El robo del siglo

“En caso de emergencia siga las indicaciones del equipo a bordo del tren. Irán identificados con chalecos de alta visibilidad”. Por ahora no he tenido ningún incidente, accidente o secuestro ni he visto a nadie en los vagones con cara de terrorista. Pero debemos estar alerta.

Además de por la seguridad física, debería existir personal que mantuviera el optimismo por el buen humor en la vida diaria. No con chaleco porque no propongo contratar un payaso para la oficina o un chistoso superpositivo para la reunión familiar o el trayecto en bus. Digo que perder el humor es una cosa grave. Y que asegurarlo en cualquier posible escenario es algo serio.

Propongo una ley que obligue al «mantenimiento de la esperanza» en los proyectos y una «cuota de optimismo» en la jornada laboral. A nivel escolar crearía una asignatura de «buen humor», que conciencie del derecho que todos tenemos a la alegría y nos eduque para ver el lado positivo de las cosas, aunque no pertenezcamos a un sector socioeconómico favorecido. Que te quiten puntos del carné de conducir si te cabreas con otro conductor, por ejemplo.

Si algo importante te pueden robar es la buena cara y la alegría. Lo demás no importa. Por eso a veces intento practicar y me obligo a contar chistes y tonterías, que es con lo que más conectan los niños, los españoles y los políticos de este país. A costa, me consta, de parecer desinformado, superficial o poco realista, el robo del siglo es el que nos despoja del buen humor.

Y es que como decía el otro: “oye, que hay mucho loco suelto por la calle”. A lo que el amigo respondía: “a mí me da igual… porque soy invisible”. O como el pasajero del vuelo que me precedía en el embarque. Le dicen al pobre que lo lamentan, pero que tienen que bajar su maleta a la bodega. Y, en vez de protestar, sonríe: “hombre, si tienen bodega, ¡bájenme a mí también!”

Proverbial

Rodeado en el agua de “nosécuantos” chavales de un campamento urbano -que en mi ciudad consisten en estar en la playa-, unas niñas lloran porque han perdido las gafas de nadar. El monitor chino sonríe, se sumerge y las recupera. Vuelve la tranquilidad y el Bruce Lee sigue cuidando el loco rebaño de niños que saltan olas.

Un monitor chino es una garantía. Lo ves en el agua hasta media cintura, fibra y músculo, inmutable, sin entender nada, pero pendiente de cualquier gesto y vigilando ese circo como una tienda de chinos, o sea, desconfiando de que le manguen. Por eso da seguridad verlo como monitor en la playa.

No sé por qué son así. Sufridos, trabajadores, sencillos. Lo hacen todo sin fardar. Fabrican, copian o inventan sin complejos y resuelven.

La señora china que regenta el bazar chino más cercano a mi casa es de Zhejiang, de donde al parecer provienen la mayoría de los inmigrantes en España. Habla con la abuela todos los días, que viene a Galicia cuando puede. Son humanos. Cuidan a sus mayores como algo sagrado y su mayor empeño es la educación de los niños, en lo que se esmeran sin ser políticamente correctos.

Admiro su sobriedad, discreción y eficacia, su amabilidad y su mirada sonriente. Su capacidad para inventar Tik-Tok, amedrentar a USA, ser los líderes del “made in China” de Apple y del textil mundial (incluidos los pantalones “chinos”), regentar casinos, viajar al espacio, escribir cuentos chinos con tinta china, exportar naranjas de la China, levantar la muralla más larga del mundo (ríete tú del Muro de Berlín, del de México-USA o de la muralla de Lugo). Y de ensamblar los móviles del mundo.

Pero lo mejor-mejor es la sabiduría de lo obvio, hoy en boga. En un mundo donde lo más llano y simple se ha convertido en ciencia ellos triunfan. No hay líder que no practique el zen y no hay gurú, entrenador o director de máster que no te saque a relucir un proverbio chino.

Ya decían hace muchísimos años que “las mujeres sostienen la mitad del cielo” (no es de ningún partido político occidental). Extendieron el famoso “dale un pez a un hombre y comerá hoy; enséñale a pescar y comerá el resto de su vida” (por favor, que nadie lo vuelva a repetir en un claustro a principio de curso), que «el pueblo resulta difícil de gobernar cuando es demasiado inteligente» (quizá tuvieron contactos con españoles) y que “si deseas ser justo, llama a tres ancianos” (no a un “líder”).

Piensan que “es más fácil saber hacer una cosa que hacerla” y ellos hacen cosas.  Por eso hay casi tantos proverbios como chinos y nos hacen ver que cada una de nuestras insignificantes vidas puede ser proverbial. Como decimos por aquí: inspiradora. Para uno mismo, para los nuestros, para los otros o para lo que viene siendo el más allá.

Adrianey Arana    ·     Foto de Yiran Ding en Unsplash

Moderadores y moderación

“Lo están haciendo Uds. muy bien” espoleaban los moderadores como promotores de un debate de boxeo o como los papás de los niños en los partidos escolares en los que los pobres benjamines no dan pie con bola.

Y es que lo que faltó en el debate FeijóoSánchez fue moderación, no por su parte -que también- sino por la de quiénes correspondía: los moderadores. Son los dueños del local y del evento y no lo fueron. El formato es criticable. Lanzar a dos personajes de videojuego a la arena y dejar que se peleen, contando el tiempo con árbitros de la ACB y señalando solo que se acaba ya el primer tiempo, no es un formato presidencial. Es un show de Ibai o de Las Vegas.

En el mundo anglosajón, más curtido en democracia, los moderadores son los dueños del cotarro. Paran, preguntan, piden razones, repreguntan, contrastan, obligan a responder, propician el debate y hasta opinan para quedarse en medio, guiar la entrevista, moderar la bronca, reñir, corregir y sacar algo en limpio.

No voy a poner el ejemplo de John Bercow, speaker de la Cámara de los Comunes durante diez años. Era un espectáculo verlo dirigir su circo en pleno parlamento inglés con gritos que ayudaban a concluir, respetar, escuchar y decidir.

Ni voy a citar a la Comisión de Debates Presidenciales de Estados Unidos, independiente de los partidos, que pone las reglas y elige a los moderadores. Los políticos más rebeldes se someten, suelen celebrarse en campus universitarios y pueden verse en cualquier televisión. No se cuestiona que el moderador periodista sea el líder y jefe indiscutible del debate. En la televisión quién manda es el periodista, es su casa.

Ana Pastor ha reconocido después del debate que “los anglosajones y los franceses sacan millas a otros países como el nuestro”. Y es que de todos se puede aprender. Porque al final dejamos que excelentes políticos como son ambos se tengan que arrastrar por el fango de una especie de “supervivientes” o “reality”, para demostrarnos que son más astutos y hábiles que el contrincante y que ha ganado más puntos, espadas, escudos o fuerza como si fuera un juego on-line.

Si a nuestros alumnos les enseñamos las reglas de la oratoria, los llevamos a torneos de debate, les entrenamos a replicar, a contestar, si les penalizamos las faltas de respeto en el discurso, si les hablamos de convivencia en los centros y de diversidad, de no acosar, de levantar la mano antes de hablar y de contestar cuando se les pregunta. ¿Por qué permiten las televisiones unos debates con tal falta de “moderación”?

Sobran buenos políticos, pero faltan mejores periodistas moderadores de la opinión pública, que no sean solo interrogadores de uno a uno, o sirvientes inconscientes de unos medios. Que dominen el arte de escuchar, preguntar y guiar para llegar a la luz.

No es fácil. La Merkel, una de las grandes figuras políticas de este siglo, canciller alemana durante dieciséis años confesaba que «además de mi cargo como canciller, me gustaría moderar una vez un debate televisivo». Porque de zorros es contestar y de sabios preguntar.

Cuando no hay respuesta, el silencio se acaba convirtiendo en la pregunta. El famoso periodista Chris Wallace (que moderó el Trump-Biden) preguntó hace cinco años a Putin en televisión: “¿Por qué tanta gente que se opone a Vladimir Putin termina muerta o cerca de la muerte?” La respuesta que ofreció anunciaba la guerra de hoy.

Adrianey Arana    ·

Enamorarse leyendo

Una tarde en una caseta de la Feria del Libro da para mucho. Para ver que los niños arrastran a sus padres. Para ver que en las ferias se vende más de bolsillo que de tapa bonita. Y para comprobar que los mayores compran género policíaco, acción y títulos que riman: la casa de las rosas, el jardín de los secretos, amores cruzados, espadas como labios… el típico título que Camilo J. Cela recomendaba para vender.

Y percibes que toda una ingente gente se auto-educa con libros de lectura fácil (además de las redes sociales, el Marca y el Hola). Y que hay quienes utilizan esos canales y conocen sus reglas comerciales y didácticas y se convierten en educadores o maestros. Millones de personas inteligentes (los que al menos leen) entregan sus opiniones y juicios a esta lectura de evasión. Millones de ventas.

A partir de los 12 años la lectura decae. Aparecen los amigos, la consola seria, los deportes de competición, las salidas y la ausencia de insistencia escolar y paterna por la lectura y de bibliotecas en los centros.

Los clásicos ni aparecen por ser prejuzgados de “obligatorios” y por tanto cancelados. Cuando realmente los clásicos, como dice Irene Vallejo, no son obligatorios, sino que “han sido especialmente amados, han sobrevivido a lo largo de los siglos… con lectores apasionados”.

“El mecanismo humano, es decir, cómo funciona el humano, no ha cambiado”, sostiene la italiana Andrea Marcolongo afincada en París. “Lo que sentimos cuando nos pasa algo muy fuerte, muy intenso (…) es exactamente lo mismo que sintieron los griegos antiguos”. “Leer los clásicos no es cuidar el pasado, al revés, es cuidar el futuro. La respuesta está en los libros: basta con abrirlos. Para mí, el mundo antiguo es como la inteligencia artificial, pero sin ser artificial.”

La literatura te ayuda a entender el mundo. Así no sorprende ver la actualidad de las revueltas francesas (o la de los chalecos amarillos) cuando en el tercer libro más leído de la historia Dickens pinta París como la ciudad que representa la agitación y el conflicto (Historia de las dos ciudades).

Y puede ser que uno salga de la universidad -no digo de la escuela- sin haber leído los libros más amados y sincrónicos de la historia (la Biblia, Dickens, Cervantes, Homero, Tolstoi) porque nadie te los ha presentado, como cuando te presentan a un amigo tomando unas copas.

Lo cierto es que si a partir de los 12 años los libros y las bibliotecas se presentan como amigos la gente lee. Experiencias tenemos. Los centros de secundaria y bachillerato con una buena biblioteca generan I+D+Ideas.

Conozco casos como la Library Stonyhurst, la biblioteca del prestigioso colegio inglés, que trabaja y crea actividad al igual que la sección de deportes y que gestiona su propia cuenta independiente en Twitter. O la biblioteca del famoso Colegio Maravillas de Alejandro de la Sota en Madrid, con una esmerada organización y silencio. Incluso en Vigo la biblioteca de un instituto de barrio como es el IES Rosais II, que por algo habrá sido el mejor centro público gallego en selectividad este año 2023.

En la pequeña localidad libanesa de Beit ed-Dine que visité hace años los niños frecuentaban el único lugar con actividades: la cuidada, hermosa y fresca biblioteca, en la que leer es agradable. Quizás por eso sus gentes construyeron tales grandiosos palacios en los que se alojaban esplendor y sabiduría, asombro del actual viajero.

Cuanto más se rocen los alumnos con los libros más amigos serán o más amor surgirá entre ellos. Y amarán a los más queridos a través de los siglos o en tantas culturas actuales y diversas.

Y como estamos en un mundo híbrido y respetuoso con el papel también se les puede proporcionar un libro electrónico de los de solo lectura. Ediciones más baratas, mayor concentración que en tabletas y hasta motivación para algunos momentos. El alumno más lector que tuve durante una época era de libro digital. Leía y leía con su pantallita en blanco y negro, fácil de llevar en cualquier mochila adolescente, que sacaba en cualquier rato libre. Que es de lo que se trata: de leer libremente y de ser más libre leyendo.

Si las bibliotecas se cuidan en los centros y se diseñan en las ciudades, barrios y urbanizaciones de un modo serio y atractivo, lo jóvenes verán libros y leerán. Se enamorarán. Porque como creía Shakespeare «el amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos». Fall in love reading.

Adrianey Arana    ·     Foto de Bethany Laird en Unsplash

Alcaldes

En Coruña la alcaldesa es “rey”, no reina, y en Ferrol otro Rey será coronado. En Vigo tan sólo es  “caballero” pero muy poderoso. En Pontevedra siguen los “lores”. Los alcaldes son los amos: Colau, Almeida, Paco Vázquez, Chirac, Boris Johnson…

Pues antes de Irene I en España la violación ya era un delito, incluso castigado con la pena de muerte, tanto en la jurisdicción civil como militar. Pero fueron alcaldes los más famosos en aplicarla: el de Zalamea, elegido alcalde cuando habían violado a su hija; y el gallego Roelas, en la misma tesitura según cuenta Lope de Vega. La justicia fue la venganza… porque eran alcaldes.

Bloomberg en NY no quiso cobrar más que 1 dólar anual por ser alcalde. Adams, el segundo y actual alcalde negro de New York, ha decidido cobrar sus primeros sueldos en bitcoins. Y además y por sus pistolas -es oficial de policía-, siendo demócrata, ha comenzado a abrir colegios públicos de secundaria sólo para chicos varones. Ya hay varios “schools for Young Men” con una visión que se está extendiendo a nivel nacional.

¡Viva el Alcalde!

Adrianey Arana   ·    Foto: Foto de William Krause en Unsplash