Papá

Es la primera vez que me hacen un regalo por el día del padre: un álbum ilustrado titulado “Papá”. Fue medio en broma, o sea, medio en serio por parte de algunas personas a las que dedico alguna atención. Nos estamos convirtiendo en cuidadores de una sociedad longeva.

Sánchez Serrano, autora de “Cuidarnos – En busca del equilibrio entre la autonomía y la vulnerabilidad”, sostiene que hemos de aprender a cuidar y a cuidarnos. Porque todos somos vulnerables. La cuarta charla más vista de TED es “El poder de la vulnerabilidad” de Brené Brown: la incertidumbre, el riesgo y la exposición emocional requieren aprender a ser vulnerable.

El futuro es de quienes sepan gestionar la incertidumbre, dice un amigo sabio, y crear en su entorno un ambiente de familia, añado yo.

Aunque siempre hay abanderados de pedagogías distópicas. Ante la noticia de que algunos colegios han suprimido el día del padre y de la madre para respetar los distintos modelos de familia me pregunto si hay que prohibir en los restaurantes la “tarta de la abuela” para no herir.

Por eso es prudente instalar alarmas para evitar que nos roben palabras que carecen de sinónimo y que nadie podrá sustituir en el futuro: mamá y papá, abuelo y abuela. 

Y gracias a por el álbum «Papá» de Hélène Delforge.

Ilustración de Quentin Gréban

Te quiero

Asisto a un simposio de mediación familiar en el que un ponente cuenta la desesperación de un paciente por arreglar su matrimonio. “Estoy cumpliendo todo por el libro: flores y flores, horarios… y no funciona. Pero el otro día el florista me comentó que, en contra de su negocio, lo importante no son las flores, sino la tarjetita”.

O sea que lo de “el medio es el mensaje” puede tener su razón comercial, pero el mensaje sigue siendo el mensaje. Hay que hablar. Si valoras a una persona hay que comunicárselo y, si la quieres, también. Porque las palabras son lo que nos distingue de los animales y lo que nos permite expresar los sentimientos.

En las tiendas de flores ya te ofrecen mensajes para los ramos de “docena de rosas” de 69’90 euros. Se ve que hay demanda. “Felicidades Fulanita, estoy lejos, pero te siento cerca”. Tampoco es que resulte muy acertado porque ya reconoces que estás lejos. Hay que saber redactarlo, digo yo.

Otros te ofrecen mensajes de segunda mano por si te sirven: «Una rosa por cada año juntos y te falta una, lo sé. Esa me la quedo yo y me encantaría poder seguir sumando… Fulanita». Yo recibo esto y me hundo más.

“Dejaré de quererte cuando la última rosa se haya marchitado”, es decir, que falta poco. “Que esté tan lejos y no quiera que hablemos todos los días no quiere decir que no me acuerde de ti. Fulanito”. Yo creo que hay gente que es mejor que no la líe y aprenda a decir “te quiero” o, al menos, sea sincero. Como aconsejaba Shakespeare «si el amor es rudo contigo, sé rudo con amor».

Pero quizá también es necesaria una educación del amor y de sus expresiones. Porque a veces todo se queda en educar la “sexualidad” y no se enseña a manifestar el “te quiero” ni a escribir cartas de amor. No hay más que ver las rudas despedidas de solteros que ya predicen la despedida de casados: todo un máster de falta de sensibilidad.

Porque como le decía Romeo a Julieta “si el amor es ciego, no puede dar en el blanco” y por eso le suplicaba: “desde ahora llámame solo ‘Amor’. Que me bauticen otra vez”.

Eurovisión

El festival de Eurovisión es como PISA: nunca ganamos. Aunque no se trate del evento musical por excelencia, el año pasado recibimos la menor puntuación de todos los concursantes. Y en ediciones anteriores tampoco es que hayamos mandado a lo más granado de la canción española.

Este año la cosa va de empoderamiento mediante la resignificación del vocablo más usado como insulto en las sentencias de violencia de género. Se trata de liberar esa palabra e infundirle todo su bello sentido, aquel que todo padre desearía para su hija, por ejemplo.

No sé qué haremos los maestros acostumbrados a lidiar con el acoso, el insulto y el bullying cuando en el festival de fin de curso hagamos un play-back de esa canción. Seguro que es lo que cualquier familia está deseando. Con la coreografía apropiada como la de Eurovisión a cargo del AMPA .

De hecho si le sueltas a una familia en tutoría que su pequeña es una zorra, no que tiene capacidad para el inglés, el ajedrez o la robótica, sino que es muy buena “loba” como Shakira, seguro que salen contentos soñando con el futuro de su retoño.

Les explicas que tienen que resignificar el significado que se habían apropiado algunos animales. Que es una competencia, una destreza que tiene la niña. Y seguro que les hará ilusión que la marquemos con una Z en la frente cuando saque Zobresaliente.

En este caso la culpa no la tiene el Gobierno ni la marca del Zorro, sino la presión por dedicar la canción a la primera concejala transgénero y el ansia de añadir vocales, que no vocalistas, a las siglas LGBTIQ+Z.

 

Estoy malito

Al verme con actitud de que íbamos a trabajar un poquito, el niño que entraba corriendo del recreo puso mirada triste arrastrando las palabras: “Profe, me duele mucho la cabeza”.

Le indiqué que se sentara muy tranquilito en su sitio con la cabeza apoyada y descansara.

Al cabo de un rato, como la clase resultaba entretenida y su compañero muy simpático, reía y jugaba feliz.

Le llamé la atención en bajito: “Oye, acuérdate que estás malito”. Y me dijo. “¡Ah, es verdad!” Y se puso enfermo “bien” otra vez.

Cierto que los males con buena compañía se llevan como bienes. Porque el niño realmente estaba mal y al día siguiente no vino a clase. Y porque al final lo que le curó fue estar un día en casa con la abuela.

Compañía, atención y entretenimiento son tres medicinas para la infancia. A medida que crecen cambia el orden: más atención que compañía…

Y ya cuando la persona ha madurado, o sea, sobre los 80 años, cuidados paliativos. Como dice el médico de familia: “volvemos” a la compañía.

Foto de Caleb Woods en Unsplash