El primer recurso

A pesar de la invasión, Kvitka, con 6 años ha comenzado el colegio en Leópolis (Ucrania) y Maryana, su madre, comenta alegre que «a los niños ya les enseñaron antes qué tienen que hacer en caso de una alerta aérea y ya tuvieron una de prueba. Mi hija ha estado yendo a una guardería desde abril, así que está acostumbrada a las evacuaciones».

Una madre feliz y fuerte, esperanzada con el colegio «que tiene dos refugios antibombas para todos los niños», ilusionada por este curso escolar. No se ha quejado por la ratio, el comedor, las extraescolares o por el profe nuevo.

Serhiy Gorbachov, para mí el héroe educativo de los ucranianos, ha mantenido esta esperanza. Se ha quejado menos que la UNICEF y se ha dedicado a aprovechar el terreno ganado on line durante el covid para mantener un centro de enseñanza en línea para todos los ucranianos dentro o fuera del país, con más recursos que muchos de los que nos enorgullecemos los innovadores twitteros y supertiktokers del oeste. Y eso en plena guerra.

Ofrecen versiones digitales de los libros de texto para todos, programas para niños con necesidades educativas especiales y una página web específica para educación «en situaciones de emergencia», sin contar que la guerra lo sea.

Gorbachov afirma que el reto es único: que todos los estudiantes siempre tengan clase pase lo que pase. No repite ni se lamenta de que se han destruido 270 escuelas ni de que haya muchos desplazados. No se queja. Al revés, habla de «bendición» refiriéndose a la experiencia acumulada durante la pandemia.

Su objetivo no es cómo evaluar con la LOMLOE sino cómo saltarse el programa educativo ruso implantado en muchas escuelas. No es por nada, pero cuando yo mismo visité hace años una escuela de la frontera polaca, todavía el único mapa del aula era de la «URSS» y todo estaba en ruso.

Maryana estaba contenta en septiembre porque algunos días en el colegio su hija Kvitka ha disfrutado la jornada escolar sin interrumpir sus clases en el aula por alarma antiaérea. ¡Qué bien!

Me gustaría ser profesor en Ucrania, donde la esperanza no es lo último que se pierde, sino el primer recurso educativo, la mejor arma.

Adrianey Arana

Foto de Jon Flobrant en Unsplash

14 asignaturas

¿Cuales han sido los cambios en la nueva ley de educación? Destaco algunos de los publicados en Galicia esta penúltima semana de septiembre. Y que llegan con el curso ya empezado (?). (Yo qué quieren que les diga).

Los alumnos de 3º ESO tienen 14 asignaturas, sí, 14. Se decía que mejor «áreas, espacios, ámbitos», pero no, lo que hay es cada vez más asignaturas. Si un alumno sin mirar las sabe decir todas, creo que le daremos aprobado. Pero no lo saben, ni sus profes. Hagan la prueba. Habría que premiar igualmente al que suspenda 3 al final, porque eso significaría que ha superado a 11 profesores.

Pero, pero, pero… para no repetir basta que que saques un 5 de media en todas. Y que no pasen de 10 horas semanales en su conjunto las que «cargues». O sea, que puedes suspender 6 asignaturas y pasar de curso. ¿Por qué? Porque 6 de esas asignaturas todas juntas ocupan sólo 10 horas de la semanita.

Impresionante. Hay que saber que uno de estos niños pasa 32 horas en clase y que la asignatura estrella es Mate con 4 horitas. Las demás hacemos lo que podemos. Pero lo más importante para el futuro de la humanidad son las matemáticas.

Aunque ¡ojo! podemos mucho porque la ley es difícil de aplicar estrictamente. A pesar de que el Código Civil dictamina que «la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento», algunos famosos civilistas sostienen que siendo las leyes «tan abundantes y dificultosas, que nadie podrá saber todas (…)»,  convirtiéndose en «emboscadas a la ignorancia y sencillez del pueblo», o sea, nosotros y nuestros queridos alumnos.

Es decir, que la ignorancia del pueblo es el sentido común, que a muchos legisladores parece que les falta. Decía un filósofo que todo ministro hispano que se precie inventa una asignatura. No es mala esta ignorancia del resto. Ánimo, padres y profesores. No pasa nada por ignorar.

Adrianey Arana

Foto de Colin Michel en Unsplash

Somos profesores

Soy maestro, tengo 60 años y la misma ilusión de volver a las clases que el primer día que empecé en un colegio de Feáns.

No sé por qué. No hago nada especial para ello. Me gusta escuchar a los niños, aprender de mis colegas, cruzarme con las familias y remar con el equipo directivo. Hasta me gusta dar clase (como otros darle al bisturí o dar noticias al periodista), vigilar patios y hacer sustituciones.

Se dice que los profesores están quemados, que los alumnos son rebeldes y los padres conflictivos, pero se dice. Creo que es una exageración  de las redes sociales y de los clichés de los “opinadores” profesionales ajenos a la profesión. Porque la escuela ha cambiado mucho para bien en estos años. Y hay expertos que lo pueden demostrar. 

Siento decir que me siento contento y que, aunque objetivamente ser maestro no es la mejor profesión del mundo, para mi sí. Soy profesor.

Dar clase tiene un poco de todo: de psicólogo, sanitario, actriz, de entrenador, payaso, político, de policía, conserje, limpiador, de programador, abogado, traductor, azafato, guionista, decorador, o de productor musical, agricultor, veterinario, madre, padre, tío y algo de profesor. 

Y sinceramente pienso que las vacaciones escolares en este país son demasiado largas. Lo afirmo en mi contra pero a mi favor. Son tan desordenadas y excesivas que gran parte de los veranos se convierten en un lío para las familias en lugar de un descanso.  

Pero ya por fin, después de 78 días sin ver a los alumnos y 86 páginas de LOMLOE, que me tragué entera con sus 99 artículos -¿por qué no redactaron 100?-, cosa que recomiendo para opinar, puedo volver a clase, abrir la puerta y sonreír.

Foto de Alice Dietrich en Unsplash

Back to cole

 

Los fieles a algo, independientemente de quién lidere ese algo, somos fieles a algo, no a todo. Hay quien lo es a su empresa, o a su familia, a su religión, a su partido o a su red social, sea quien sea el líder o accionista mayoritario. Yo soy fiel a Twitter, es decir, ahí estoy cómodo. Me domostró una vez su honestidad cuando pedí que revisaran una cuenta creada con malicia y falsedad: me dieron la razón y la eliminaron, como había solicitado.

Es cierto que hay de todo en Twitter, como en la vida o en la calle: estamos ahí personal multicolor que no llega a ser «fauna». Y cuando te arrimas bien conectas con gente seria y variada. Puedes hablar o no hablar, animar, retwitear o contestar. Y elaborar o seguir tus listas.

En ese lugar siempre me he encontrado buenos profesores y directivos escolares, jóvenes y maduros, hábiles psicólogos y padres motivados con la educación de sus hijos.

Uno de los temas más animantes y recurrentes es el Back To School en agosto o la Vuelta al Cole en septiembre. Te asomas y ves ilusión y trabajo en el mundo escolar de tantos profesores, jóvenes e innovadores, listos y creativos, exhaustivos y cultos, libres y amantes de su profesión, de colegios públicos, de centros privados, del rural, bilingües o no, de apoyo, PT, audición y lenguaje, tecnología, educación física o artística, lengua o filosofía… que son la esperanza de este país.

Porque aunque muchos de ellos twittean «se me acaban las vacaciones», en el fondo están esperando que lleguen los niños, los hijos de los que podéis estar leyendo esto. Y esa ilusión de septiembre de estos docentes que andan por la red compartiendo su última gamificación, actividad chula o recurso son el futuro. Tienen en sus manos a los hijos, que son la solución a todo.

Su dedicación e ilusión profesional nos descubre que los hijos no son una carga, ni una cruz o un sufrimiento. Los jóvenes no son la preocupación de la familia, ni el problema de la sociedad. Los hijos son el arma, la munición y hasta nuestro último cartucho en la vida, la respuesta final. Los hijos que vuelven ahora al cole son el mundo real de la segunda mitad de este siglo. Y esos profes lo saben.

Twitter nos muestra a los profesores que vuelven contentos al colegio con mil agendas, actividades y planes. A algunas cuentas de profes que son muy activos y solidarios compartiendo habría que hacerles un homenaje. Ya vuelven. Eso lo va arreglar todo. Ya veréis. «Creo en los profesores de este país», me decía una peluquera cuya hija va a la escuela de su barrio. «Ahora molan, saben».

Vuelven los profes. Apartaos.

Foto de Logan Isbell en Unsplash

La queja aleja

Queja.  Puedes quejarte por todo, porque todo es imperfecto. Aunque vivas en la mejor casa del mundo, te puedes quejar por el olor, el ruido o los mosquitos. 

Un amigo llama “quejas Loewe “ a las que se manifiestan para fardar: “el café de París me sentó fatal”, “el aire acondicionado del hotel de Lagos me machacó”. 

Las quejas por los políticos son eternas. Como piensan los humoristas, el gobierno es una institución creada con fines terapéuticos para que el pueblo se desahogue diariamente usándola de punching-ball. Si es contrario a tus ideas porque “van  por lo que van”; y si es afín porque “no se atreven a lo que hay que hacer”. 

La educación es otro motivo de queja: los cambios, las ratios, la falta de profesorado, el curriculum, la lección magistral o el humo que otros venden. Digo educación por ser mi “tema”. Pero ponga Ud su profesión. Todo sin matizar, claro.

Y esta es la cuestión. Que  en esta vida todo es matizable por ser complejo. Hay asuntos que no están mal o bien, simplemente están de una manera. Se pueden comentar, mejorar, aportar y esperar o actuar. Pero no es eficaz un ataque frontal a  todo lo que se supone que está mal. Contribuimos más a la radicalización o polarización de la sociedad con nuestras palabras que con los hechos en sí.

Y en las familias y grupos humanos sucede igual. La queja continua lleva a que los demás se alejen de ti porque es triste. Y aunque se aduzcan razones justas, la queja no es solidaria. No es generoso quejarse en familia, donde lo propio es darse casi sin que se note y con buena cara. Y si puntualizáramos la situación de la casa o del hogar o de la oficina veríamos que no todo está mal. 

Hay quien dice “en vez de quejarte, da soluciones”.  Y proponen soluciones que los demás «deberían adoptar». Yo prefiero lo de “no te quejes ni des soluciones: la solución eres tú”. O sea, yo.

Cada vez estoy más convencido de que el purgatorio es el lugar de las quejas, un estado o situación en el que viven los que sufren al ver todo mal y donde permanecerán hasta admitir que no todo era perfecto, que este mundo estaba sin acabar y que se trataba de ir creándolo nosotros o colaborando a sostenerlo. 

Además tenemos mucho que no nos merecemos y eso también ‘es injusto’ pero ni lo vemos ni nos quejamos de ello. Como dice Jane Austen “nadie se queja de tener lo que no se merece”.

En esta vida o en la otra: queja. Es que esos no pueden ir ya al Cielo porque le encontrarían algún defecto: les tocaría columna y no verían bien o les parecería injusto que otros que llegan más tarde resulta que tienen un sitio VIP.