, demasiado tarde para unas Aventuras de Tom Sawyer y un Robinson Crusoe; demasiado tarde para tanta ilusión y tantas emociones. Sencillamente, demasiado tarde para encontrar el camino de la más extraordinaria de todas las aventuras».

     Recuerda también el pueblo de su infancia y a sus padres con gozo: «Era bonito ser niño allí, y bonito, sobre todo, ser hijo de Samuel August y Hanna. ¿Por qué era tan bonito? He pensado con frecuencia en ello, y creo que ya tengo la respuesta. Tuvimos dos cosas que hicieron de nuestra niñez lo que afortunadamente fue: sensación de seguridad, y libertad. Nos sentíamos seguros junto a unos padres que tanto se querían y que siempre tenían tiempo para nosotros, cuando les necesitábamos, pero que por lo demás nos dejaban jugar y retozar libremente por el maravilloso lugar que Näs representaba para unos chiquillos. Desde luego éramos educados con disciplina y en el temor de Dios, como requerían las costumbres, pero en nuestros juegos disfrutábamos de una libertad estupenda, y nadie nos vigilaba. Y nosotros no cesábamos de jugar y jugar, rayando casi en el milagro que no nos matásemos».

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Verne

     Verne es el caniche toy de mi tía. El perro más simpático y empático del barrio. Educado con cariño y tolerancia… o sea, hace lo que le da la gana. Si le hubiese criado yo, otro perro cantaría.

 

     Pues me lo he tenido que quedar unos días y vi la oportunidad de enseñarle lo que es bueno. Lo que pasa es que ya el primer día, contraviniendo todos mis principios educativos, le di comida de la mesa. ¡Estaba pesado! Jamón, queso, pan con mantequilla, etc. Tonto no es. Su comida ni la tocó. Y luego, para colmo acabó hecho un ovillo en mi cama en vez dormir en el pasillo. O sea, un desastre, según todo lo educativamente correcto. Pero él feliz y acompañado.

 

     Pensaba que a nuestros niños también les consentimos mucho, sobre todo cuando se ponen pesados o cuando estamos agotados. Pero no por eso van a estar condenados a ser los malos del barrio ni los peores del colegio.Si nos obedecieran cómo máquinas tendríamos demasiada responsabilidad. Menos mal que, como Verne, son libres y harán lo que les dé la gana.

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Buena cara

Veo una pierna de titanio apoyada a la puerta de la ducha. Debe de ser del tipo que está dentro. Me ducho. Salgo. Espero en los bancos del vestuario. Y efectivamente. Aparece un tipo andando con esa pierna. No sé para qué se la había quitado después de la piscina. Para enjabonarse es más difícil. No sé. Pero todo el vestuario le miraba de reojo.

 

Y yo que iba pensando si me encontraba algo mejor después de nadar. Si había hecho bien en animarme a ir ese día. Que si esta molestia… Unos chicos de al lado estaban fardando de lo que habían nadado. Se quedaron mudos, mirando sin “reojos” al hombre biónico. Tenía cara seria, resolutiva. Pero serena, pacífica. Reflexivo pero con brillo en la mirada. Me hubiese gustado hablar con él, pero no supe cómo empezar: “oye, esa pierna…”. No. No hubiese funcionado.

 

No es que me queje mucho pero en ese momento dejé de hacerlo por dentro. Hombre de titanio, si por casualidad lees esto, que sepas que me has hecho pensar. Me has animado. Vale ya de quejarse, que empieza agosto y hay que ir a la playa con o sin piernas. Eso sí, con una sonrisa, que luego de mayor se te queda cara de "mayor". Y como decía mi amigo Zaragüeta, con los años cada uno es responsable de su cara.

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Catadores

LUIS DANIEL GONZÁLEZ.- Con el propósito de señalar la importancia de que los niños tengan a su alcance álbumes ilustrados valiosos, decía la gran ilustradora inglesa Shirley Hughes en sus memorias que los niños tienen una memoria visual mayor que la de los adultos y que se ha de buscar la forma de potenciarla y de mejorar sus respuestas estéticas. Explicaba que debemos ser la sociedad visualmente más estimulada de la historia y que conviene  hacer más lento ese proceso para los niños, y para los no tan niños, si no queremos que acaben siendo una especie de «borrachos visuales». 

     En relación a lo mismo, Chesterton comparaba las «gigantescas trivialidades de los anuncios publicitarios con esas minúsculas y tremendas pinturas en las que los medievales registraban sus sueños; pequeñas pinturas donde el cielo azul es algo mayor que un único zafiro y los fuegos del infierno sólo una manchita pigmea de oro». El viejo artista, decía, luchaba por transmitir que los colores eran realmente cosas significativas y preciosas como joyas: ése es el espíritu con respecto al color que las escuelas deben recuperar si quieren dar una verdadera educación estética. La dura tarea que tienen por delante los educadores en esta cuestión es que deben enseñar a la gente a saborear los colores como se hace con los licores: tienen el difícil trabajo de convertir a los borrachos en catadores.

Foto: pixabay.com

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