Lo que aprendemos

MACARENA MAURICIO.- Mi padre, de la cosecha de 1945, es hoy el día que recita los ríos y afluentes de España de carrerilla y haciendo rimas. Es capaz de hacer lo mismo con las capitales de provincia, cabos, golfos y con un montón de cosas más. Y presume de ello: de haberlo aprendido hace la friolera de más de medio siglo y recordarlo a día de hoy.

 

Antes lo que se aprendía nunca se olvidaba. Hoy no aprendemos ni mejor ni peor sino de otra manera. Se aprenden las cosas y si algo se olvida puedes refrescarlo al momento porque tienes cualquier contenido al alcance. Por otro lado, estamos sometidos a tanta información que en ocasiones resulta abrumador, llegando a retener lo que buenamente podemos.

 

Y en ese viaje de la vida en el que aprendemos, olvidamos, reciclamos y refrescamos continuamente, hay cosas que se aprenden y se graban a fuego y esas son las cosas que se enseñan en nuestro hogar.

 

En casa se aprende a compartir las alegrías y a consolar las penas. A dar sin recibir. A estar en las necesidades de los demás. A ser fuerte ante las adversidades. A respetar las diferencias de cada uno.

 

También se aprende a mirar con el corazón. A pedir perdón, a dar las gracias y a decir te quiero. Se aprende a discutir pero sobre todo se aprende a querer con toda el alma. Y todo eso lo actualizamos con nuestros hijos, y con los hijos de nuestros hijos que luego trasmitirán ¡a sus nietos! Porque todo lo que se enseña en casa además de aprenderlo y convertirnos en los que somos, no se olvida jamás.

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Siri, a cenar

     “Pues no sé qué pasa que no responde”. A veces no entiendo si hablan de Siri, del robot de Amazon o del motor del coche. “¡No oye!”… Algo así como que no me sincroniza el móvil. “¿No será culpa de mi marido que lo desprograma cada vez que llega?”’

 

     Con la inteligencia artificial a lo mejor logran nacer niños a los que les digas: ‘Niño, a la cama’. Y va, y se va. ‘Niño, recoge tus juguetes’. Y los recoge y se va a la base a recargar. La primera niña que obedezca así la llamaré Siri: ‘Siri, cariño…’. Serán niños robots que no se peleen porque les has metido la instrucción de “preferencia de otro robot siempre” y ya está.

 

    “No sé qué hago mal. No estaré actualizada en educación. ¿Puedo resetear al niño?” Pues no sé… Por ahora los niños no tienen inteligencia artificial. Además no se mueven por razones, ni por mandatos, ni porque lo diga su padre programador.  A veces simplemente no oyen, no les funciona el audio. Otras están cansados, y no les funciona una rosca. Y otras porque no se sabe… porque son libres. Son hijos, no esclavos ni robots.

 

     Obedecen porque juegan a obedecer, porque quieren a su madre, porque ven firmeza, y no ven segundas oportunidades. Porque saben que ‘no vale mandar por mandar’. Porque saben, como dice algún político, "que 'no' significa 'no', Señorías” . Y si aún así no funcionan, pues miras para otro lado, te enfadas y te desenfadas, etc., etc., O sea, el lío de ser humanos y tener que educar, y no programar.

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Si no fuera tan fácil

     Creo que a medida que avanzamos en años todos nos hacemos conscientes de la importancia de la paciencia, de cómo enriquecería nuestra vida ser capaces de ejercerla en mayor medida.

     Dos pequeños fragmentos (uno de ellos mínimo) encontrados recientemente, en lugares inesperados, una novela, una entrevista de prensa, me han llamado la atención por su profundidad y belleza.

     "Si la paciencia no fuera tan fácil de poner a prueba, no sería una virtud”.1

     “La paciencia es valentía, elegancia y constancia, a partes iguales. Tiene aspecto de ser un medio pero le gusta ser tratada como un fin. La paciencia trae consigo el más preciado de los dones: más paciencia”.2

 

(1) En la novela "Un caballero en Moscú", de AMOR TOWLES; valiosa novela, gran reseña en bienvenidosalafiesta 

(2) Entrevista a José María Cano, cantante, escritor de canciones y pintor, en El Mundo 

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A fuego lento

     Vivimos en un hoy en el que para cualquier cosa ya es tarde, hasta el punto en el que si nos descuidamos, mañana también será tarde. La tecnología nos ha facilitado el optimizar muchas tareas pero su doble filo nos ha hiperconectado de tal manera que hay que estar siempre en el ruedo; paradójicamente para todo lo que se esconde tras la pantalla: nuestro correo, nuestro whatsapp, nuestras redes sociales, nuestra oficina… Y de ahí que corramos como locos para querer estar en todas partes intentando ser más rápidos cuando lo que somos es más torpes debido a la prisa.

 

     Y entre esa prisa que nos hace saltar de una hora a otra como pollos sin cabeza se asoman ellos: ¡nuestros hijos! Que no entienden de prisas, ni de horarios ni de calendarios. Que nos frenan los pies para contarnos la batalla del día. Que cuelan sus dibujos en nuestras agendas y sus llamadas entre reuniones. Que sus sonrisas son tan poderosas como para parar el mundo. Y lo paran, y ya no importa el segundero…a la vez que nos enseñan que todo lo importante en esta vida se cuece a fuego lento. Sin entender ni de prisas, ni de horarios ni de calendarios.

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Venga, vamos

     No hay nada peor que estar enfadado. Por el motivo que sea pero sobre todo “porque sí”. Una vez intenté hacerle gracias a una niña que se me enfadó y cuando ya iba a reír, recordó “¡eh, que estoy enfadada!” y mantuvo su rostro severo como pudo.

 

Gabriela Keselman refleja en su cuento Cinco enfados los muchos motivos que tienen los niños para enfadarse. Y para desenfadarse. Al final vuelven a estar contentos también “porque sí”. A los niños les gusta este libro de palabras y frases acertadas que quedan en la memoria.

 

Enfadarse es un lío porque el final hay que desenfadarse. Lo que un niño hace "simplemente",  a un mayor le resulta complicado porque no se 'autoperdona'. Por eso al final no hay más remedio que “porque sí” y porque estar enfadado agota. Ni siquiera vale para educar.

 

Para corregir a un niño no es necesario enojarse. Basta mostrar un teatral disgusto. No es fácil, claro. Pero si se practica puede mejorarse. Como lo logran las mamás que se recriminan con lo de “es que estoy siempre riñendo”. Saben en el fondo que esa riña educa porque no es una bronca. Es aliento, apoyo, referencia. Es el “¡venga, vamos, vamos!” del entrenador que grita desde la banda durante todo el partido. Y al que final sacan en hombros por haberles dado la victoria.

 

*Estefanía Laya es el seudónimo de una persona docente de Primaria

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