Hacia la igualdad educativa y más allá

Hace unos años visité un coqueto colegio Montessori en Manhattan. Pequeño, práctico y acogedor, a pesar de estar en medio de la gran manzana. Con ese inconfundible toque “montessori” cálido y pedagógico. Y cuyo único objetivo es que los alumnos -¡inmigrantes la mayoría!- aprendieran. Me sorprendió ver que los niños de distintas edades compartían la misma aula con naturalidad. El colegio era «un aula». Hacia la igualdad «and beyond!» como animaba Buzz Lightyear.

Varios centros en Europa también han iniciado proyectos y metodologías de educación “específica”. Algunos han consistido en separar en distintas aulas a las niñas de los niños de algún curso enfocándose a lo mismo pero con un aprendizaje no mixto. Los profesores varían sus metodologías con chicos y con chicas de modo sutil, práctico y «específico”.

Los resultados en alguna evaluación no mixta resultan notablemente mejores que cuando estaban juntos, disminuyendo sobre todo los suspensos en varones. Las notas altas también son más numerosas tanto en chicos como en chicas y mejoran las pruebas externas oficiales o estatales así como la evaluación de las principales competencias según las recomendaciones de PISA.

El fracaso escolar masculino, del que hablaba hace poco Mary Curnock Cook, la ex directora de UCAS, la plataforma de admisión a las universidades británicas, es casi inexistente en estos proyectos. 

Están comprobando que es un modelo educativo razonable en determinados casos, orientado a la igualdad efectiva, que la educación diferenciada facilita la igualdad de oportunidades y crea entornos educativos donde los alumnos se encuentran felices. 

Ya se ve que los caminos para la igualdad no son iguales. Sería de esperar que algunos centros públicos puedan poner en marcha este tipo de proyectos sin que se vean obligados a un único modelo en todo el país. La coeducación obligatoria siempre y por principio no siempre es el camino más rápido o más corto para la igualdad.

Y vuelvo a New York, donde Eric Adams, el desde hace dos meses nuevo alcalde demócrata de color, ha nombrado concejal de la educación pública de la ciudad, la más grande de todo el país, a David Banks, fundador de la famosa Academia Eagle, una red de escuelas públicas sólo para chicos varones. 

Adrianey Arana

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Una mínima esperanza

Dituro, el portero parapenaltis del Celta paró 7 lanzamientos de 8 antes de venir a España. Ahora intercepta el 60%. ”¡No tengo ningún secreto! Hay una mínima posibilidad de pararlo y yo intento no tener dudas ante los que lo lanzan”.

Esa mínima esperanza de lograrlo es la que lo logra. Este mes de abril comienza una mínima esperanza. A pesar de que como decía Benjamín Franklin “en este mundo, lo único seguro son la muerte y los impuestos”. 

A pesar de eso, parece que el covid desaparece, que la política se calma, que la guerra no convence, porque como ya afirmaba un ruso que empieza por Pu, Pushkin, y que murió en un duelo “los cambios más beneficiosos y profundos son aquellos que ocurren por la mejora de las costumbres, sin conmociones violentas”. 

Puede que la tormenta amaine este abril, algo pequeño, como toda esperanza. “Mi pequeña esperanza no es nada más, que esa pequeña promesa de brote que se anuncia justo al principio de abril”, en palabras de Deloire.

Enfocarse hacia esos brotes es parte de la misión de un ciudadano de este 2022, incluso de un creyente, porque como cantaba el poeta “la fe es una iglesia… la caridad un hospital… pero sin esperanza todo eso no sería nada más que un cementerio”. Bueno, es una opinión.

Adrianey Arana

Foto: Carlos Figueroa Rojas – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0

Humor u/o amor

Oigo desde mi despacho al profe de al lado con los pequeños:

– Vamos a hacer familias de palabras…

– …¿a hacer una familia? -se sorprende un espontáneo.

– Sí, pero de palabras. Por ejemplo, a ver… una palabra bonita…

– (silencio). (Yo sigo tecleando mecánicamente pero con una sonrisa iniciada).

– “Amor,” por ejemplo. A ver, ¡palabras con “amor”! -insiste mi colega.

– ¡Amortizo! -suelta uno ingenuamente.

– ¡Amortiguador! -otro más serio que intenta superarse.

En el recreo le di ánimos, pero nos reímos. El que quiera divertirse que se haga profesor.

“Hemos hecho del mal humor una profesión. Si te ríes, parece que no trabajas” -lanzaba al auditorio coruñés de Palexco el gurú Emilio Duró en Mentesexpertas hace unos días.

Y al final, tampoco hay tantas palabras con amor salvo… varios niños de la clase que se apellidaban o llamaban así, je.

Adrianey Arana

Foto: Unsplash

Superpadres

El padre conduce y escucha a las 3 niñas detrás. Una va disfrazada de Superman, no de heroina no sé por qué, porque sí. Y mira un botón blanco apañado por la madre en el cinturón heredado.

– Si aprieto aquí, puedo volar.

– No -corrige la mediana-, si le das, desapareces.

– ¡Pues no! -se impone la otra- porque yo soy la mayor y decido los superpoderes mejor…

– …ya -corta la pequeña-, pero tienen que ser superpoderes «normales y corrientes».

El padre me cuenta la conversación. Y yo le pregunto a los expertos en superpoderes de una clase cuáles son los normales: “agarrarse, fuerza y velocidad”, concluyen muy serios.

Y pienso yo, que esos son los de cualquier padre como el que conducía. Lo normal de cualquier padre que sin hacer nada espectacular, resuelve problemas diarios con velocidad, se esfuerza por sonreír y se agarra cuando hay curvas… y sigue conduciendo día del padre tras día del padre. Como aquel José que se celebra hoy.

Felicidades, papás normales y corrientes.

Adrianey Arana

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Perder el tiempo

“Cuando tú vuelves a casa y ves a tu hijo, a tu hija pequeña y “pierdes tiempo”… este coloquio es fundamental para la sociedad. 

Y cuando tú vuelves a casa y está el abuelo o la abuela que quizá no razona bien o, no sé, ha perdido un poco la capacidad de hablar, y tú estás con él o con ella, tú “pierdes tiempo”, pero este “perder tiempo” fortalece la familia humana. 

Es necesario gastar tiempo —un tiempo que no es rentable— con los niños y con los ancianos, porque ellos nos dan otra capacidad de ver la vida. 

Y la sabiduría requiere ‘perder tiempo’”. Todo esto opinaba Francisco el otro día.

Lo mismo que Dickens cuando veía pasear charlando de tonterías al director soñador de su colegio y a su tío algo ido de la cabeza. “Hay muchas cosas que han hecho mucho ruido en el mundo sin valer ni la mitad de aquello a mis ojos”. Pensaba que aquellos paseos hacían mucho bien al mundo.

Y así lo confiesa Irene Vallejo: “Mi abuelo paterno decía una frase que se me ha quedado marcada: ‘El bien no se nota’. Era una persona muy cuidadora, evitaba el daño de la gente, aunque ellos no lo llegaran a saber. Decía: ‘El mal es ruidoso, el bien no se nota porque no chirría’».

Y es que contra el defecto de la eficacia, está la virtud de perder el tiempo (esta frase es mía).

Tengo mil gestiones estos días, leo mucho de la guerra de Ucrania e intento arreglar el mundo dentro y fuera de mi cabeza. Pero quizá prepararles el café del desayuno a los míos, pasear con el cura mayor y sabio, hablar con mi simpática tía de 89 años y charlar en el recreo con mis alumnos de 6 sea lo mejor. Porque es «perder el tiempo».

Adrianey Arana

Foto: Jana Sabeth – unsplash